Peripecias de un andariego en el Metro

Cada generación tiene su época, de la cual da qué hablar. El caso que nos ocupa, va referido al transporte público, que como todo elemento de prestación de servicios, ha evolucionado en el tiempo. Nuestra hermosa Caracas no escapa a ello. En los albores del Siglo pasado, en 1906, comienzan a funcionar en la ciudad los Tranvías Eléctricos. Pero, ¿Qué eran estos aparatos? Para ese tiempo, fueron unas máquinas muy importantes en el desarrollo de la capital. Su objetivo era transportar a los habitantes desde diferentes rutas capitalinas. Según cronistas aventajados: "La línea estación de Caño Amarillo a la estación del Ferrocarril Central al este de la ciudad. Atravesaba a la ciudad de este a oeste, pasando por la Plaza Bolívar". Tenía sus reglamentos, veamos algunos: "No se permite llevar perros en los carros" "No se permite fumar cuando haya damas". Desaparecieron en 1946 (Poquitos años antes de yo venir al mundo). Sólo quedan los recuerdos. Entre nubes borrascosas y nubes apacibles de la ciudad, salimos del Siglo XX.

Entramos al Siglo XXI. El hormiguero humano que vaguea (deambula) en las instalaciones del metro de Caracas, metrópoli donde ya no cabe mucha gente; existen tantas aventuras y desventuras a la que son expuestas las personas de a pie, que bajo cualquier circunstancia, hacemos uso obligatorio, diariamente, de este medio masivo de transporte, que en gran medida, satisface las necesidades de movilizarnos de un sitio a otro, en dirección este-oeste, y viceversa. En este sentido, no es inverosímil para nadie, aun, para usted, que lee lo que este escribidor plasma desde este borroso teclado; enterarse de las peripecias de un andariego en el metro. Sobre esta ciclópea máquina que serpentea, como Reptil huyendo de la bulliciosa ciudad, ¡Cuántas cosas no podemos contar! en especial, en estos ratitos de ocio que usted y yo compartimos. A quién no le ha sucedido algún evento extraordinario en las entrañas de algún vagón. Soy el que piensa, que cada quien contará su experiencia como le haya ido en la fiesta.

Cuando nos adentramos en las fauces de ese sistema venoso subterráneo; empiezan a brotar acontecimientos que marcan la rutina de los transeúntes. "¡No pise la raya amarilla, hasta que el tren se detenga!" Norma interna que muchos usuarios no cumplen, a sabiendas del riesgo que representa el incumplimiento de esta regla de prevención. La adrenalina sube entre la desesperación y la esperanza de llegar temprano al destino, cuando se escucha que se aproxima el metro. El nerviosismo invade los andenes; traduciéndose en acelerar la marcha, y al pasitrote, van atropellando a los demás, no importando si son niños, adultos o ancianos. Pareciera que estuvieran en búsqueda de un trofeo. Inconscientemente, la misma dinámica de la ciudad hace que se olvide por los momentos de la prudencia. Mientras se espera, angustiadamente, la llegada del gran aparato; surgen tertulias de diferentes tópicos; desde preparación de alimentos, la esposa que el marido la engañó; hasta de enderezar el mundo surge en los andenes.

Al detenerse el tren, se abren las compuertas. Aquí comienza otra sampablera; los que salen, lo hacen a fuerza de codazos y empujones; reflejando angustias en sus rostros. Se dejan escuchar voces, como: "¡Dejen salir!", "¡Cuidado, es una señora embarazada!", "¡Chico, fíjate dónde pisas!", "¡Bruto, no ves que vamos saliendo!", "¡Tú no sabes con quién estás metiéndote!"; y otras de elevado volumen: "¡Ay, muchacho, échate desodorante!","¡Apártense, que voy con todo!". Al sonido (Tuuuuu) se cierran las puertas del vagón. Si éstos hablaran. Aquí se abren otras páginas del viaje. Entre el silencio de la gente y la fricción del tren con los rieles; surge una voz de algún vendedor imprevisto: "¡Bueno, mi gente, aquí les traigo (...) para que le lleves a tus nietos!". También se destacan esos jóvenes que cantan música rapera, entreteniendo a los pasajeros; una que otra jovencita se ruboriza. Hay quienes se te acercan con una biblia en la mano, preguntándote: "Varón, ¿me permite que le lea un versículo?; aquí está la salvación".

Llega la hora de desembarcar. Al anuncio, generalmente, con voz femenina: "Próxima Estación…". La cosa se pone sustanciosa si te encuentras del lado contrario de la puerta. Hay que ir desplazándose, amuñuñado, para salir lo más rápido posible, sino lo harás en la próxima estación. En una oportunidad, un botón de mi chaqueta se enredó con un accesorio de la blusa de una señora muy elegante; casi que me cachetea In Situ. El apuro por salir hace que a veces, indeliberadamente pasen estas cosas. Pena, me dio con la dama. Le pedí disculpas. No obstante, creo que a élla le proporcionó más vergüenza; ya que casi se le visibilizó todo su transparente sostén. Todas estas escenas se viven allí, en el día a día. Bondadoso es decir, que también eso forma parte de nuestro gentilicio, de nuestra venezolanidad; calor humano que nos identifica como lo que somos (Venezolanos). Con nuestras debilidades y fortalezas; pero nuestro linaje cultural no lo hallamos en otros confines del planeta. Para concluir nuestras ociosidades; aquí le dejo esta perlita:

En el metro me embarqué

mejor digo: me embarcaron

a una moza la pellizcaron

yo, como era más viejo

me doblaron un pie.

 

PD: Escribe, que alguien lee. El que lee, algo le queda.



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José García

abogado. Coronel Retirado.

 jjosegarcia5@gmail.com

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