La posible llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 no solo revive su estilo político disruptivo, sino que también expone una estrategia comunicacional calculada: mantener en la palestra temas polarizantes —como la migración, la guerra en Ucrania y la política energética— mientras se pospone la construcción de un plan económico coherente para sanar las heridas de Estados Unidos. Esta táctica, aunque efectiva para movilizar a su base, podría profundizar las divisiones internas, debilitar la credibilidad internacional del país y dejar sin resolver los desafíos estructurales de una economía que enfrenta inflación, deuda pública récord y una creciente desigualdad.
Migración: Un Chivo Expiatorio Conveniente. Trump ha vuelto a colocar la migración en el centro de su narrativa, repitiendo consignas como "invasión" o "crisis fronteriza". Este enfoque, más allá de reflejar un problema real —el flujo irregular en la frontera sur—, busca capitalizar el miedo y la frustración de sectores vulnerables económicamente. En lugar de proponer reformas integrales que combinen seguridad con visas laborales o vías legales, su retórica inflama el debate, desvía la atención de políticas económicas concretas y estigmatiza a comunidades migrantes esenciales para sectores como la agricultura o la construcción.
El riesgo es claro: al convertir la migración en un espectáculo político, se ignora su papel en la dinamización demográfica y económica de Estados Unidos. Mientras Trump promete deportaciones masivas y muros, no hay un plan para sustituir la mano de obra migrante ni para abordar el envejecimiento poblacional, un problema que ya afecta a estados clave como Florida o Texas.
Ucrania y la Energía: Geopolítica como Teatro. La insistencia de Trump en minimizar el apoyo a Ucrania —llegando a sugerir que Rusia "haga lo que quiera" con países aliados— no solo socava la OTAN, sino que refuerza su narrativa de un "América First" aislacionista. Este posicionamiento, sin embargo, esconde un juego más complejo: vincular la ayuda a Ucrania con intereses energéticos domésticos. Al presionar para que Europa dependa del gas estadounidense —obtenido mediante fracking— en lugar del ruso, Trump busca revitalizar la industria de combustibles fósiles, un sector clave para su base política.
El problema es doble. Por un lado, debilita la unidad occidental en un momento crítico para la seguridad global. Por otro, prioriza ganancias a corto plazo para las petroleras sobre la transición energética, justo cuando países como China avanzan en energías renovables. Mientras Trump celebra "la era del petróleo barato", Estados Unidos pierde terreno en la carrera por la innovación verde.
Aranceles: Una Guerra Comercial sin Ganadores. La promesa de imponer aranceles del 10% a todas las importaciones —y hasta del 60% a productos chinos— es otra pieza de su estrategia comunicacional. Estos impuestos, presentados como un escudo para la industria local, son en realidad un arma de doble filo. En 2018, sus aranceles a China provocaron represalias que afectaron a agricultores y manufactureros estadounidenses, obligando al gobierno a rescatar sectores con subsidios millonarios. Repetir esta fórmula, en un contexto de cadenas globales aún frágiles pospandemia, podría recalentar la inflación y ahuyentar a aliados comerciales como la UE o México.
Trump vende los aranceles como símbolo de "fuerza", pero evita explicar cómo protegerían empleos en sectores automatizados o cómo compensarían el alza en precios para consumidores de clase media. La realidad es que, sin inversiones en educación técnica o infraestructura, estas medidas son parches, no soluciones.
El Plan Económico Fantasma. Detrás de esta cortina de humo —migración, Ucrania, aranceles— hay una ausencia preocupante: un proyecto económico viable para la década. Trump habla de "re-expresar" la era de crecimiento de su primer mandato, pero omite que ese periodo se benefició de bajas tasas de interés, una inflación estable y un contexto global sin pandemias ni guerras a gran escala. Hoy, la realidad es distinta: la deuda pública supera el 120% del PIB, los baby boomers se retiran en masa y la productividad se estanca.
Sus propuestas vagas —como "reducción de impuestos 2.0"— no abordan desafíos clave: La crisis de asequibilidad. Millones de jóvenes no pueden comprar viviendas, y el costo de la educación y la salud sigue disparado; La brecha tecnológica, China supera a EE.UU. en patentes de inteligencia artificial, mientras Europa subsidia su industria verde y; El futuro laboral, La automatización amenaza el 25% de los empleos actuales, según el McKinsey Global Institute. En lugar de presentar ideas para estos problemas, Trump apuesta a revivir la nostalgia de un pasado idealizado, una estrategia riesgosa en un mundo que exige adaptación, no retroceso.
Para mí y a manera de conclusión, priorizar el Teatro sobre el Progreso. La estrategia de Trump no es ingenua, él sabe que los temas culturales y geopolíticos movilizan más que discusiones técnicas sobre deuda o productividad. Sin embargo, este enfoque tiene un costo. Alimentar conflictos sin resolverlos solo amplía las divisiones sociales, mientras rivales como China invierten en infraestructura, educación y tecnología. Si Trump quiere "hacer grande a Estados Unidos otra vez", debe trascender la retórica del caos y ofrecer un plan económico detallado. De lo contrario, su administración será recordada no por sanar la economía, sino por enterrar su potencial bajo una montaña de polémicas y oportunidades perdidas. La década exige más que espectáculo, exige una verdadera sustancial salida económica. Espero que nos agarren bajo confesaos.
La crisis de los huevos vale en los actuales momentos por doble sentido. Se trepan o se encaraman en silencio y sin tanta algarabía de gallinero.