Forma parte de la economía de nuestros impulsos, atribuirle a alguien el origen de las catástrofes. Por eso, el comportamiento más recomendable ante esas situaciones límites, depende de cuál sea ese principio atribuido. Nietzsche, en varias páginas memorables, se burla de la inclinación de achacarle a Dios el comienzo de los desastres naturales o de otro tipo, como las guerras o las hambrunas. Es irrisoria esa "explicación" porque, si Dios es el origen de esas calamidades, el creyente asume, con esa conciencia que Marx llamó atinadamente "falsa", que la culpa termina siendo de las mismas víctimas del terrible acontecimiento. Seguro algún pecado han cometido y, así, la desgracia se justifica y hasta se santifica. Se trata de un "castigo divino" y lo único que tenemos que hacer es golpearnos el pecho y asumir nuestra inconmensurable culpa.
Pero otras veces, se recurre a un mecanismo más del gusto de los manipuladores. El origen de las catástrofes viene a ser, entonces, un grupo determinado, un país vecino, los contrincantes en la lucha política, los de una raza u orientación sexual determinada. Entonces, la culpa encuentra satisfacción en la paranoia habitual, a juzgar por su éxito como argumento manipulador en muchas guerras y disputas políticas. Surge la figura del "chivo expiatorio". En las tribus antiguas del Oriente Medio, se le adherían todas las culpas a un chivo o un cordero, el cual acababa sus días en un horrible despedazamiento. Una variación de ello, más reciente, sería la "conspiración"
Las teorías conspirativas son incontables. Desde aquella de los "Sabios de Sión" que se inventó en el siglo XIX, y que terminó inflamando la imaginación psicópata de los nazis y los antisemitas de toda calaña, con la creencia de que los judíos estaban confabulados para apoderarse del mundo y someterlo a la miseria, hasta el delirio más reciente del "Club Bildenberg", cofradía que unificaría a los más poderosos del mundo, quienes se reunirían en secreto cada cierto tiempo a urdir sus maldades, como si no dispusieran de foros más obvios y citas abiertamente publicitadas.
Por supuesto, hay detrás de toda teoría conspirativa, un eco de aquellas creencias medioevales en las maquinaciones del Demonio, de Satanás en persona, quien ocupa en la imaginación occidental el lugar del gran conspirador universal. Otra versión del gran complot fue aquel "fantasma que recorría Europa" de los tiempos de Marx, que en el siglo XX adquirió presencia y solidez en la maligna Unión Soviética, los Partidos Comunistas y la presencia de sus miembros y "tontos útiles", con los "cerebros lavados" todos ellos, en prácticamente todas las instituciones, iglesias, artes, laboratorios, con una capacidad de influjo y poderío inconmensurables, que los hacía responsables de casi todo lo malo que podía ocurrir. En espejo, el stalinismo en la URSS inventó también complots increíbles, como el de los agentes del imperialismo alemán, o norteamericano, o de donde sea, infiltrados hasta en el comité central del partido Bolchevique. No fue otra la acusación de Stalin contra dirigentes bolcheviques de la categoría de Bujarin, Kamenev, Zinoviev y el siempre maldecido Trotsky, que el de espías de una potencia extranjera. Nada de particular en que lo acusen a uno de ser agente de la CIA, por decir alguna pendejada evidente como la responsabilidad del gobierno en el desastre de la economía nacional o la destrucción de la industria petrolera del país.
Una pandemia como la del COVID-19, con toda su mortandad y sus consecuencias económicas que hoy se avizoran, pinta bien para ser una catástrofe de esas para las cuales la "falsa conciencia" se siente coaccionada a buscar culpables. Al atavismo de la paranoia conspirativa, se le agrega el hecho de la pugna por la hegemonía de la economía y la política mundial, que se viene desarrollando desde hace casi veinte años.
Precedido de rumores difundidos por las redes sociales (los medios de información masiva actuales), Trump le señaló el camino, con sus bravatas, a un grupo de abogados del Estado de Missouri de los Estados Unidos para formalizar una acusación contra el Partido Comunista Chino, como entidad dirigente del Estado oriental, por desatar la pandemia. Se le acusa de no informar adecuadamente de los trabajos del Instituto de Virología de la provincia de Wujan. Los abogados, y antes Trump y las supuestas investigaciones de algunos diarios norteamericanos, han puesto en serias dudas la versión inicial de que el virus pasó a los humanos a través de una apetitosa cena con murciélago, animal vendido en el mercado de esa inmensa ciudad. Observan con sospecha que China no haya sido más golpeada con infecciones y muertes, como lo fueron Italia, España, Europa toda y, sobre todo, los mismos Estados Unidos que, en un giro también demasiado llamativo, pronto se convirtió en el epicentro de la pandemia, con sus records de infectados y fallecidos. En medio del embrollo, no ha quedado ilesa la que se suponía la institución global que debía coordinar y darle sustento científico a las respuestas internacionales a la pandemia: la Organización Mundial de la Salud. Con su habitual verbo escandaloso, Trump la ha señalado de ser cómplice de los dirigentes chinos, por lo que su culpa también tienen de los miles de muertos norteamericanos y de otros países, incluidos los de los "holeshit countries" ("países de mierda"), como los denominó una vez el mandatario estadounidense.
