Anda circulando casi clandestinamente, un libro de Raúl Zurita Daza titulado: “VÍCTIMAS DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA EN VENEZUELA”. Digo casi clandestinamente por la forma cómo lo adquirí. Casi en secreto se me acercó un profesor de la UCLA, me lo ofreció y me dijo que el autor había realizado un titánico esfuerzo de investigación y, por supuesto, para su publicación. Así que lo andaba vendiendo de manera personalizada para poder resarcir los costos de la edición. Eso me pareció una enorme contradicción estando nosotros en un proceso revolucionario donde este es el tipo de publicaciones que desnudan las verdades de lo que son nuestros tiempos recientes y que, por ende, deberían tener la mayor difusión posible.
En dicho texto encontramos de manera descarnada, con fotografías y reseñas periodísticas de la época de los años sesenta, setenta y ochenta una parte de la verdad política que ha intentado ser escamoteada durante mucho tiempo por el poder fáctico en Venezuela. Es decir, la democracia representativa que aún es defendida por sectores de las denominadas “fuerzas vivas” de la nación y ahora, por algunos exizquierdistas devenidos en contrarrevolucionarios, plenó al país de muertos, heridos, torturados, desparecidos e igualmente victimizó para siempre a las familias de esas personas que murieron por unos ideales que ahora se intentan materializar con el proceso bolivariano en curso.
Allí se describen los gobiernos de Betancourt, Leoni, Caldera, Carlos Andrés (I y II), Caldera (I y II), Luis Herrera, y Lusinchi en relación a como cada uno de estos gobernantes, títeres de la oligarquía nacional y de las transnacionales, tenían como política de Estado la eliminación de los líderes políticos fundamentales y todo aquél que ellos pensaran que era un enemigo político. Allí se narran las atrocidades cometidas por esos gobiernos en la época de la denominada “ilusión de armonía” que en el fondo no fue mas que una mascarada democrática que se cae cuando se descubren las matanzas focalizadas en individualidades o en masacres grupales como las de Cantaura (¿recordarán los de Bandera Roja a sus compañeros acribillados allí?. ¿no le dará algún resquemor a Puerta Aponte y a los otros “líderes” de ese movimiento sentarse al lado de sus exvictimarios? ¿Cómo definen ellos la traición?), la masacre de Yumare, la del Amparo y la mega masacre del 27 y 28 de febrero de 1989.
Allí están ellos, las víctimas de la democracia representativa, del capitalismo bestial, fotografiados, allí están algunas reseñas periodísticas de esos hechos terribles para la izquierda venezolana, está la tesonera y casi solitaria lucha de José Vicente Rangel por la defensa de los derechos humanos de dichas víctimas. Está (entre muchos más) el vil asesinato de Jorge Rodríguez y la escena de su hijo dirigiendo unas palabras ante el féretro de su padre, un niño crispado por lo que en esos instantes eternos debía ser algo incomprensible. Esa es la cruda realidad de la sociedad venezolana de esos años que muchos se esfuerzan por olvidar u ocultar, quien sabe con qué aviesas intenciones.
Esta sencilla reseña la hago para invitar a los lectores de aporrea a buscar dicho libro, divulgarlo y comentarlo con las nuevas generaciones que ignoran esos sucesos. Ahora, cuando muchos jóvenes salen a manifestar por una supuesta carencia de libertad, de libertad de expresión, o por la autonomía universitaria, no puedo dejar de pensar en estas víctimas que trae al presente Raúl Zurita y que murieron en plena juventud, luchando para hacer de Venezuela una patria socialista digna y antiimperialista.
cecilperez@ucla.edu.ve