Un camarada, muy querido por cierto y muy emocionado con la creación del PSUV, me escribió solicitándome –y sin merecérmelo- una opinión sobre ese instrumento político del proceso bolivariano o revolucionario que lidera el Presidente Hugo Chávez y quien, por cierto y todos lo saben, fue el que llamó a la creación del PSUV.
No poca meditación hube de hacer antes de decidirme a escribirle unas pocas líneas al camarada, a sabiendas que no me considero ni un experto ni en capacidad de satisfacer, ni en poco ni en mucho, sus inquietudes. De entradita no más le decía que soy un ignorante en la materia, lo cual me obligaba a buscar en un elixir sin olor alguna energía para complacerlo.
No existe, así lo creo, ninguna experiencia histórica que podamos rimar en consideración para que nos sirva de guía en adelantarnos en dar una opinión, de cuerpo y alma científica completamente de pie a cabeza, sobre lo que pueda ser o no ser –en su presente y su futuro- el PSUV. Hacer pronósticos por astrología es más una cuestión de especulación de la fantasía que resultado de análisis realistas de la ciencia política.
Le decía también al camarada, de no estar equivocado, que los profetas fueron cinco y los apóstoles once y no doce como erróneamente se nos ha dicho. Ni los unos ni los otros podrían darnos una idea acabada sobre una materia que está comenzando y sobre la cual se me solicita una opinión, porque, en primer lugar, ya no existen –por lo menos como seres vivientes en la Tierra y el Cielo está demasiado lejos como para que el ojo de un alma distinga desde allá las realidades de acá-; y, en segundo lugar y muy importante tomar en cuenta, si en sus tiempos se habló de partidos sólo se referían, como lo hizo nuestro Libertador Simón Bolívar, a tendencias políticas o del pensamiento social que se disputaban poder y no a un programa, una táctica y un sistema específico organizativo como trío de elementos que conforman el verdadero significado de un partido político. Y aunque no se crea, eso nos favorece, a los que estamos aún con vida en esta Tierra y en el caso concreto de Venezuela, para lanzar algunas piedras filosofales especulando o tratando de ir descubriendo, pero nunca de un solo salto, el camino en sus zigzag, en sus flujos y reflujos, en sus aciertos y sus errares, en sus movimientos lentos o rápidos, a que se pueda ver sometido o enfrentado el PSUV en su marcha o existencia política. Es de vital importancia, lo enseña la dialéctica y el poeta Antonio Machado supo expresarlo y Serrat cantarlo, comprender y aceptar como la mejor de todas las brújulas esa que dice: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Y si algún faro nos sirve de luz en este tiempo en que la globalización capitalista salvaje pretende sea borrascoso para los muchos (al anunciarnos el fin de las ideologías), es ese lanzado a la opinión pública mundial por el Papa Juan Pablo II de que Dios no hizo al hombre ni tampoco a la mujer, lo que nos lleva al realismo de creer que sí hay cosas imposibles para el ser supremo; y, en cambio, para el ser humano lo imposible, es lo posible.
Si el PSUV lo miramos exclusivamente con el lente de la lógica formal aristotélica, lo apreciaremos desde un vacío más como un instrumento político creado en probeta que producto de realidades, contradicciones, choques de clases y conflictos entre tendencias contradictorias del pensamiento social. Pero para ver o apreciar las cosas o fenómenos (sean de la naturaleza, de la sociedad o del pensamiento) en sus profundidades, en sus contradicciones, en sus cambios, en sus interrelaciones y negaciones, tendríamos que aceptar que el materialismo dialéctico (de Marx y de Engels) nos brinda ese telescopio que nos permite comprender la necesidad de que un proceso revolucionario no es un congreso escolástico mirando hacia el cielo buscando su salvación en la tierra, sino unas realidades que requieren de un partido político que le represente cabalmente su programa, su táctica y su sistema de organización adaptados no sólo a las circunstancias del momento favorecidas –en el caso venezolano- por estar el proceso bolivariano en el poder político, sino también preparado para cualquier contingencia si es necesario para cambiar de táctica en 24 horas o menos.
