Una interpretación de la crisis actual

El Capitalismo avanza hacia una nueva crisis mundial

En días pasados, mi amigo Roland Denis ha hecho circular por la web un escrito referido a la “estrategia imperialista actual”[1], partiendo de una obra publicada en 2002 por el francés Alain Joxe, titulada “El imperio del caos”[2]. En dicho artículo, Roland concluye que “el imperio ya no necesita de órdenes nacionales estables ligados a sus intereses –no requiere de un orden internacional por tanto- necesita del caos global porque necesita de la guerra si fin y sin fronteras”. Consideramos que dichas conclusiones son algo apresuradas, por unilaterales, y que para caracterizar el momento actual del mundo globalizado hace falta ampliar el marco de análisis. En este trabajo pretendemos avanzar en esa dirección, proponiendo una interpretación de la crisis que atraviesa el capitalismo y sus posibles consecuencias a corto, mediano y largo plazo.

 

1. ANTECEDENTES DEL MUNDO UNIPOLAR.

Las dos últimas décadas se han caracterizado por la existencia de una única superpotencia mundial, los Estados Unidos de América. Luego de la caída del muro de Berlín en 1989 y el posterior colapso de la URSS en 1991, los Estados Unidos quedaron sin contendores en el sistema capitalista mundial. Esta etapa de unipolaridad, que en los 90 parecía ser que duraría durante todo el siglo venidero, ya presenta signos de agotamiento, los cuales analizaremos en puntos posteriores.

Nos interesa ahora enfatizar la etapa anterior, la llamada Guerra Fría o Período de la Posguerra, entre 1945 y 1991, considerando además los orígenes históricos de ese período. Comenzaremos diciendo que en 1914 se abrió un período de profunda crisis en el sistema capitalista mundial. La confrontación interimperialista entre Alemania e Inglaterra-Estados Unidos, incubada desde los tiempos coloniales y preparada en las últimas décadas del siglo XIX, estalló como lucha por un nuevo reparto del mundo a partir de 1914.

Desde la época de la expansión europea en los siglos XV y XVI, Alemania había quedado por fuera del reparto de las posesiones coloniales en Africa, América, Asia y Oceanía. Pero su crecimiento como gran potencia industrial a fines del XIX encontraba limitaciones por no tener control de territorios coloniales o áreas de influencia que sirvieran de fuentes de materias primas, mercados para sus productos y para inversión de sus capitales. Esa disputa interimperialista condujo a las dos grandes guerras mundiales del siglo XX.

Como bien dijeron Hilferding y Lenin al caracterizar el imperialismo, la disputa interimperialista por lograr un nuevo reparto del mundo se expresó en esa profunda crisis histórica que el capitalismo mundial vivió entre 1914 y 1945. Pero las consecuencias de esa disputa interimperialista casi acaba con el propio sistema capitalista. Las revoluciones obreras y campesinas, inspiradas en el comunismo, fueron uno de los resultados inesperados de esa crisis, y pusieron en jaque al sistema capitalista por varias décadas.

 En 1917, en plena guerra mundial, los obreros rusos iniciaron la revolución soviética y terminaron erigiendo el primer estado socialista del mundo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En el transcurso de la segunda guerra (1939-1945) emergieron poderosos ejércitos comunistas en la propia URSS, en China, Vietnam, Yugoslavia y Albania, los cuales conquistaron el poder y cambiaron radicalmente el mapa del mundo. La derrota del imperio nazi fue obra principal de los ejércitos comunistas soviéticos, los cuales llegaron hasta la propia guarida del Fuhrer en Berlín, y acabaron radicalmente con el sueño fascista del Tercer Reich.

Lo que se suponía sería una rápida ofensiva alemana que aplastaría toda resistencia de los rusos, fue inesperadamente detenida en Stalingrado a mediados de 1942, abriéndose a partir de allí una de las etapas más gloriosas de las luchas de los pueblos contra la opresión imperialista. En un hecho sin precedentes en la historia del capitalismo, una región periférica como la URSS logró detener y luego derrotar militarmente a la primera potencia imperialista del momento, la Alemania Nazi, conduciéndola a su total aniquilación como régimen político.

