Murió y renació. Falleció y fue sembrado. Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos, tal como lo dice el padre cantor Alì Primera y en Jesús “Gordo” Páez tenemos el vivo ejemplo de lo que fue y es un revolucionario integral y total que no claudicó, no se entregó y desde cualquier trinchera estaba siempre dispuesto a llevar su canto, su palabra y su ejemplo de hombre nuevo, del hombre nuevo que planteaba el “Che” Guevara y que se espera se genere con el proceso de transformaciones que se desarrolla en Venezuela.
A pesar de todo lo que falta, de todas las fallas que todavía hay, imagino que el Gordo veía cristalizar hoy su sueño, que es del muchos de nosotros, los que venimos desde los años sesenta, setenta y ochenta, de participar en la construcción de una sociedad mas justa, equitativa, humana, es decir, de la sociedad Socialista. Así lo decía siempre en sus canciones hechas de Revolución y Amor. Amor hacia un pueblo que siempre lo admiró.
El Gordo Páez se convirtió en un ícono de la canción necesaria. Su enorme humanidad, tan enorme como su sensibilidad se esparcía en cuanto escenario se le invitara. No tenía límites el Gordo. Cantaba, discurseaba y cantaba hasta quedar sin voz. Le cantaba a Manuelita, a Bolívar, al Che, al pueblo, a los niños, al Amor. Rompía la guitarra y el cuatro tratando de sacarle los sonidos que llegaran a ese pueblo que tanto amó.
Recuerdo que en un conversatorio al que nos invitó otro grande de la canción necesaria, su pana Carlos Ruiz, en un barrio de Cabudare, el Gordo cantó en una casita humilde, ante unas 20 personas, una canción demoledora donde mandó a la M…, es decir, a la porra, al representante de la derecha eclesiástica, monseñor Porras, de quien dijo era una basura de la iglesia católica y recibió los aplausos aprobatorios de quienes allí estábamos. Así y de muchas otras formas el Gordo Páez mostraba sus ímpetus, sus visceralidades, para expresar desde los mas profundo de su ser, las verdades que cantaba.
Cantaba con groserías el Gordo. A muchos no le gustaba. Pero él recogía las palabras de Alí que aunque diga groserías el pueblo tiene derecho. De allí el énfasis que le ponía a la canción de la tortilla cuando exclamaba: “que la tortilla se vuelva, que los pobres coman carne y los ricos… ¡!mierda mierda¡¡”. Esa canción, que parece de venganza, era recibida de su voz con explosiones de júbilo del pueblo que se la pedía siempre para reivindicarse de la explotación capitalista.
El Gordo Páez sigue con su canto. No es tiempo de frases tradicionales como: descanse en paz, sino que la lucha siga, que el pueblo continúe sin descanso construyendo su camino al Socialismo, que en ese tránsito con su voz, con su presencia, con su canto lo seguirá acompañando, desde siempre y para siempre, el Gordo Páez.
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