Desde la perspectiva de una afrovenezolana
De niña, eran muchas las anécdotas, vividas o escuchadas, que contaba mi abuela. Ella y dos tías más, mientras enrollaban tabacos para vender. Muchas veces, mientras me escarmenaba el cabello, me iba las iba contando, como aquella del día en que se le apareció mi primo Alfonso en sus sueños, quien ya contaba de muerto, un montononon de años. Yo, sentía sus manos cálidas, mientras me desenredaba ese cabello, que solo por ella, era querido. Desde niña, el cabello se convirtió en mi pecho, como un grillete en los tobillos. Pesaba en la escuela, pesaba en el mar, pesaba entre mis primos, rubios, ojiverdiazules, pesaba en el bolsillo y en el humor de mis padres.
Escuché desde los 4 años, entre mis padres, que no se sabía, a quién había salido yo, con el pelo malo. Eso, en el día más sencillo. En los más espesos, se echaban la culpa de familia paterna a familia materna. Con el tiempo supe, que al blanquito de mi papá, quien tenía la bemba como Elías Jaua (Esta referencia sobre Elías, me la estoy copiando de un foro), se desrizaba el pelo y el proceso, lo llevaba con extrema discreción, mi mamá. Caramba, que obsesión por el pelo liso, porque hasta cortísimo lo llevaba el cristiano, casi pegado al coco.
Aquellos días de entre mis 5 y 10 años, los llamaré, los días del aceite de coco. Mi abuela hacía este aceite, un día antes. Se dejaba reposar y al enfriar se metía en la nevera, para luego usarse como una crema. De niña, no me gustaba ese embadurne. Hasta el día de hoy, no soporto ninguna fragancia con olor a coco. Años después, un salero de gente, y que de la tendencia a lo alternativo y orgánico, recomienda el coco para la piel, para el fortalecimiento del cabello, para la comida... En aquella época, a inicio de los 70, que tu cabello, tu cuello y las sienes brillaran y olieran a coco, era demasiado "niche". Hasta en esa escuela pública a la que asistía, Escuela nacional Graduada "El Barrio Amparo".
Esa resistencia a que me peinaran, por supuesto, iba más allá del milagroso aceite. No había forma de que al escarmenarme el cabello, yo no terminará entre jalón y jalón, llorando. No por el lado de mi abuela, quien se dedicaba con el tiempo necesario a mi cabello y a mas queja por mi parte, mas aceite para desenredar. Más bien, el lado de mi madre, no solo por mi cabello, delgado y afro; sino por esa manía de las madres venezolanas, de alisar el cabello a base de cremas y prensarlo y que para que se mantenga en su sitio y no se despeine. Aquí salía, una crema mucho más amable, a lo largo de unos 20 años, tres marcas, con el mismo formato. Cada una con olores, de la triquiñuela comercial. Todas, todas, deshidrataran el cabello y modificaran las características sanas del mismo, pero bueno, también esa es otra historia. Ah costumbre cultural, más extraña. Sin duda debe ser de la colonia. No le encuentro más explicación, a tamaña tortura a la cabecita infantil, desde lo físico y a la mujer, desde lo psicológico.
Aún cuando a mi cabello le llego su lugar en la industria, con la moda afro; por supuesto, ya mis rizos estaban desaparecidos a causa de los desrices, los grilletes de mi cabello afro, no cambiaron. Primero alisaba el cabello con secador y luego le hacia los rizos con papel aluminio.
En mi casa llegó tarde eso de que "te dejaran usar afro", el cabello podía lucir la parte de la mollera con rizos y la parte de atrás en un moño y que "a lo Grace Kelly". Tan atrás, no habían quedado los tiempos en los que jugaba con mis primas, y usaba toallas largas, para representar una vecina de cabello largo y liso. Me miraba al espejo y pensaba, que bella me vería con el cabello largo y liso. Veía lo bien que me sentaba esa imagen en el espejo. Tampoco, había descartado en mis aventuras, el uso de peluquines y pelucas lisas. Mi primer peluquín (así lo llamaban), lo usé a los 9 años y la peluca completa, a los 14 años. Tal era mi anhelo del cabello liso. Ya a los 12, mi primer regalo de adolescente, fue que me llevaran al Salón de Belleza Antonieta, para que me desrizaran el pelo. Ahora si me veía, como mis primos, hermanos y tíos; al mejor estilo de quien esconde la tripa de un embarazo, porque a la familia le causa vergüenza.