De forma similar se construyeron poderosos ejércitos comunistas en China, dirigidos por Mao Tse Tung, que finalmente alcanzarían el poder en 1949. Igualmente en Vietnam, bajo el liderazgo de Ho Chi Minh, en Yugoslavia bajo la conducción de Josip Broz Tito, y en Albania con la dirección de Enver Hoxha. En toda la Europa Oriental, el ejército soviético contribuyó a establecer regímenes comunistas, y la consecuencia final del período de guerras mundiales era que había nacido, crecido y fortalecido un sistema aparentemente contrario al capitalismo occidental, que amenazaba seriamente su existencia y continuidad futura: el comunismo.

 De la segunda guerra emergieron los Estados Unidos como la gran potencia del capitalismo occidental, tomando la batuta de una Inglaterra que ya desde la 1ª Guerra daba muestras de agotamiento como primera potencia representante del capital. Pero a la vez emergió un mundo bipolar, caracterizado por el enfrentamiento entre capitalismo y comunismo, sistemas que formalmente se mostraban como totalmente antagónicos.

 Todas las instituciones creadas por el capitalismo occidental a partir de 1945 tenían por objetivos dar urgentes respuestas y soluciones a la profunda crisis que acababan de atravesar. No era cualquier cosa. Alemania, una de las potencias imperialistas protagónicas durante los cien años anteriores, había sido borrada del mapa como factor de poder mundial, así como sus aliados Italia y Japón. Otras potencias como Inglaterra y Francia atravesaban una situación económica deplorable.

Instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, creadas en 1944 en los acuerdos de Bretton Woods, tenían por objetivo reorganizar el sistema financiero mundial protegiendo los intereses del gran capital multinacional y de las potencias occidentales. La Organización de Naciones Unidas (ONU), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) e iniciativas como los propios Juicios de Nuremberg contra los dirigentes de la Alemania nazi, buscaban garantizar un orden de cosas que detuviera la oleada revolucionaria y permitiera al capitalismo comenzar a recuperar el terreno perdido.

Uno de los aspectos más destacados fue el modelo económico keynesiano, de intervención del Estado en la economía, utilizado para salir de la mayor crisis económica vivida por el capitalismo, la de 1929, y el florecimiento del Estado Benefactor (Welfare State). Para detener el avance del comunismo en Europa y Asia, el capitalismo se vio obligado a mostrar un rostro de apariencia humana, reconociendo que las desigualdades sociales que él generaba debían ser reconocidas y corregidas por la acción del estado.

El keynesianismo permitió reconstruir a la Europa devastada por la guerra, y el Estado Benefactor debió reconocer multitud de derechos sociales y laborales[3] para salirle al paso a la creciente influencia del comunismo en el mundo. Bajo esos preceptos, el capitalismo occidental vivió entre 1945 y 1973 su mayor período de expansión y crecimiento económico.

Ese orden de la posguerra comenzó a modificarse a partir de la década de 1970. El progresivo debilitamiento de la oleada revolucionaria, y la burocratización de las experiencias socialistas en el poder, permitieron al capitalismo occidental recuperar la ofensiva mediante la propuesta del modelo económico monetarista o neoliberal, que comenzó a erigirse como dominante a partir de los gobiernos de Margaret Tatcher en Inglaterra (1979) y Ronald Reagan en los Estados Unidos (1980). Mediante el poder de las instituciones económicas multilaterales (FMI y BM), el capital impuso por la vía del chantaje económico el modelo neoliberal en los países de la periferia.

Finalmente, el colapso del llamado Bloque Socialista encabezado por la URSS, entre 1989 y 1991, terminó con ese período de la Guerra Fría, y dio paso a la actual etapa de unipolaridad que todavía vivimos.

