Entre los alimentos que consumimos muchos son modificados por ingeniería genética, transgénicos les dicen a estos organismos incorporados con ciertas características que se desean; en su mayoría en plantas de maíz o soja. Se trata de lo que se consideran mejoras, ya no como en el caso de reproducción sexual, sino intervenciones que cambian componentes, resistentes a los agroquímicos. Son motivo de controversia de entes reguladores por su uso, agricultores y ecologistas, investigadores y empresarios de industrias transnacionales agitados por especulaciones en medio de inmensos intereses y la guerra entre grandes capitales que pretenden dominar el mercado de semillas y las ventas de agroquímicos. Lo que consideramos como un pote de humo, ya que ambos aspectos se confabulan, y desvían la atención con celos por quienes mueven los hilos entre los juegos bursátiles. Unos diciendo que los otros les disminuyen las ventas de agroquímicos, por tanto, las ganancias, mientras los otros le dan vuelta a la misma moneda, y al final son los mismos musiú con diferente cachimbo, por cuanto las cotizaciones suben en los mercados especulativos.
Son los mismos financistas cernícalos de ecologistas y científicos que defienden los intereses particulares de los que les pagan sus sueldos y las investigaciones, por ejemplo, Monsanto Chemical Works, de John Francisco Queeny, que por 1970 ya se dedicaban a fabricar Sacarina para Coca-Cola, químico altamente cancerígeno, probado en mamíferos de laboratorio. Desde entonces su reputación lleva el sello de activistas perniciosos para el medio ambiente global, incurriendo en conductas agravantes por nocivas, que afectan a personas, comunidades, plantaciones, animales y la biodiversidad. Todo empezó con los mercados y el crecimiento ilimitado a través del progreso indefinido y los altos records, del hambre cero, inusitadas promesas para una humanidad que al fin y gracias a la revolución verde, tendría qué comer. Entonces era el momento de apostarle al mercado, confiar en la economía posible que haría que todos los países ingresaran a la edificación de las buenas obras y con excelentes resultados para los pueblos.
Pero algo no estaba del todo bien, porque los gobiernos a todas estas debieron jugar su papel en boca de los ministros de agricultura, ganadería, pesca, alimentos y los asesores y sensores en materia de ambiente y recursos naturales renovables. Habrían sopesado los pros y los contras de tales propuestas para beneficios de los hambrientos de las tierras y sancionar a los que venden alimentos envenenados, por los mismos que produjeron los usados para exterminar a los condenados en los campos de concentración nazis. O será que los transgénicos y los paquetes de soportes vitales tecnológicos, junto a los más de 80 agroquímicos que han sido vertidos indiscriminadamente y a diario sobre plantas, tierras, aguas desde el aire no serán suficientes para que estemos todos Envenenados, como relata Patricio Eleisegui, en su alerta de que "Estamos frente a una bomba química que nos extermina en silencio". Llamada de alerta respaldada por instituciones públicas y privadas y universidades, porque nos estamos consumiendo alimentos con altas dosis de venenos, que comerciantes inescrupulosos presentan en sus expendios de víveres, causando estragos al depositarse tales toxinas en el organismo, ocasionando daños oncológicos en personas que estaban sanas y en pocos años y de repente le diagnostican cáncer grado tres o cuatro.
Fue por 1983 que biotecnólogos obtuvieran una planta transgénica y para 1986 la multinacional Monsanto obtiene su planta modificada. Las características de tales alimentos de ingeniería genética los hacen más resistentes al glifosato, amonio glifosinado y otros herbicidas más contaminantes, lo que afecta a la flora ajena a dichas especies. Con la finalidad de producir a escalas masivas por redundar en mayores ganancias para la comercialización, aprobada para la venta al público para el consumo en 1994. Fueron cosechas que duraban más y se mantenían intactas por largo tiempo, de colores exuberantes, pero insípidas, poco apetecibles, con una piel blanda y de sabor extraño, por lo que fueron retiradas del mercado en 1996; sin embargo, siguen usándolas en jugos de frutas y para conservas sin que lo sepamos, por cuanto no se les exige a los comerciantes colocarlo en las etiquetas del producto. En el 2014 introdujeron cultivos transgénicos en 28 países y 20 de ellos en vías de desarrollo, en total 181,5 millones de hectáreas. Al año siguiente en Estados Unidos 94 % de la soja, 89 % del algodón y el 89 % del maíz, eran plantaciones de variedades modificadas. Se ha presumido que son muchas las ventajas por estos métodos, ya que se disminuyen los agroquímicos, por lo que sería un beneficio para la salud de los trabajadores al no tener que manipularlos y también benéfico por disminuir el impacto al ecosistema en las siembras de estas variedades. Pero no es compatible, entre otros factores, con el de no ser compatible al maíz convencional, por no haber entrecruzamiento ni polinización natural o por insectos, resultando imposible tal determinación. Donde hay siembras transgénicas, no puede haber otro tipo ya que son atacados los organismos. Una posibilidad sería que los cultivos estuvieran separados a distancias prudenciales entre ambas y sembradas a en diferentes fechas, lográndose la existencia simultánea entre ambas alternativas.