Antes de decir algunas cosas relacionadas con el PSUV o de cualquier partido político de un proceso revolucionario, considero indispensable acotar que orar, rezar o guardar ayuno o ir a desear destinos adversos en predios de brujerías para que fracase estrepitosamente el PSUV, no es una buena ciencia para un cristiano, un comunista, un creyente de brujería o cualquier otro ser humano que piensen o sueñen con el reino de la justicia social. Pero, al mismo tiempo y no se trata de querer estar bien con Dios y con el Diablo, no me parece acertado caerle a latigazos o clavar en una cruz a quienes –por lo menos ¡por ahora!- no han decidido ingresar al PSUV por no sentirse plenamente convencidos de la decisión que deben tomar en materia de militancia partidista aun cuando Lenin, hasta en materia de filosofía, señalaba que el término medio es despreciable porque confunde en toda cuestión las direcciones materialista e idealista. El derecho a la libertad de pensamiento es potestad de quien hace uso de él siempre y cuando –para no hacer reaccionar el deber del respeto en el irrespeto- no propague esa malévola idea de que el hombre tiene que ser lobo y no amigo del hombre. En cambio, la libertad de expresión no puede ser el derecho de unos a mentirle y engañar a los otros; no es nunca el derecho a injuriar, calumniar o difamar a los demás, sino a informar, comunicar, dialogar, debatir y hasta combatir en el campo de batalla de las ideas no sólo con el debido respeto que merecen los seres humanos sino igualmente tratando de ser lo más verazmente posible; en fin, la libertad de expresión, en el hablar o en el escribir, no es nunca una concentración de derechos para explotar la mentira con la claridad de una conciencia que se siente con autoridad suficiente para obligar a los demás a creerla y alienarse a ella, como si ésta fuese un fetiche que como el capital, la mercancía y el dinero deben ser vistos y aceptados de buena gana como los dioses que instruyen al hombre a ser lobo y no amigo del hombre. Ningún arma es más importante en la mano o la conciencia del hombre que la verdad. Así lo dijo Jesús y así lo dijo Marx. No se trata de que quien carezca de la razón o de la verdad por ello pierda su derecho a la expresión, eso nunca, pero en la vida la lucha tendrá siempre su justificación más divina y maravillosa en la permanente búsqueda de la verdad. Por ésta, dicen, murió Cristo, pero también por lo mismo murió Marx. Por algo, más de uno y de una, han dicho que el mundo llegará un día a ser gobernado por la luz, y ésta es la ciencia, el conocimiento científico, es decir, el triunfo de la verdad verdadera.
Le decía igualmente al camarada que todos los partidos políticos que hasta ahora conocemos (por lo menos de carácter internacional: socialdemócrata, socialista o comunista, democratacristiano) han sido producto más de luchas políticas de clases que de teorías filosóficas o moralistas. Y, muy especialmente, nacidos en oposición a una determinada forma de gobierno, aunque no necesariamente en contra del modo de producción existente o dominante. Es justo reconocer que el partido comunista, sin detenernos en parámetros secundarios o en algunos desatinos históricos, nació con visión no sólo de destruir el capitalismo, sino también con la de construir la nueva sociedad (llamada socialista en su primera fase) que Marx y Engels explican en el Manifiesto Comunista, llamado éste de esa manera porque creían que el término “socialismo” en ese momento estaba siendo utilizado incluso hasta por la burguesía para engañar al proletariado y a la sociedad casi entera. ¿Quién podría imaginarse a un juez inquisidor –como son los de la burguesía por ejemplo- construir un patíbulo para que el verdugo guillotine a los grandes amos del capital condenados por su tribunal? Lo que sí creo necesario decir es que los comunistas están en el deber de rescatar el sentido propiamente dicho o científico y revolucionario de la categoría histórica “socialismo”, porque éste no es sólo la primera fase de la sociedad comunista, sino que se distingue igualmente del capitalismo y de la transición de éste al mismo socialismo en que, además de éste ser un régimen superior al capitalismo en producción planificada para la mejor satisfacción de las necesidades humanas y la conquista de la economía de tiempo, logra –muy importante saberlo- establecer relaciones desinteresadas entre las personas, una práctica de la amistad sin egoísmo y sin intriga, y desarrollar el amor sin límite envilecedor. Eso es y no otra cosa el socialismo antes de pasar a la segunda fase denominada por Marx como “comunista”, única donde se conquista el principio más sublime de todos los principios: cada cual trabaja según su capacidad y cada cual obtiene según su necesidad; es decir, el dominio del reino de la libertad sobre la necesidad como lo dijo o interpretó Engels. Por eso no es criticable que un partido político de una revolución se llame socialista.