En la caída del socialismo soviético consideramos que privaron principalmente las propias carencias y debilidades internas de ese modelo particular de socialismo. En el fondo, el modelo económico implantado en la URSS no superó los preceptos del capitalismo: división social del trabajo, existencia de relaciones mercantiles, cálculo económico basado en la teoría del valor, inversiones de capital extranjero, estímulos materiales a la productividad, diferenciación salarial, trabajo a destajo, aplicación de métodos tayloristas para elevar la productividad, privilegios a los especialistas en la dirección de las industrias, apropiación del excedente (plusvalía) por una minoría amparada en el control del Estado y en el régimen monopartidista. El capitalismo de Estado soviético, en el cual todo el poder descansaba en un pequeño grupo dirigente del Partido Comunista, constituyó la antítesis del socialismo propuesto por Marx como utopía libertaria, basado en la igualdad y la cooperación entre hombres libres.

En sí misma, la experiencia rusa no implica el derrumbe del marxismo como cuerpo teórico, pues en todo caso sería el fracaso de un experimento práctico, circunscrito históricamente a determinadas condiciones particulares, y que además desarrolló aspectos abiertamente contradictorios con los principios teóricos originales. El colapso del socialismo soviético tampoco puede verse como el triunfo del capitalismo occidental, pues su fracaso respondió principalmente a causas endógenas y no al resultado de un enfrentamiento político, económico o militar con los países capitalistas occidentales.

Las revoluciones que en el siglo XX se denominaron socialistas se realizaron en países en los cuales el campesinado cumplió un papel fundamental, pues dichos países eran de una economía agraria predominante, en los cuales no existía ni un proceso de industrialización capitalista desarrollado ni un régimen parlamentario burgués. Tal es el caso de Rusia, China, Vietnam, Yugoslavia, Albania, Cuba y Nicaragua. En todos ellos la revolución cumplió básicamente tareas democrático-burguesas, fueron liderizadas por partidos integrados por intelectuales de clase media que se hacían llamar Partidos Comunistas, utilizando un discurso de ropaje marxista, y en las cuales la fuerza social fundamental fueron los campesinos (pues la clase obrera era casi inexistente). A pesar del vaticinio marxista, no se realizaron revoluciones proletarias en los países de mayor desarrollo capitalista.

De cualquier modo, el socialismo soviético pasó a la historia en 1991, y sus virtudes y sus defectos quedan como referencias para la construcción futura de los proyectos de transformación social. El capitalismo continúa oprimiendo a los pueblos del mundo, y la lucha por trascender la explotación del capital sigue siendo una necesidad humana. La permanencia de las desigualdades sociales, de las disparidades en el crecimiento económico de los países, y el aumento exponencial de esas desigualdades tanto en los países industrializados como en el llamado tercer mundo, son la prueba más contundente de que el fin de la historia que anunciara Fukuyama[4] está todavía muy lejos.

2. LA ACTUAL CRISIS ECONÓMICA Y EL PAPEL DEL ESTADO.

El capitalismo occidental, en el transcurso de los años 70, decidió acabar con el modelo keynesiano y el estado benefactor, acusándolos de ser los causantes del estancamiento de la tasa de ganancias que vivían las grandes multinacionales. Para ello promovió el modelo neoliberal desde los gobiernos de Thatcher y Reagan, aunque ya antes había iniciado su aplicación práctica con el asesoramiento de los “Chicago Boys”[5] a la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile, a partir de 1974. 

Utilizando al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, y aprovechándose de las necesidades y urgencias que la llamada “crisis de la deuda” les imponía a los países periféricos, se impuso mediante el chantaje el modelo neoliberal en todo el Tercer mundo. Los préstamos otorgados por el FMI y el BM se realizaban sólo a condición de que se aplicaran programas económicos neoliberales. Uno tras otro, los gobiernos latinoamericanos y de otros continentes, fueron firmando sus respectivas “cartas de intención”[6], y el modelo neoliberal se fue expandiendo en el mundo. 

