Días recientes, hurgando entre unos libros de mi modesta biblioteca, pude encontrarme uno que me llamó poderosamente la atención. El ejemplar llevaba por epígrafe: "Simón Bolívar contra la corrupción administrativa" (Ediciones centauro, 1981); lo que me motivó a escribir estas cuartillas. Al azar, en una de sus páginas pude leer la misiva que el General Rafael Urdaneta, prócer de nuestra independencia y hombre probo, cuya carta da testimonio que no tenía más riquezas que la de su honra; le envía al presidente de la República, solicitando una Pensión de Invalidez. En la declinación de su existencia, ya casi ciego; con su trémula mano, plasma la pretensión de tan urgente apoyo para su subsistencia. Diestra que una vez empuñó la espada en diferentes escenarios de campaña, en pro de la independencia de Venezuela.
Más allá de las jornadas de la guerra, ejerció múltiples funciones administrativas, después de liberada la Nación. En estas tareas, la honradez fue su corona, a pesar de que tuvo en sus manos la administración del erario público; murió en la pobreza. Como copartícipe en la regencia de la hacienda Nacional, supo alejarse de la avaricia, la triquiñuelería, la ambición; y el encanto que la fortuna mal habida proporciona.
Para justificar la solicitud de su subvención, expone las dolencias como consecuencia de las heridas sufridas en la batalla de Semén; y el reumatismo que adquirió durante las marchas tortuosas en la selva de San Camilo en 1820; sin embargo, con estos males a cuesta; aún así contribuyó con el servicio del país ante el llamado que le hizo el presidente Vargas, a organizar un cuerpo de ejército; a la par que ya perdía totalmente el ojo izquierdo con el mismo riesgo del ojo derecho.
Ante su desgracia y amargura de no procurar su subsistencia, se acoge a la ley que lo favorecía para ese entonces. He aquí la anatomía de su carta:
"Excelentísimo Señor Presidente de la República
Rafael Urdaneta, General en Jefe y actual Secretario de Guerra y Marina, respetuosamente ocurro a V.E. con mi primera solicitud después de haber tenido la fortuna de consagrar a mi patria una vida entera.
Es a los 29 años de servicio militar y después de haberla acompañado como fiel soldado desde que se dio el primer viva a la Independencia americana, que ya en la vejez, sin más riqueza que la honra, sufriendo penosa enfermedad y próximo a cegar del todo, pretendo asegurar siquiera la subsistencia, pues no me es dado pensar ni en la de mis hijos, para quienes no ha alcanzado la vida útil de su padre.
Penoso es para un antiguo veterano que fundó siempre su orgullo en sacrificarlo todo por la patria, pedirle por la vez primera y ya cuando no puedo servirle más; pero, una vez indigente, una larga y querida familia y el honor de las insignias militares con que me veo condecorado por la Nación, son objetos que necesariamente han de sobreponerse al generoso deseo de consumar el último sacrificio: el de aquella pensión con que la República sostiene a sus inválidos.
Creo notorios mis servicios, tan activos como la obra de la independencia, constantes como ella, y no grandes pero sí fieles. Con más o menos fortuna, mi nombre figura en todas las épocas de su historia, y con la dicha de no haber emigrado, siempre tuve la de cargar con el peso entero de las desgracias de mi Patria. Ella existe ya, independiente, libre, soberana y marcha rápidamente a su engrandecimiento. Yo, achacoso y casi ciego, me acerco al fin de una vida de rigores y privaciones, de movimientos y de peligros; pero lleno de noble orgullo y de inexplicable gozo, porque vi nacer a la República, la acompañé bien en su peligrosa infancia, expuse mil veces mi vida por la suya y, en fin, he tenido la dicha de sacrificarle mis años floridos, mi salud, mi vista y hasta la suerte de mis hijos. ¡Que crezca en gloria, riqueza y poderío será mi deseo mientras yo respire! Y por su propia honra tanto como por la mía, pido al gobierno la pensión de inválido que me corresponde por la ley.
Para formalizar el expediente tengo el honor de acompañar una hoja indicativa de mis principales servicios militares; una exposición de mi presente y más grave mal que es la pérdida de la vista y la certificación correspondiente del facultativo, esperando que, en virtud de todo:
Se sirva V.E. declararme comprendido en los artículos 14 y 15 de la última ley de inválidos para entrar al goce que señala el artículo 2° para los militares que según el 6° se hallan, como yo, en la imposibilidad de procurar la subsistencia. Así lo espero de la justicia del Gobierno.
Caracas, 18 de Octubre de 1839
Rafael Urdaneta"
La epístola habla Per Se. Si no es acreedor de seguir su ejemplo; al menos, es un buen encuentro de reflexiones.