En estos días se decidirán los convenios a través de los cuales dos cúpulas políticas se verán las caras –si ya no lo están haciendo– y fijarán los términos de sus acuerdos. La agenda es electoral, probablemente constitucional, aunque la cargada insistencia de la renuncia de Maduro pareciera rondar el espectro chavista y opositor, dada la presión de masas en tal sentido; pero esto está muy lejos. Maduro, sobre la faz de una quiebra generalizada de empresas de Estado, empezando por la misma Pdvsa ahogada en sus deudas, ha empezado un grandioso juego de negociaciones que aún lo hacen demasiado apetente como presidente para una enorme cantidad de transnacionales y monumentales capitales chinos, rusos, norteamericanos, incluidas sus agencias capitalistas entre nosotros. Nicolás en definitiva ha sido el tránsito para que luego de una bárbara operación de desfalco nacional y saboteo del proyecto revolucionario construido en su base, proceda a continuación la gran negociación de soberanía, tierras, empresas públicas, subsuelos mineros y petroleros, obligados por un Estado totalmente quebrado y endeudado. Sobre este tránsito hacia la entrega de lo que hemos llamado nuestra “entropía natural” se cruzan las negociaciones de fondo, y se calibran los intervencionismos externos, soportados en una dura tensión donde cada cual quiere quedarse con el grueso del botín, incluidos los poderes de Estado.
“No hay, mi hermano Pancho Alegría, vicepresidencia colectiva, no es posible” (ver: La Salida: yo Vicepresidente de la República); lástima, qué sabroso fueran ensayos en estos momentos de centenares de gobiernos colectivos, populares y asamblearios, montándose en cada rincón del país, abriendo el juicio histórico que le toca al Estado mafioso que se ha montado y recuperando todos los flujos de relación y control sobre nuestros bienes comunes, sin tener que pasar por esta violencia vacía que nos invade. Pero no, la situación revolucionaria está lejos, oscura, debilitada, por obra y gracia de una burocracia de gobierno y partido, hoy acompañada por cualquier cantidad de agentes militares y paramilitares, con una gigantesca capacidad de contención de todo instinto revolucionario que suponga el quiebre de las estructuras despóticas de Estado, sustituidas por relaciones autogobernantes libres, colectivas y productivas.
Vivimos en definitiva una protesta masiva conservadora, capturada entre todos sus bordes por la Rayuela que juega y se deshace, brinca y se modifica, salta adelante y hacia atrás, pero, en definitiva, atrapada dentro de los límites de una clase media esencialmente conectada al petróleo como burbuja de sus sueños de familia estable, trabajadora, consumidora, muchas veces religiosa y desapegada por completo de los embrujos revolucionarios que se intentaron en estas dos décadas y seguirán bajo cualquier forma suponemos. Una protesta, que ha debido nacer de la primera víctima de esta mega-operación expropiadora del único valor con capacidad de negociar en manos directa de la clase trabajadora, cuál es el valor de su fuerza de trabajo, se ha quedado estancada. Por la pérdida de sentido épico y de libertad, el miedo que las socialdemocracias le meten en la cabeza por el supuesto y espantoso peligro del imperialismo y la derecha, el canje por la sabrosa convivencia o inserción dentro del oficinero de Estado y sus buenas regalías, nos referimos al grueso de quienes componen aquello que todavía se presenta como vanguardias operativas del conjunto popular, el reventón de la protesta se trasladó en masa hacia las esferas de una capa media en su mayoría trabajadora, pequeños propietarios y estudiantes, pero dominada por una discursiva mediática que la rodea e invade cada minuto, comprimiéndola al ABC culturalmente conservador, políticamente de derecha –incluidos sus segmentos protofascistas, racistas, anticomunistas, violentistas– y programáticamente neoliberal.
Esta es la situación a la espera del desenlace “pacífico” (esperemos en todo caso que no sean tan imbéciles y criminales estas cúpulas como para obligarnos a violencias desenfrenadas que los vampiros imperiales y fascistas esperan promover como parte de una agenda global de segmentarización de las naciones por medio de las guerras internas inducidas). Ahora bien, hasta allí solo estamos viendo el grueso de la situación, sus rasgos generales, lo que llamarían los filósofos Deleuze y Guatari, sus aspectos molares. Pero entre tanto se mueve una microfísica de la movilización y la protesta que primero transgrede ampliamente las veredas partidarias y doctrinarias y por otro lado empieza a hacer puente entre clases medias y populares cuyos derroches de rabia por la catastrófica situación material que viven, además del explícito rechazo a un status de gobierno que ya no soportan, promueven el comienzo de un grito guerrero que se confronta con la violencia demencial protofascista y malandra traducida en saqueos y destrucción de instituciones públicas de grupos entrenados que ya hace años viene hermanando los grupos de extrema derecha, principalmente estudiantiles, con el paramilitarismo exportado desde Colombia en la “Conexión Uribe” y acompañado de agrupaciones subterráneas ligadas a los cuerpos represivos. Siendo al mismo tiempo colectividades protestantes que viven por primera vez la violencia represiva del Estado, respondiendo a ella fuera de la lógica “guarimbera” de la bala escondida y el francotirador, sino la resistencia verraca y hasta el agotamiento ante la humareda gasífera y los perdinogazos lanzados por guardias y policías. Allí está el ejemplo del muchacho desnudo con la Biblia que aseguraba su bendición en mano, allí está el grito que sacó a Jorge Rodríguez y el ministro Marcos Torres del Valle rechazando sus humillantes bolsitas de comida.