Ahora bien, vayamos a otros escenarios. El día que me presenté a un trabajo que me dieron por credenciales, y la recomendación hecha, fue, que me peinara. Ya pertenecían al pasado, los grilletes que me habían amarrado al cabello liso del concepto familiar. Había compartido un tiempo, en la costa afrovenezolana, además de haber pasado un tiempo con tres amigas afrobrasileras; en cuyos espejos, ser afro, era el mayor regalo que nos había conferido la tierra, y mi cabello, un privilegio. Rodaban los años 90. Entre mis casi iguales (yo era una galleta oreo, marrón, con ideología neocolonial blanco-peninsular), fui aprendiendo, lo que en casa fue imposible aprender, ni en la escuela, ni en la universidad. En ese territorio amable, lleno de tambor, celebraciones, consejos y saberes; pude descubrir posibilidades, donde me explicaba, a mí misma, como mujer afrovenezolana.
En el 2001, se le acabaron los trucos a las palabras de Racismo, discriminación racial, endoracismo y xenofobia. Tanto a mi familia, como en otros escenarios colectivos, que hicieron escándalo, cuando en el 2005, me hice los luanguitos agregando extensiones. En el terreno amplio, el cabello tejido, tiene más de 3500 años AC, y su uso en cada cultura con diferentes significaciones. En los años 70, el hippismo lo hizo su peinado representativo, la industria del cine norteamericano, lo significó entre sus cánones de venta y explotación, como símbolo sensual.
El tejido Africano, cuenta con una variedad de diseños y patrones, al igual que históricamente lo hizo la cultura egypcia, la romana, la europea y la nativoamericana. El tejido del cabello, como legado Africano a sus descendientes, -el que la industria ha significado a su conveniencia- el significado, en tierra donde fueron esclavizados, ha sido de resistencia y rebeldía. Una resistencia que visibiliza su inteligencia estratégico-militar, su esperanza de libertad, su perseverancia en liberarse del yugo colonial que lo concebía no solo desde la propiedad sino desde la indignidad de la explotación, la tortura y la desmemorización con sus trucos de baja ralea, como la iglesia y sus inventos, mano operaria del sistema esclavizador colonial. Aún, cuando este espacio de la contemporaneidad, el uso del tejido del cabello, se ha llevado a los terrenos de la practicidad y derivan de la funcionalidad: frescura, elegancia, moda… Posicionando dicho concepto, hasta entre los nuestros, una confusa idea de su significado, tarea propia del discurso colonial que pervive entre nosotros.
En Comunidades Afrovenezolanas, Aragüeñas, Yaracuyanas, Varguenses, podemos ver hermosos patrones y estilos, de las carreritas luango. En el año 2001, se hizo en Yaracuy, un encuentro, donde mujeres afrovenezolanas lucieron sus creaciones. Refiriéndome a Yaracuy, existe en la acción de tejer, una cualidad espiritual que marca diferencias en su significación, al igual que en el Zulia; con respecto a las oraciones que se hacen, mientras tejen el cabello. En youtube, puede verse un documental de 38 minutos, llamado, Veroes Cimarrón, donde aparece Jesús Chucho Garcia y William Sequera, documentando el proceso del tejido de los Luangos. En el 2011, en el 5to Encuentro Internacional de Afrodescendientes y Transformación Revolucionaria en América y en el Caribe, pudimos encontrarnos con delegaciones de mujeres de la África Subsahariana, cuyos arreglos del cabello e indumentaria, quebrantaba los conceptos coloniales con los cuales se han generado prototipos convenientes a la ideología del racismo y la discriminación racial. Nosotros allí, no trabajamos con africanos o africanas pobres, trabajamos con ricos y su riqueza estaba en su legado, en lo que conocen, comparten, poseen y los identifica.