Responsabilizando como causantes del estancamiento económico a una serie de factores entre los que destacaban: la excesiva intromisión del Estado en la economía, el elevado gasto público, el déficit fiscal, las regulaciones de precios, el excesivo proteccionismo en áreas de la economía, y el peso de los derechos laborales y sociales reconocidos por el Estado, el modelo neoliberal se propuso imponer de nuevo la vieja creencia de que la mano invisible del mercado puede arreglar los desajustes y fluctuaciones temporales de la economía. El libre mercado, o libre juego de la oferta y la demanda, debía sustituir al viejo modelo keynesiano de intervención estatal.

Lo que no se decía, es que ese libre mercado era mucho más viejo que el keynesianismo, y que ya en el pasado se había demostrado incapaz de resolver los problemas socioeconómicos de los pueblos del mundo. De todos modos, la imposición del neoliberalismo no significó la desaparición del intervencionismo estatal en los países industrializados. Estos mantuvieron fuertes medidas proteccionistas hacia determinadas áreas económicas, como por ejemplo la agricultura, y la simbiosis estado-empresa privada siempre ha actuado unida en el llamado “complejo militar-industrial”.  

El neoliberalismo logró imponerse debido a los cambios ocurridos en la correlación de fuerzas entre el capitalismo y el comunismo, entre las grandes potencias industriales y los pueblos en lucha. Para los años 70 la oleada revolucionaria que resultó de la segunda guerra mundial había amainado considerablemente, aunque todavía ocurrieron victorias importantes como la de Vietnam en 1975 y la de Nicaragua en 1979. La profunda crisis vivida por el bloque socialista soviético en los años 80 facilitó las cosas para que el capitalismo occidental fortaleciera su ofensiva y recuperara espacios que había perdido durante las guerras mundiales. 

La sucesión de reformas que acercaron a los países socialistas al capitalismo occidental favorecieron igualmente esta debacle del modelo keynesiano y el triunfo del neoliberalismo. El retroceso hacia el capitalismo promovido por todos los últimos gobernantes de la URSS,y por Den Xiao Ping en China, crearon las condiciones para que las fuerzas del capital se expandieran incorporando a esos territorios como nuevos mercados y áreas de inversión. 

El neoliberalismo constituyó la doctrina promovida por el gran capital multinacional para reorganizar las relaciones económicas a nivel mundial de acuerdo a sus intereses y en procura de beneficios propios. Las políticas impuestas por el FMI y el BM favorecieron la penetración de dichos capitales en los países del Tercer Mundo, en condiciones sumamente ventajosas por los bajos salarios y las amplias garantías ofrecidas. Igualmente, las políticas de ajuste neoliberales favorecieron a las clases dominantes locales, las cuales aumentaron su poder en detrimento de los sectores populares.

La década de los 80, en la cual se implementaron los planes neoliberales en América Latina, pasó a ser denominada como la “década perdida”, por los nefastos resultados económicos que tuvieron para los países y los pueblos del continente. Resultados negativos que siguieron presentándose en los 90 y entrado el siglo XXI. Pero nuevamente ocurrieron acontecimientos imprevistos que han ido configurando una situación distinta en Latinoamérica.

Los pueblos latinoamericanos comenzaron a sublevarse contra los planes económicos neoliberales, y se ha producido en las últimas dos décadas el derrocamiento de numerosos gobiernos neoliberales, como resultado de grandes sublevaciones populares o como colofón de las crisis políticas derivadas de dichas sublevaciones. Esa ha sido la historia de Fernando Color de Mello en Brasil (1992), Carlos Andrés Pérez en Venezuela (1993), Alberto Fujimori en Perú (2000), Gonzalo Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa (2005) en Bolivia, Fernando de la Rúa en Argentina (2001), Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005) en Ecuador[7]. Estas revueltas populares han dado origen a gobiernos de corte izquierdista que configuran situaciones inéditas en América Latina. 