Le decía igualmente al camarada que si alguna experiencia podría citarse, en relación con creación de partido político y no con ideología que como el cristianismo fue declarada religión oficial del Estado romano por el emperador Constantino estando aquella en oposición, sería la del Partido Comunista Cubano, pero aun así no resistiría el mínimo peso de la verdad en una balanza. El PCC nació estando, ciertamente, la revolución en el poder político, teniendo el control del Estado y de la sociedad cubana, pero si hacemos honor a la verdad y dar al César lo que es del César, lo que se hizo en Cuba fue un cambio de nombre y apellido al Movimiento 26 de Julio por el de Partido Comunista manteniendo la vanguardia política de la revolución con la misma dirigencia, la misma militancia un tanto más crecida, el mismo programa, la misma táctica y el mismo sistema organizativo (realmente mejorado y adaptado a las nuevas circunstancias del Movimiento 26 de Julio ya estando en el poder y al frente de la revolución).
Y si pusiéramos como ejemplo al MIR venezolano, no nos resultaría muy provechoso para ilustrarnos en conocimiento de la materia que estamos tratando, porque nació de un partido político (AD) estando en el gobierno y no precisamente para gobernar sino para enfrentar, incluso por la vía armada, al gobierno de turno. Precisamente, valga la pena recordarlo, entre las valiosas experiencias que mucho enseñaron a los padres de la doctrina marxista tomadas de la fracasada Comuna de París en 1871, está justamente la de que si una revolución no cuenta con un partido político de vanguardia clasista que la asuma como su propio derecho de vida o muerte, se derrumba por el peso de las adversidades que no podrían enfrentarse con éxito sin la existencia de ese partido. Toda la experiencia posterior vino a dar completa razón a Marx y Engels.
El PSUV, es lanzado la voz de su creación por el máximo líder del proceso bolivariano desde el gobierno y no desde la oposición. Esto, sin duda, es una ventaja que debe saberse cuidar y hacer avanzar sin dejarse intimidar por el espíritu de Mefistófeles que todo lo negaba, deseando que todo se arruinara hasta que no existiera nada. Sin embargo, el PSUV es una novedad que intenta unir en un solo partido político a los ciudadanos y ciudadanas (hasta ahora creo: sin distingo de sexo, color o posición económica) que apoyan al proceso en su programa, en su táctica, planteando que todos y todas hagan militancia en un mismo sistema de organización. Eso es válido, es un deber del gobierno impulsarlo, pero como es una novedad y toda novedad implica cosas desconocidas o genera –muy lógico por cierto y especialmente en la ciencia política que nada en común tiene con la magia de las brujerías- dudas, inquietudes (que puestas al servicio de una causa noble, progresan y terminan por diluirse en el conocimiento verdadero), y que siempre habrá que ir resolviendo buscando orientación en esa interrogante que hizo célebre Lenin como título de una de sus obras de ciencia política: “¿Qué hacer?”. Y las respuestas tienen que ser siempre producto de profundos análisis de las realidades, de cada paso que dan las circunstancias concretas sin solicitar permiso a nuestras voluntades, y ante cada nueva exigencia igualmente novedosa para poder avanzar, hacer marchar el proceso revolucionario errando lo menos posible. Así como Newton dijo: “¡Física, cuídate de la metafísica!”, nosotros tendríamos que guiarnos por eso de: “¡Política, cuídate de los caprichos!”
