Créame, estimado público aporreahabiente, no encontraba qué título colocarle a estos argumentos, no obstante fue lo que se arrimó a mis decrépitas neuronas. Desde el punto de vista médico, el Diccionario de la Real Academia Española (Drae) define el Síndrome como "Conjunto de los síntomas de una enfermedad"; y en Wikipedia, el sabelotodo, lo señala así: "Grupo significativo de síntomas y signos (Datos semiológicos) que concurren en tiempo y forma, y con variadas causas y etiologías". Por analogía, tratándose de estas últimas, sospecho que es indeterminado precisar cuál es el origen de esa expresión que frecuentemente se escucha en oficinas públicas, Universidades, hospitales, entidades bancarias; etc; y que prolifera como síntomas de desgano, modorra, desinterés, desmotivación, apatía, no sentir vocación por lo que se hace; me refiero a esa consigna disonante del "¡Yo no me doy mala vida!".
Así las cosas, pienso que es un mecanismo de desvalorización que sufren las personas como consecuencia de la negación de las necesidades del sí mismo y del entorno que lo rodea en su área laboral, o en cualquier otro contexto. Esa conducta le sirve de apoyo para que pueda expresarse; y transmitir un mensaje de no querer realizar sus actividades con entusiasmo, con esmero, sin negatividad; a pesar, de los obstáculos que puedan presentársele. Creo que es la respuesta de alguien que se haya en un proceso de energía bloqueada en su subconsciente. Y como sujeto debilitado, argumenta su consigna, tratando de contagiar a las personas que lo rodean. Son como la enredadera que va parasitando el grueso tallo de un árbol. A mi entender, ese lema que usted puede oír en cualquier lugar, es una entrega parcial a la desidia. Y, si se habla de síndrome, las personas que la llevan siempre en la boca, pueden hasta caer en la depresión. Ya nada les importa ¡Qué tristeza! Cuando nos topamos en una oficina con almas de esa naturaleza.
A mi modo de ver el asunto, no es el hecho de que el funcionariado prestador de servicio, verbigracia, tenga problemas familiares, que un hijo anda en malos pasos, conflictos domésticos con la esposa; con el marido, que el sueldo no le alcance, que al vehículo la batería se le descargó; lo que lo hace vulnerable. No, no son esas calamidades lo que lo conduce a expresarse a no darse mala vida, sino esa energía baja, esa autoestima que anda por el piso; negándose a sí mismo; y transmitiendo su desaliento hacia los demás que en cierta forma perjudica su área laboral. Pienso que si la persona, así gane mucho dinero, sino está anclada con lo que hace, es propicia para que su conducta se vea alterada como producto de su propia fabricación mental. Los demás no son responsables de sus actos. Es hasta peligroso, cuando esa consiga del "No me doy mala vida" se escapa y contamina a otro ser, igualmente marginal, ocasionando una metástasis de resentimientos dentro del área laboral o en cualquier otro ámbito, donde el único perjudicado es el público que busca ser atendido.
Sería una larguísima lista de los ejemplos que en este modesto escrito aquí se plasmaran, sin embargo, he aquí algunos casos con que, tanto usted como este pecador, nos hemos topado algunas veces: La maestra que considera que no recibe una buena remuneración; y le transmite la enseñanza de mala gana, con mala fe a sus párvulos; sin tener la visión de que esos niños y niñas serán el futuro de un país en intervalo no muy lejano. La empleada bancaria que, desde la taquilla, trata mal a las personas de la tercera edad; a pesar de que la moza aparece con una bella sonrisa en las publicidades de la televisión. El trabajador que muchas veces daña los equipos intencionalmente de la misma empresa que le paga sus emolumentos para mantener a su familia. El médico o la enfermera que se queda con los brazos cruzados ante un paciente que amerita atención urgente; dizque porque no le aumentaron la bonificación este mes ¿Verdad que da exacerbación?
Visto así la cuestión, imagínese usted si personajes como el Dr. Jacinto Convit, algún día en su existencia, hubiera dicho "¡Yo no me doy mala vida!" no tendríamos los resultados de sus investigaciones científicas. Si Simón Rodríguez, Andrés Bello o Prieto Figueroa no le fueran dado importancia a la educación; hoy en día no tendríamos sus legados. Si nuestro Libertador en sus momentos de exilio por las pérdidas de la 1ra. Y 2da. República, se hubiera dado a la tarea de emigrar para acomodarse a sus intereses personales; aún fuéramos colonia de España. Si Einstein se fuera conformado, sólamente, con quedarse laborando en una oficina de Berna por no conseguir trabajo después que se graduó en la Universidad, aun con una úlcera gástrica que lo agobiaba; no fuera sido el padre de la energía atómica. Y, otras almas que siempre mantuvieron la perseverancia y no cambiaron de discurso. Se mantuvieron incólumes en sus propósitos.
Ahora bien, como todo en la vida, no hay que observarlo con un lente negativo, sí existen personas que nos rodean que están cargadas de energía, asiduidad, que no se rinden, no asumen su existencia como una competencia de carrera de fórmula uno, mantienen la cordura, se enfilan en una corriente de pensamiento inalterable que no los abandona la fe. Concebido así estos aspectos, esas personas que naufragan en las aguas del "No me doy mala vida" quizá reflexionen con el tiempo y el sano objetivo de contribuir con una de las más grandes fuerzas del ser humano: La voluntad, ese motorcito que mueve con vigor todas nuestras acciones cotidianas. Que ni el desencanto, el cinismo, ni la incomprensión al pretender hacer las cosas bien, hagan acto de presencia en tal vulnerables personas. Que se conviertan en un fruto de reflexiva madurez. Una institución, una empresa, un país no pueden salir adelante con trabajadores (Desde la gerencia, hasta la señora que, honradamente, realiza la limpieza) que se encuentren sumergidos en el slogan "¡Yo no me doy mala vida!".