"Cada quien cuenta su experiencia cómo le haya ido en la fiesta", reza un refrán popular. Esto lo traigo a colación, porque en una oportunidad le escribí a la Licenciada Sebastiana Barráez, a través de mi correo electrónico. La conversación se enfatizó en relación a una información que la dama periodista había publicado en un medio de comunicación impreso, donde se detallaban pormenores de unos eventos acaecidos en la institución militar, donde me correspondía ejercer mi profesión castrense y; aunado a ello, mi persona directamente poseía conexión con los hechos; es decir, yo tenía los pelos en la mano de lo que la comunicadora social desconocía, de lo que élla no había palpado, visto, ni sentido. La comunicadora no estuvo allí. Yo sí estuve ahí.
Ahora bien, el producto de todo aquello fue que no se correspondía la verdad con lo que fue publicado. Ignoro con qué intención. Ante esto, procedí a escribirle, diligentemente, y decirle que lo publicado tenía inconsistencia, que era una quimera.. A la par le manifesté que el funcionario o funcionaria militar que le proporcionó la información, desvirtuó la narración de los hechos, de los cuales yo había sido testigo fiel y, en esa medida, élla lo había exteriorizado a la opinión pública, la que como un zombi hipnotizada, empezó a divulgar todo aquel fariseísmo noticioso, originando una tergiversación colectiva de los hechos. Cual farsa noticiosa.
En consecuencia, cuando la periodista recibió mi comunicación, retrucándome con ciertos signos de tibieza que fue moderando en la medida de nuestra interacción por el medio tecnológico. En el intríngulis del diálogo me lanza esta perlita: -"¡Dime, dime ¿Qué está pasando ahí adentro?"- como pretendiendo sacarme información, cual cándido niñito que se engañaba con una chupeta. Estimé que mi opinión podría ser insumo para su trabajo periodístico. Me negué rotundamente a suministrarle sus requerimientos, ya que consideré aquello como una estrategia farandulera de poca seriedad, impregnada de chismes y bolas de pasillos infundadas, donde yo iba a ser su mercado cautivo, su elemento incauto para sus pretensiones, las cuales, para el momento desconocía.
Vista así las cosas, no tenía, ni tengo nada en contra de la comunicadora social, porque entiendo perfectamente que ese es su trabajo y; nadie lo puede negar, es su manera de ganarse la vida, como cualquiera ciudadana. Sin embargo, pienso, que en los temas de la Fuerza Armada deberá ser un poquito más acuciosa; y no dejarse llevar como una marioneta informativa por lo que puedan remitirle algunos resentidos de la institución uniformada, con subrepticios propósitos, como los hay en cualquier ente público. Hay que considerar que los hombres perciben las cosas de modo diferente y emiten sobre ellas juicios distintos y contradictorios ninguno de los cuales es verdadero sino apenas probable. Cuando la razón reina, las pasiones desaparecen, dijo alguien por allí. Si bien es cierto que existe libertad de expresión no es menos cierto que tampoco puede estar impregnada de falacias, mentiras en la comunicación, lo que conduce a pensar que se crea un ambiente de dudosa veracidad y de genuina incredibilidad. Considero que la ética de un comunicador social no debe dejar de ser significativa e importante en la sociedad, que no puede desvirtuarse por cursilerías. Aunque esto es un argumento ya histórico, no deja de tener validez, cuando en los hechos se alteran las informaciones, sobre todo, en estos tiempos donde las redes sociales tejen sus telarañas informativas y desinformativas, como la viuda negra en su hábitat red.
Para finalizar, esto no es menoscabo para cavilar que su trabajo periodístico es muy valioso para la masa receptora, siempre y cuando, exista objetividad y ausencia de apasionamientos e informaciones compulsivas y viscerales. En esa medida ganamos todos: Transmisores y receptores, comunicadores y público en general, ansioso de desconocer y conocer lo que está pasando ahí adentro.
¡Gracias por su atención! Nos vemos en la próxima estación.