El partido es una necesidad del proceso en tiempo y lugar, no un capricho aislado de la realidad. El partido es como un cirujano para una operación que debe saber con cuáles instrumentos y en qué momento hacer la operación para que su resultado sea exitoso. Si lo entendemos correctamente, sin apuros pero tampoco esperando del sol nos haga estrellas predestinadas a pensar por nosotros, se tendrá una parte de la batalla ganada, que es un éxito, pero como nadie se baña dos veces en las mismas aguas porque todo fluye, parafraseando a Heráclito, y como existe un principio, dicho por Hegel y no por Marx para que no se aprecie marxismo en cada palabra hablada o escrita de un ateo, de que todas las cosas son contradictorias en sí, comencemos por decir, deseándole toda la suerte del mundo al PSUV, que todo partido de una revolución –sea cual sea ésta y lo dice la experiencia histórica- debe ser en el sentido más estricto de la palabra o término: homogéneo. Esto significa que no sea una suma o amalgama de tendencias o fracciones contrapuestas, porque de ser así tendría en sus entrañas muchos abortos, divisionismos y harto el estómago de oportunismos y reformismos que vaciarán su sangre paralizándole el corazón y haciendo que su cerebro deje de funcionar a falta de oxígeno, que es la fórmula H2O que le da vida a un partido revolucionario, llámese socialista o comunista o con otro nombre. De allí, así lo creo, es excelente o maravilloso que quien no esté ¡por ahora! plenamente convencido por alguna u otra razón de su ingreso al PSUV –cosa que no estoy facultado para discutirlo-, no lo haga y mejor espere para que no llegue a él con el espíritu revuelto y proclamador de perfecciones que inevitablemente conducirían al divisionismo.
Más de cinco millones de militantes inscritos como se ha dicho, de manera casi simultánea y muy rápidamente en todo el país, no puede ser obra de la casualidad por estar simplemente el proceso bolivariano en el gobierno. Tiene que haber algo más allá, eso que sólo puede lograr alguien o líder con verdadero arrastre de masas y con mucha credibilidad en el espíritu de esas masas. Creo, a sabiendas que Fidel es a mi juicio el más brillante de todos los políticos y estadistas del siglo XX en todo el vasto continente americano, que en Cuba ni siquiera el 50% de la cantidad de militantes del PSUV fue posible de un solo brinco aun cuando más del 90% de la población estaba incondicionalmente a favor de la revolución, lo cual quiere decir que el caso venezolano con unos 16 millones de votantes resultan 5 millones y un poco más un récord de militancia en un solo partido político para todas las naciones que oscilan entre los 20 y 30 millones de habitantes. Si bien eso se constituye en una alegría, no menos cierto que eso también causa alguna alarma, una cierta preocupación porque en los partidos como en la cultura popular, de ésta lo decía Alí, se cuelan zorros y camaleones. Tenidos éstos como aquellos que buscando no perder sino más bien ganar espacios y beneficios personales, se inscriben en un partido teniendo plena conciencia de no compartir la esencia del socialismo, porque mucho saben que éste, quiérase o no, tiene que conducir al predominio absoluto de la propiedad social sobre los medios de producción; y, además, saber que la propiedad privada de los mismos y el Estado que sobre ella se levanta y le sirve incondicionalmente conforman la fuente más perversa, en este tiempo, de generación de los grandes y pequeños males que padece el mundo, y que de no solucionarse prontamente entraremos a un abismo de terribles hecatombes de consecuencias impredecibles por profetas o apóstoles de cualquier naturaleza.