Las acusaciones norteamericanas han despertado de nuevo a los cazadores de brujas mccarthistas. El primerito, Vargas Llosa, y tras él, una cohorte de opinadores, cuya primera definición y premisa es el anticomunismo, se ha soltado para convertir un problema, el origen del virus, cuya dilucidación debiera interesar a todo el mundo, en un aspecto de la confrontación política. Si es que hay algún razonamiento en esta orquestación, sería la siguiente: los comunistas son malditos demonios, los demonios lanzan las catástrofes sobre la Humanidad, la pandemia del COVID-19 es una catástrofe, luego fue creación de los comunistas.
La respuesta ha sido, si se quiere, apaciguadora, aunque muy asertiva. El gobierno chino ha reiterado que su país es una víctima más de la pandemia, y no su perpetrador. Hizo un llamado a fortalecer la solidaridad internacional y rechazó la exigencia, promovida por Trump, de represalias o rendición de cuentas. "¿Alguien le pidió a los EEUU que diera compensaciones por la gripe H1N1 en 2009, que se extendió a otros 214 países, matando a 200.000 personas, luego de ser detectada en Norteamérica? ¿Alguien pidió cuentas por el SIDA o por la quiebra de Lehmann Brothers, que en 2008 ocasionó un colapso financiero que afectó a todo el mundo?" dijo el vocero chino. Insistió en que la cuestión del origen del virus es un asunto científico, no político, por lo que recomendó dejarlo a las investigaciones comandadas por la OMS.
Este incidente político, uno más en la batalla política por la hegemonía mundial que pica y se extiende, echa abajo esas demasiado optimistas visiones, inspiradas en cierta autoayuda ingenua, rayana en lo bobalicón, de que la pandemia le "enseñará" algo a la "Humanidad" y provocará "cambios importantes", tales como el crecimiento de la solidaridad, la compasión y la ayuda entre los países, cosas indudablemente deseables, pero lamentablemente muy lejanas dada la evidencia. Incluso algunos bienintencionados han llegado a plantear que se aproxima, al fin, un gobierno mundial, planetario que, de paso, contribuiría a atender otro de los grandes problemas globales que afronta nuestra especie: el colapso ecológico. Esos caballos salvajes corriendo hermosos por las playas sin un solo humano, parecen imágenes de un futuro deseable que, no se sabe muy bien cómo, la pandemia contribuirá a conseguir. Ella igual contribuiría a la "reinvención del comunismo" del que habla, con su ligera locuacidad, Zizec. En fin todos los soñadores de la imaginación de John Lennon, han dicho sus cosas. El Beatle estaba claro en que era su imaginación. Otro asunto es que se tomen en serio, como predicciones o algo parecido. En realidad, el pronóstico más ajustado ha sido el realista de un Alain Badiou, para quien no habrá mayores transformaciones, o, en todo caso, las que sugieren el filósofo italiano Agamben o el historiador israelí Harari, que hablan de la profundización de los estados de excepción y de las tiranías con un agregado tecnológico escalofriante, a través del control biológico, posibilitado por la confluencia de la bioingeniería y la infotecnología.
Los venezolanos, en este sentido, podemos aportar algo. De hecho, es posible que ya estemos viviendo ese futuro de la pandemia en el mundo del que hablan los pensadores europeos. Ya el estado de excepción, que por definición debiera ser provisional, se nos estaba convirtiendo en permanente desde antes de la pandemia, con la desintegración de la institucionalidad estatal. Estamos viviendo una excepción dentro de varias excepciones, metida una dentro de la otra. La cuarentena total, que sí ha dado resultado en el "aplanamiento" de la curva de las infecciones, ha venido como anillo al dedo para disimular la destrucción de nuestra industria petrolera, la sequía de la gasolina y la parálisis del aparato productivo y hasta del transporte público, que venía desde antes de la bestial recesión mundial actual y la crisis extrema de los precios del petróleo que, hay que reconocerlo, no tienen nada que ver con Maduro. La pandemia ahora será la nueva causa, junto a los bloqueos del imperialismo, de la miseria profunda, terrible, desesperante, que viene de hace, por lo menos, 8 años. Esas pequeñas explosiones sociales por hambre en algunas poblaciones (Upata, Cumanacoa, Bobure, Calabozo, Punta de Mata), serán censuradas como inconvenientes, dadas las amenazas del Imperialismo, o hasta condenadas por ser promovidas por el enemigo, sin reconocer la desesperación que hoy es altamente inflamable. Podremos entonces, dirán los del gobierno, atribuir al mismo corona-virus, todas nuestras calamidades presentes y futuras. Ya buscaremos alguna manera de atribuir el Corona virus a nuestros enemigos habituales.
Ciertamente, la Humanidad no aprende nada. Especialmente refractarios, son sus dirigentes, claro. Sólo profundizan sus paranoias, sus odios, sus luchas habituales, sus manipulaciones, en situaciones cada vez más peores, precisamente porque cambiamos para mal. Hay un margen muy estrecho, de todos modos, para el buen sentido de apostar a la solidaridad, al cuidado mutuo, a resguardarnos en la cuarentena y, en fin, a esperar que los científicos (allá donde hay ciencia) logren al fin dar con una cura, una vacuna y una metodología que nos permita, por lo menos, salir de esta con vida.