En muchas civilizaciones Africanas, existen creencias asociadas al cabello y su cuidado. Yo en lo particular, crecí con la creencia de, no es cualquier persona la que puede cortarme el cabello, el cabello si no se corta mejor, los cabellos en el cepillo o los cortados, deben enterrarse en tierra. Si, usted, lector también cree esto, déjeme decirle que esas creencias le vienen de la presencia Africana y de sus descendientes en territorio de -como diría Jorge Veloz- la mal llamada América.
Trabajando con niños, me topé con casos cayapericos de niños, contra niños que ostentaban sus características orgullosamente afro. – Quítate, caraota plástica que no me dejas ver! ¡La negrota esa con su tumusota no me deja ver, maestra! Mucho después, corriendo la primera década del 2000, uno de mis sobrinos, en esas conversaciones profundas, que suelen tener los niños de 5 años, me compartió: -Tía, yo no sé por qué a mí me dicen negro en la escuela, ¡si yo me veo marrón! A partir de ese día, la tía, también era marrón. Esa primera lógica infantil, de lo que la escuela no tenía idea de cómo acompañar educativamente, el significado de llevar con dignidad, el ser afrovenezolano o afrovenezolana.
Pero para esto, se necesita otra escuela, con otra lógica con la cual mirar, la mirada "descolonizada" que empuje una coherencia con la designorancia. Se necesita, al estado y sus instituciones.
En Venezuela hay Discriminación Racial. Desde a muy temprana edad, puedes vivir descarnadamente, quebrantamiento en tu identidad personal y social por ser afro, por quienes sus estándares se encuentran en la nariz delgada, la boca como un pequeño guión (-), los ojos -como mínimo amielados- y el cabello liso. Lo colonial se sigue expresando en el discurso colonial al modo contemporáneo del racismo y la discriminación racial.
Quiero detenerme en preguntas ya hechas. ¿A quién quiero parecerme? ¿A los santos que la iglesia colocó en sus altares, y me puso a adorarlos mientras me clavaba las cofradías? Por supuesto, esto de las cofradías, es otra historia de dominio. ¿Me quiero parecer, a quien violó mis mujeres y exterminó a parte de mis ancestros? O me quiero parecer, a quien invadió mi territorio, robo mis minerales, mis tierras, mis derechos, mi libertad y para el dominio territorial impuso torturas, fusilamientos, decapitaciones usufructuó de Africanos secuestrados y de sus descendientes.
La comodidad, quiere el olvido. Agregan que ya hace demasiados años, como si el tiempo, fuera el agua sobre la roca. Por qué no pasamos estos hechos por "La teoría del Cuestionamiento" (Jorge Guerrero Veloz, 2017). Es la palabra, la que conserva el poder colonial; la repetida como la vieja historia, la que quisieron contarnos, la que hace ver que África es negra y pobre. La que no cita a los grandes sabios africanos, la que cree que redescubrirse en sus costumbres, en la memoria colectiva, en sus modos de mirar y creer, es moda. Y más recientemente, que hablar sobre Afrovenezolanidad son inventos chavistas; esto último, una desfachatez de la ignorancia y un artilugio más, para seguir en la farsa de que en Venezuela no hay discriminación racial, y con múltiples aditivos, cuando se trata de una mujer.
Esperemos aparezca la oferta constitucional, que de una vez por todas instruya en sus artículos e incluya entre sus redactores, a la población afrovenezolana, y que de una vez por todas, se nos reconozca a todas y a todos, como actores y sujetos políticos de hecho y de derechos, agregando como necesario y urgente las reparaciones históricas, sociales, políticas, culturales y espirituales, con los nuestros y las nuestras. No somos mestizos, (término peyorativo que usaban los conquistadores, que en la península ibérica describía un tipo de animal, una animalización de los hijos de españoles e indios y que en la colonia, pasa a ser el vocabulario que reafirma la supremacía y dominación europea. Tampoco morenos, para quienes buscan un término amigable -y que más respetuoso- porque no ha sido el color, lo que históricamente nos define, sino nuestras luchas, las miradas, creatividad, filosofía y resistencia. Nuestra alegría y espiritualidad inconmovible. Como también la oralidad y entre la tanta riqueza que nos legaron nuestros antepasados, este cabello con sus juegos y sus retozos, prenda invalorable y estandarte que grita de dónde somos y de donde vinimos, quienes somos y cómo somos, desde todos sus significados.