Si algo es difícil, por no decir imposible, es meter en un mismo partido político (como si fuera un campo deportivo que alberga público de todo género que admira un determinado deporte de su preferencia) a militantes que profesan ideologías o doctrinas diferentes. No es que eso sea un tabú inexpugnable que execre a unos y otros no. Kautsky decía teniendo razón, que no se podía cerrar la puerta de entrada a un partido socialista solicitando un creyente religioso su ingreso en él, por ejemplo, pero igual decía que era un deber sagrado de ese partido socialista educar al religioso militante en el espíritu de las ideas socialistas. Incluso, aunque nadie lo crea, el burgués Besley –excepción de la regla por supuesto- puso toda su fortuna económica a disposición de los comuneros de París y aun así, les dijo que no confiaran en la palabra del burgués, porque éste nunca la cumple más allá del hito de lo que pueda ir en contra de su deseo individual ilimitado por la riqueza y el privilegio. Por eso, entre otras cosas, la concepción burguesa del mundo se fundamenta en el individualismo y su sagrado “derecho” a la propiedad privada sobre los medios de producción. De allí que cualquier socialismo programado por una clase distinta al proletariado o prometido por su partido político –como lo hizo, por ejemplo, el nazismo y el fascismo- resulta incompatible con el socialismo propuesto por Marx y Engels como primera fase de la sociedad comunista. Por eso, todos y todas que crean en el socialismo verdadero terminarán, de una manera o de otra y en su momento, haciendo vida de militante en un solo partido político que sea vanguardia verdadera de la revolución, y que represente esa visión de mundo con derecho y deber de emanciparse de toda manifestación de esclavitud material y espiritual.
Por todo lo dicho anteriormente, le dije al camarada, que no está demás ir un poco a Lenin para decir con él, que un partido político –creo que lo ha dicho Chávez y antes lo dijeron el Che y Fidel- que se proponga construir una sociedad socialista necesita de hombres y mujeres que no consagren a la revolución sus tardes libres, sino toda su vida. Y eso, necesariamente, pasa por el acompañamiento aparejado con una formación doctrinaria del militante, porque ese partido es el que debe lograr poner en pie a las masas y despertar en éstas el espíritu que las mueva a participar en un proceso revolucionario como fuerza activa, avanzada y protagónica de su destino. Para eso no sólo está la experiencia, la repetición, sino también el desarrollo de una buena formación política e ideológica armonizándola con las enseñanzas de la pedagogía.
Sin fastidiar con tantas palabras para nada decir que algo enseñe, me parece de mucha importancia –bandera del diario trajín de un partido político revolucionario- señalar aquel famoso párrafo escrito por Lenin entre abril y mayo de 1920, en su obra <<La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo>>, y que 87 años después y 83 del embalsamiento del cadáver de Lenin contrariando su voluntad, sigue teniendo la plena vigencia que demandan las circunstancias actuales mucho más que en la misma Rusia de 1917 cuando se produjo un mes de octubre el triunfo de la revolución bolchevique. Dice: “La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de sus deberes para con su clase y para con las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente un error, poner al desnudo sus causas, analizar la situación que lo ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlo: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase y, después, a las masas”.
Luego viene algo no menos importante –así lo creo- que debe distinguir a un partido político revolucionario de los comunes y corrientes que se mueven y se desplazan al servicio de la burguesía, y es que su dirigencia no haga nada, absolutamente nada, para que el partido se proponga sustituir a las organizaciones naturales de las masas o a confundirlas con las organizaciones del partido; por suplantar a los organismos de masas (llámense Consejo Comunal o de otra naturaleza) que son los que garantizan a las masas su ejercicio de poder en vía, lo queramos o no, a la extinción de todos los instrumentos de poder político una vez que la sociedad muestre de estar capacitada para administrarse por sí misma. Por eso, y debe decirse, hay que tener el convencimiento que lo más maravilloso que le pueda acontecer al ser humano es reflexionar, reflexionar profundamente dependiendo de la meditación, contemplación y el estudio de las realidades del mundo, de lo que le rodea y mucho de socrático en eso que decía Protágoras de conócete a ti mismo. Eso lo he aprendido de un camarada viejo militante del ELN, con el cual he establecido una hermosísima relación de camaradería y que Dios nos la guarde, quien antes de ponerse a descubrir, encontrar pecados o errores en los demás para criticarlos y obtener ventajas que siempre –de lograrse- serán perentorias, se dedica es a reflexionar ahondadamente sobre sus propios errores y los de su organización. Eso lo eleva por encima de las pequeñeces, mezquindades y las miserias, y lo hace ver el fondo de las realidades. Entre los seres humanos como en la naturaleza los árboles, aceptémoslo sin nada de teología, también existen los pequeños dioses y son esos que toda su vida, con la mayor humildad, trabajan por el bien común, por la felicidad de todos como luz y sombra y fruto de la vida. Ese camarada del ELN, es uno de esos dioses.
