No sigamos estimulando el espejismo del agronegocio de los alimentos concentrados

Los sistemas intensivos de producción de carne (avícola, porcinos, cunícolas) y de leche (bovinos) basados en alimentos concentrados ensamblados en Venezuela, son copias fieles de realidades económicas, sociales y agroecológicas muy diferentes a las nuestras. ¿De dónde vienen y cómo surgen estos sistemas? De países como los Estados Unidos y Francia, con la implementación del paquete tecnológico caracterizado por la deforestación de grandes extensiones de bosques, el monocultivo, la reducción en la gama de cultivos, el uso de maquinarias pesadas y agrotóxicos, el gasto de combustibles; y sus antivalores relacionados con la devastación de la naturaleza tras la ganancia; la concentración de la propiedad de la tierra y la generación de excluidos; lograron grandes volúmenes de producción inicialmente de maíz, sorgo y soya (entre otros). Satisfechas sus demandas de consumo humano y compromisos internacionales decidieron, con los excedentes, alimentar animales sin importarles la hambruna a nivel mundial. Comienzan entonces a desarrollar la agroindustria de los alimentos concentrados para animales basados en maíz-sorgo-soya, secundada por sus sistemas de producción intensivos como el avícola, porcino y leche. De tal forma, se inicia una gran industria, un gran negocio, de producción de proteína de origen animal. Surgen transnacionales, las cuales se asocian a capitales nacionales para ensamblar por todo el mundo, galpones con animales garantizando la colocación de sus granos excedentes y su comercio tecnológico; a la vez que dominan a los pueblos controlando la producción y consumo de estas proteínas (pollos, huevos, cerdos, leche, conejos y ahora peces y camarones).

En el caso venezolano, todos recordamos al grupo Protinal como uno de los “pioneros” en la fabricación de alimentos concentrados; armaron el andamiaje importado de la industria avícola y cual “colonos” hicieron del sorgo una “realidad”. Esto fue acompañado con la contratación abierta o encubierta de profesores universitarios, quienes se encargarían de hacer el trabajo de difusión y adoctrinamiento de los futuros científicos, profesionales y técnicos. De hecho cohortes de estudiantes pasaron por ahí a realizar sus pasantías y terminaron como empleados bien remunerados. De esta forma este enfoque tecnológico penetró universidades, centros de investigación e instituciones del estado relacionadas con la producción. Mas tarde surgieron diversos grupos económicos y más poderosos, que con una abierta práctica oligopólica controlan el negocio avícola y porcino, desde la importación hasta el consumo.

Este resumen refleja la dependencia de éstos sistemas intensivos con el extranjero, pues hoy día la genética, maquinarias, insumos, tecnologías, medicamentos, biológicos, la soya y lo requerido para sembrar “el maíz y el sorgo nacional” son importados. Esto nos hace reflexionar acerca de la vulnerabilidad del aporte de estas carnes para la población venezolana. Con la llegada de la revolución creímos no repetir esta dominación.

Para intentar suplir las demandas de esta agroindustria exógena se ha distorsionado la verdadera razón social de la agricultura de sustentar a la población, para alimentar animales. Poner a competir a seres humanos y animales por la misma comida es inhumano y una afrenta a nuestra herencia de pueblos originarios. Con los problemas de insuficiencia de la producción nacional, sembrar granos que consumen los seres humanos para alimentar animales en vez de destinarlos a atender directamente las deficiencias nutricionales de la población, es satisfacer realmente las demandas de un negocio foráneo.

Alimentar animales con granos, para después comer los animales, ocasiona una gran desgaste energético y de nutrientes, de modo que resulta en una extraordinaria ineficiencia energética (Leer “La Agricultura como problema energético” de José Sedek, FCV-UCV).

El oligopolio que genera estos sistemas de producción convierte a lanceros, cooperativistas o “productores” en simples cuidadores de animales, “echadores” de alimento concentrado, dispensadores de agua y dosificadores de medicinas (división social del trabajo), y los coloca a merced de las transnacionales, ya que la “agroindustria nacional” a través de la importación, lo provee todo, desde el huevo hasta el conocimiento de los veterinarios.

Adicionalmente propicia toda una división de tareas, donde a cada trabajador se le paga por involucrarse en una pequeña parte del proceso, desde la producción hasta el consumo, se separa al trabajador del producto sea pollo, huevos, cerdo, leche. Por otro lado se fragmentan, se traspasan y se mercantilizan los principios nutritivos de los alimentos, es decir las proteínas, carbohidratos, grasas, etc. O sea el agricultor siembra cereales para obtener carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas, minerales éstas se llevan al procesamiento (en forma de granos) y se convierten en alimento concentrado. En esta forma son aportadas a los animales, para finalmente los principios nutritivos originales es decir los carbohidratos, proteínas, vitaminas, etc. ser consumidos por el ser humano, generando plusvalía en los diversos procesos.

En estos sistemas de producción y los diversos procesos, pululan una serie de especialistas, proveedores, comercializadores, distribuidores, representantes, mercaderes que generan jugosas ganancias por la venta de conocimientos, productos, servicios e insumos; nacionales e importados, encareciendo los productos a los consumidores.

