Si hay algo que ha revelado (si es que cabe el término, dado que existe desde hace bastante tiempo) el brote y la expansión de la pandemia del Covid-19 a nivel mundial, aparte de la evidente fragilidad de la salud humana y de las deficiencias del sistema público que debiera funcionar adecuadamente en cada nación para garantizar este derecho a todos sus ciudadanos por igual, es la profunda brecha económica y social que divide a ricos y pobres. Una cuestión que es reconocida por economistas y legos en la materia, ya que la misma constituye el resultado visible e inmediato de lo que ha sido, desde finales del siglo XX hasta ahora, la imposición del capitalismo neoliberal.
Para muchos analistas, lo que mucha gente llama la nueva normalidad, en el caso que acabe la pandemia del Covid-19, no será una vuelta atrás sino el establecimiento de nuevas realidades al servicio de los grandes capitales, teniendo como fondo la supresión de los niveles de democracia existentes y, como secuela de ello, la minimización y/o eliminación del Estado de bienestar tradicional. Por lo pronto, estas nuevas realidades han hecho despuntar el trabajo online a distancia (incluyendo la educación formal), lo que se traduce en un enorme ahorro de costos laborales para las grandes empresas al liberarse de la cobertura de protección social a que tienen derecho sus trabajadores. A esto se suma la incidencia grave que produce en las nuevas generaciones las medidas adoptadas en cada nación contra la propagación del coronavirus.
«Los datos -escribe el periodista uruguayo Eduardo Camin en su artículo "COVID-19, el virus del capitalismo y la explosión histórica del desempleo"- van demostrando que serán las y los jóvenes entre 15 y 24 años, quienes serán uno de los rangos etarios más golpeados por el desempleo y la precarización laboral. Ya se comienza a hablar de "generación de confinamiento", principalmente porque son quienes han visto interrumpidos sus procesos de educación, formación y capacitación, pérdidas de empleo, reducciones de jornadas y remuneración y además tienen mayor dificultad para conseguir un nuevo empleo. Este sector además es el que ha mantenido altas tasas históricas y estructurales de desempleo, previo a la pandemia». Esto último es una cuestión que ha sido escasamente abordada, obviando los cambios que ella entraña, pero que, de una u otra manera, tendrá sus repercusiones históricas en la «nueva normalidad» de la que se habla actualmente.
Las cifras en ascenso de trabajo informal y/o empleo por cuenta propia, sin dejar de mencionar la explotación de miles de trabajadores carentes de derechos laborales en procura de mantener un mínimo de condiciones de vida junto con sus familias, condena a la mayoría de los países a mantenerse en un grado de subdesarrollo quizá mayor al experimentado en el siglo pasado; sin resultados positivos significativos en materia de crecimiento económico y menos aún en la reducción de la desigualdad social.
Para otros, la «nueva normalidad» post pandemia podría desmontar todo el ensamble de la globalización capitalista al promoverse la tendencia -adelantada por Israel y Estados Unidos- de países amurallados, con restricciones fronterizas estrictas que dejan ver un sesgo xenófobo y racista, lo que implica que el Norte global se encerraría fronteras adentro, limitando incluso su intercambio comercial con el resto del mundo. En otra perspectiva, esta misma situación podría crear condiciones para que haya un autogobierno social, lo que equivaldría asegurar para todos la integralidad y la sostenibilidad de la vida. La presencia cada vez masiva de pueblos y nacionalidades indígenas, de movimientos feministas, de comunidades campesinas y disidentes, y de diversos movimientos populares y ecoambientales en la escena pública hace presagiar que esto último sea factible y no simple utopía. Será preciso que la organización y la autoridad comunitaria, la reciprocidad, la ayuda mutua y el trabajo colectivo que, vistas y practicadas, son acciones colectivas que cuestionan los valores legitimadores de los sectores dominantes, se conviertan -casi nada- en los pilares de un nuevo tipo de civilización. El hartazgo pandémico de millares de personas en la actualidad sería entonces la señal del comienzo de una «nueva normalidad», no la que importa al mercado capitalista sino la que todos debiéramos anticipar y crear en nuestro común beneficio.-