Podríamos decir que son el polo ingenuo, los tontos útiles que se suman por miles para acompañarse en una rabia colectivizada que no tiene otro lugar de compactación sino la marcha opositora –una vez congelado el movimiento revolucionario– y allá van, sin entender el complejo juego político y los oscuros intereses a los cuales están sirviendo. Y efectivamente es así, ¿pero hasta donde?, ¿qué posibilidades hay para que se cambien los papeles y esta “carne fresca” sin manual ideológico, seguramente muy atado a ese ABC individualizante de los valores burgueses, rompa fuentes y se convierta en un caribeño movimiento de indignación colectiva que responda más bien y en el mejor de los casos a la explosión de una “revolución popular democrática”, ejercida por multitudes diversas pero profundamente fraternales?
Si entre nosotros estuviese la visión de unidad en la complejidad del general Giap del Vietnam heroico y un ejército libertario ordenado que sepa defender a nuestra nación, nuestra soberanía, nuestro derecho a la vida, el sentido revolucionario de la unidad nacional, ya hubiese asegurado ese rompimiento de fuentes. Nadie tuviese medio de intervenir desde abajo ese carnaval que los monaguillos del Departamento de Estado y el Opus Dei –la MUD y sus acólitos– dirigen, imponiendo su hegemonía más mediática que orgánica. Estuviésemos viendo muchachos abrirse de ese sello monástico y reaccionario de la derecha y las grandes ciudades se convertirían en centros de un poder paralelo al Estado cuyo problema ya no serían ni siquiera elecciones o no, sino el tomar el poder directo sobre los bienes comunes, sobre el alimento, la comida, que explota en desesperos, y su derecho a contraloría sobre cada acción que suponga el interés de todos. Efectivamente estaríamos bordeando políticamente un momento verdaderamente preinsurreccional. Esta es de hecho una pulsión real donde se ligan potencialmente las razones legítimas de una protesta ligada a la oposición y el sello revolucionario que han dejado todo estos años, aunque su lenguaje se agote y su capital político implosione todos los días. Porque aquí nadie está exento, hasta metido dentro de la franela más chavista y esto se puede constatar entre ellos y ellas, hablando suave, pero con franqueza, de querer reventar esto hasta convertirlo en una auténtica rebelión popular; el descaro opresor ha ido demasiado lejos y a todos nos afecta hasta la bestialidad.
Acordémonos que meses antes del estallido de la Comuna de París, la fantasía monárquica y su partido en la Francia de entonces ganó las elecciones parlamentarias. La oposición a la rehabilitación monárquica y la traición de los líderes republicanos frente a la envestida alemana de Bismark, fue creando las condiciones de la Comuna, la cual cambió desde dentro todo lo que parecía imponerse que no era otra cosa que una gran embestida contra las clases trabajadoras y en favor de la restauración más reaccionaria soportada en el voto de los franceses. Lo paradójico de los acontecimientos permite esto, y mucho más sobre las metrópolis que nos atrapa a millones en un mismo valle como es el caso de Caracas.
Por los momentos veremos los finos hilos que se van produciendo, si estos no tejen y crean sus expresión política, no es que estamos equivocados, es que simplemente el miedo a trascender los lenguajes oficiales y odiosos de lado y lado, es demasiado duro, y la afectación de conciencia que producen sistemas de redes sociales invadidos por el pavor burgués al levantamiento unido de los desposeídos, es demasiado pesado, demasiado hegemónico dentro de un cuadro político que polariza para que nada pase sobre el orden constituido que el cambio de lenguajes y caras dirigentes. Pero tengan cuidado los tenedores actuales de la palabra, la propiedad privada y la renta de Estado, que de repente y la liebre insumisa se les cuela entre callejones y barrios.
Cuatro puntos de defensa imprescindible dejo a estas colectividades que forman la potencia rebelde de hoy: la defensa de la nación y la soberanía ante el acoso externo e interno, de la constitución como orden escrito del poder constituyente intransferible, y la defensa de la vida como derecho natural e inalienable a las condiciones básicas de una vida digna.