Después, tampoco hay que olvidarse de ello, existe una razón humana de militancia partidista que nunca, mientras existan los partidos y necesidad de lucha de clases, debe dejar de practicarse. Se trata, nada más y nada menos, de la aceptación y el pleno respeto a la libertad de juicio como un principio del espíritu militante de la creación, como la primera condición para un auténtico florecer de la libertad y del conocimiento. No existe ningún argumento que valga la pena tomar en cuenta para creer que en un partido político revolucionario no existan contradicciones, criterios no coincidentes, pensamientos divergentes, ya que eso sería como meterle una puñalada en pleno corazón al álgebra de la revolución, que es la dialéctica y, que por cierto, siempre ha resultado lo más difícil entender por el proletariado en general. Son inevitables y hasta necesarias –en cierta medida- las discrepancias, los debates por opiniones contrarias, diálogos producto de criterios que no coinciden en un determinado momento y lugar, para buscar una opinión común que deba ser asumida, aplicada y defendida por todo el colectivo del partido. Lo importante, cuando no existe unanimidad de criterios, es que las conversaciones o los diálogos entre militantes de un mismo partido partan del hecho de ser francas para que sean fructuosas. No se trata de que alguien se vea obligado a creer y aceptar lo que no comprende, pero tampoco de rechazar presuntuosamente lo que no comprende sin mostrar ningún interés para comprenderlo. Cuando no se permite la libertad de juicio se corre el riesgo que los intelectuales o ideólogos de la burguesía metan sus manos en despertar reacciones divisionistas en el partido político de la revolución. Cuento esto: cuando se denunció, por los mismos comunistas, en el XX Congreso del PCUS las atrocidades cometidas por el termidor burocrático soviético y, entre ellas, la de negar la libertad de juicio a los militantes del mismo partido, los intelectuales burgueses, por ejemplo, franceses le decían a los camaradas intelectuales del PCF: “Libérense, libérense, aunque no sea más que con un grito”. Y como en verdad se habían liberado de un yugo termidoriano, el científico y militante comunista Joliot-Curie les respondió: “¿De qué quieren que nos liberemos? Nunca me sentí tan libre como ahora”. Y esa respuesta se debió a que se había recuperado el principio de la libertad de juicio.
Bueno, para ir finalizando y no continuar fastidiando con tantas cosas simplemente de teoría, a los que viven la emoción de sentirse militantes del PSUV y a los cuales hay que desearles éxito, sólo me resta decirles esto: piensen y actúen siempre como pensó y actuó el comandante Jaime Bateman Cayón del M-19 confiados en que todos y todas, es decir, la militancia toda del partido –en este caso: el PSUV- debe meter sus manos en el sancocho, porque así no sólo se comprueba que es mentira que el caldo se pone morado, sino que sucede lo contrario, se hace más sabroso y nutritivo, porque toda la militancia se siente que ha sido protagonista en su planificación, condimentación, preparación y hasta parte del fuego para cocimiento. Así deseo sea para el PSUV. Discúlpenme, porque ya no me quedan músculos ni huesos en las manos para seguir escribiendo. Sólo espero que estas líneas escritas se entiendan como el producto de pensar que quise hacerlo lo mejor posible para satisfacer en algo la inquietud de un camarada – que a lo mejor es una inquietud de otros- merecedor de una respuesta que no estoy en capacidad de satisfacer. Más vale pájaro en mano que cien volando.