Para justificar el modelo y sus sistemas de producción, se ha tejido un entramado tecnocrático académico (veterinarios, agrónomos, médicos, nutricionistas, “cuidadores”) que han “entrampado o engatusado” a la mayoría de población venezolana, distorsionando los hábitos alimenticios, desplazando el consumo hacia el pollo, huevos, cerdo. “La carne más barata; la mejor conversión alimenticia (kg de alimento concentrado consumido/producto); la producción nacional a gran escala; la infraestructura instalada, la industrialización, las grandes demandas de pollo; la carne más sana (solo desde la óptica de las grasas) son subterfugios para favorecer un agronegocio entre transnacionales y oligopolios locales, cuya génesis ya relatamos.

Desde la revolución financiar, desarrollar y reproducir plantas de alimentos concentrados, integraciones avícolas, cooperativas avícolas o porcinas, comprar integraciones, núcleos endógenos con galpones para pollos, madres del barrio con ponedoras, porcicultura, acuicultura con base a alimentos concentrados, los cuales son copia fiel y paralela del oligopolio privado entre transnacionales (de cualquier nacionalidad) y capital privado local, es signo de sumisión tecnológica y reproducción ideológica del modelo exógeno, insustentable, inhumano y antiecológico. Además refleja una absoluta inocencia política ceder a los capitalista e imperialistas (nacionales, del norte o del sur) el control de nuestra alimentación, pues evidentemente conspirarán contra la soberanía alimentaria y golpearán severamente al proceso revolucionario. Es harto conocido los “preñados de buenas intenciones”.

Es pertinente hacer un balance de la sustentabilidad de muchos “núcleos endógenos” y de convenios internacionales firmados donde se han proyectado sistemas de producción basados en alimentos concentrados. Evaluarlos sobre la base de la endogeneidad, sustentabilidad, soberanía alimentaria, eficiencia energética, pertinencia sociocultural y agroecológica, impacto ambiental y subsidio financiero, es una tarea imperiosa “y rápida” (como dice el presidente) que debemos afrontar los revolucionarios.

Mantener a los realazos sistemas insustentables es sostener los subterfugios tecnocráticos del agropoder, es seguir estimulando en nuestro pueblo el espejismo del agronegocio implantado por la cuarta república, del cual los revolucionarios no somos responsables, sino una tecnocracia exógena establecida en las instituciones aportada desde la intocable universidad.

Para contribuir con propuestas para salirnos del cerco del agronegocio, se plantea lo siguiente:

o Impulsar modos de producir proteína animal (ganao, ovejos, chivos, cochinos o marranos, queso e´cincho, huevos pica tierra) fundamentalmente con base a pasto y forrajes los cuales pueden crecer durante todo el año y no compiten con el humano, así como el uso de subproductos de la alimentación humana e indagar y desarrollar tecnologías socialmente apropiables de un sin fin de productos propios de nuestra cultura y condiciones agroecológicas como tubérculos, oleaginosas, leguminosas, etc, que pudieran utilizarse como suplementos en la alimentación animal.
o Tropicalizar y ajustar patrones de consumo, consumir más vegetales (ocumo, mapuey, layren, ñame, topochos, plátanos, caraotas, frijol, quimbombó, quinchoncho o chícharo, tapirama, mango, lechosa, tamarindo, guayaba, limón, auyama), quienes nos aportan nutrientes sin pasar por tantos intermediarios y procesos encarecedores.
o Retomar nuestra gastronomía autóctona (carne asada o en vara, desmechada, molida, hervido de res, sancocho de gallina pica tierra, mondongo, chilindrón de ovejo, cachapas, queso e´cincho, arepas de maíz pilao, casabe, suero, queso de mano, guayanés, cochino frito, hallaquitas de chicharrón, tostón, yuca frita, buñuelos, chicha, panela, jugos, etc.).
o Asumir la agricultura indígena y campesina (CONUCO) como guía y fuente originaria de sabiduría cosmogónica, histórica, cultural, social, agroecológica, cientificotécnica para retomar estas enseñanzas y prácticas endógenas, sustentables y socialistas existentes “…para promover la agricultura sustentable, como base estratégica del desarrollo rural integral…” art. 305 de la CRBV.
o Según el grado de formación y organización en las comunidades, paulatinamente ir localizando los planes de siembra y de cría desde los Planes de Desarrollo Comunitarios de los Consejos Comunales Campesinos y no seguir montando proyectos “vitrinas” irreales sin sujetos, ensambladas y surtidas por instituciones.
o No seguir estimulando la concentración urbana.

Como revolucionarios debemos sacar la cabeza al remolino coercitivo del agronegocio y visibilizar el quehacer socioproductivo de los excluidos, lo cual nos permitirá retomar el rumbo de nuestra soberanía alimentaria y nos reencontrará con nuestras prácticas socialistas autóctonas.

Colectivo Agroecológico Aragua

Sembrando el conuco

Correo: andresavellaneda42@yahoo.com


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Andrés Avellaneda / Colectivo Agroecológico Aragua

Prof. IDECYT-UNESR- Miembro del C.A.R.I.A.C.O.

 andresavellaneda42@yahoo.com

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