Debido al uso intensivo de agroquímicos se han incrementado los índices de pacientes oncológicos en los campos donde se usan estos venenos. Las patologías son nuevas y extraños los padecimientos de pacientes con cáncer como consecuencia directa y fallecimientos incuantificables, pareciera una fórmula bizarra para el control demográfico de comunidades vapuleadas por terribles calamidades seculares, bajo un silencio cómplice entre gobiernos y elites corporativas y emporios de la comunicación que son mamparas de las empresas e industrias transnacionales, que sobornan y desvirtúan los resultados de las investigaciones que arrojan atroces resultados desalentadores para el futuro de las generaciones por venir, tras los acosadores de la naturaleza que la perturban con sus agroquímicos, plaguicidas, pesticidas, insecticidas, herbicidas, fungicidas, acaricidas, nematicidas, rodenticidas; así como fertilizantes y fitorreguladores, combinacíon letal del coctel contra toda posibilidad de vivir en un planeta en extinción y exterminio programado.
La contaminación genética, irreversible e impredecible, apenas se disponen a preparar la tierra como camposanto de cultivos que no son y semillas contrahechas de todas las inclemencias y condiciones entre variables inevitables en malezas, plagas, hongos, algas y cualesquiera objetos a intervenir por las lógicas mercantilistas en competencias entre el hombre y dios, la naturaleza y sus rebeldías frente a las manipulaciones que dan como resultados estos fenómenos a la vista, sin que a la fecha veamos los mentados beneficios para la humanidad; aunque sabemos de los incrementos y ganancias por millones de dólares, enterados por vías informales ya que los medios no lo informan, ni se ocupan de la salud pública golpeada por el deterioro súbito y las ingentes víctimas por los agroquímicos y además del consumo de los transgénicos; sin que a ciencia cierta se nos diga si hay perjuicio en su consumo o no. No hay etiqueta que alerte sobre la procedencia o fuente del producto a consumir. Ni siquiera el tema ocupa la agenda de gobiernos responsables que enfrenten tamaño perjuicio, que manos peludas con sobornos escabullen el bulto. Acordémonos cuando las campañas contra el daño que causaba el cigarrillo, y las tabacaleras pagando cagatintas para decir que el tabaco no era dañino para la salud sino todo lo contrario. Pues sépanlo, ambos son nocivos para la vida y el medio ambiente, pues las variedades transgénicas contaminan otras variedades de igual especie o las silvestres, por cuanto una vez liberadas ya no pueden ser controladas.
Será que hay complicidad entre las partes y los grandes intereses que les atañen, como en el caso de Monsanto-Bayer, el mayor monopolio en la industria de los agroquímicos y alimentos transgénicos, con demandas y contrademandas a la orden del día, y una nefasta historia en décadas de contaminación y ecocidio, sin que se le ponga reparo desde cuando las clonaciones estaban siendo manipuladas en los laboratorios y se procesaban los cruces de semillas con otros organismos de diferentes especies. Con beneficios artificiosos y sin un verdadero conocimiento de las implicaciones y las consecuencias a futuro para la naturaleza y los perniciosos efectos a ciencia cierta. Porque nadie lo sabe pudiendo ser que el pretendido remedio a los grandes males, sea un remedio peor que la propia enfermedad. No hay sembradío que no haya sido rociado con pesticidas, el aire, las fuentes de agua, toda la tierra, reciben millones de litros por año, y hay un uso de productos que han sido prohibidos, pero no los han retirado del mercado. En las peores circunstancias, se entierran en los mismos lotes donde después se vuelve a sembrar, un autosuicidio diría aquél gocho.
El ciclo en la cadena alimenticia de la que hemos medrado está en grave peligro, los cambios afectan y las consecuencias son impredecibles, y además de los efectos naturales, se observa el desplazamiento de poblaciones enteras que sin tener ya trabajo, por cuanto los campos se han tornado estériles por las cantidades de agroquímicos acumulados durante décadas de vertidos en el continuado uso. Destino incierto en las áreas impactadas por quienes previamente se asentamientos en áreas precarizadas, con escasez de servicios sanitarios y atención de salud. Incluso el Papa Francisco en su encíclica Laudato, señaló sobre el peligro del uso de transgénicos, y abogó por tratar de aplacar los males que sufre la humanidad por falta de alimentos sanos. En tan to que los monopolios obtienen grandes beneficios y ganancias vendiendo agroquímicos, envenenando y llenando de nuevas plagas y enfermedades ocasionadas por el uso indiscriminado de sus productos, que les reportan grandes ganancias. Otros que se benefician son las industrias farmacéuticas, las clínicas y hospitales privados, donde se aplican en sus protocolos, el suministro de más sesiones de químicos para que a través de quimio y radioterapias, se ataquen los males causados por los agroquímicos y los transgénicos. Los índices de cáncer y enfermedades conexas aumentan cada año. La procesión de dolientes aumenta, así como las ganancias entre los cómplices del perverso sistema económico que incrementa sus capitales, y viven de la muerte que ocasionan.