En los países centrales, los controles estatales destinados a regular los mercados financieros, que se establecieron luego de la gran crisis de 1929, comenzaron a desmontarse en los años 70 con el advenimiento del modelo neoliberal. Esta situación ha creado las condiciones para repetidas crisis financieras que se suceden una tras otra en la economía mundial. Las más recientes fueron la que afectó a los llamados Tigres Asiáticos en 1997, y la de las empresas “punto com” en 2002. Hoy en día la crisis financiera se origina por la debacle de la llamada “burbuja inmobiliaria” norteamericana.

Algunos analistas consideran que las medidas “salvadoras” tomadas por Alan Greenspan en 2002 para salir de la crisis de las “punto-com” han sido las generadoras de la crisis actual. En cierta forma se repite la máxima de que la burguesía logra superar una crisis creando las condiciones para otras crisis futuras.

Pero lo destacado de la situación actual es el deterioro acumulado de las cuentas económicas del imperio. El déficit comercial norteamericano no ha dejado de crecer en más de tres décadas. De 2.000 millones de dólares en 1971, pasó a 28.000 millones en 1981, 77.000 millones en 1991, 430.000 millones en 2001, hasta llegar a 815.000 millones en 2007[8]. El déficit fiscal, si bien no se ha mantenido en estas décadas de la misma manera, pues ha tenido años de cuentas positivas, en los últimos años se ha acentuado a partir del gobierno de Bush hijo, alcanzando cifras sin precedentes: 160.000 millones de dólares en 2002, 380.000 millones en 2003, 320.000 millones en 2005. A esto hay que sumarle el déficit energético ya expuesto antes, el cual implica una transferencia neta de divisas al exterior que alcanza los 500.000 millones de dólares por año, por concepto de compra de petróleo para cubrir su alto consumo de energía.

El elevado gasto militar norteamericano contribuye a profundizar el mencionado déficit fiscal. Se calcula que en el 2008 este gasto militar alcanzará 1,1 billones de dólares. La industria militar gringa emplea a más de cinco millones de personas y subsidia a 25 millones de veteranos de guerra. Toda una hipertrofia del sistema económico, que ha creado una poderosa elite militar y civil que domina el llamado “complejo militar industrial”. Este detalle es importante tomarlo en cuenta, pues en los grandes países industrializados el papel intervencionista-keynesiano del estado nunca fue abandonado, y un ejemplo es precisamente este complejo militar-industrial que si bien se relaciona con empresas privadas, tiene un alto componente decisorio en las fuerzas militares norteamericanas y en el resto de poderes del estado que se vinculan con esta industria.

Todos estos déficits han hecho crecer la deuda pública norteamericana a niveles fantásticos. De 390.000 millones de dólares en 1970, pasó a 930.000 millones en 1980, a 3,2 billones en 1990, a 5,6 billones en 2000, y a 9,5 billones en abril de 2008. Si sumamos a esto la deuda privada, resultaría que la deuda total estadounidense se acerca a una cifra equivalente al Producto Bruto Mundial, 53 billones de dólares.

 Este progresivo deterioro de la economía norteamericana tiene su impacto tanto en la economía real, en lo que verdaderamente se produce en Estados Unidos, como en los niveles de vida de sus trabajadores y de la población en general. Los procesos de flexibilización laboral iniciados en el gobierno de Reagan y continuados por todos los gobernantes subsiguientes, han impactado en el debilitamiento general de la capacidad productiva norteamericana, cuyo nivel competitivo se ha degradado en comparación con sus competidores europeos y asiáticos[9]. De allí ha crecido el ya mencionado déficit en la balanza comercial. En este contexto, el negocio financiero ha crecido al mismo ritmo que ha decrecido la capacidad productiva industrial. Es lo que algunos denominan desconexión entre la economía real y la economía virtual.

 La canalización de las inversiones hacia la especulación financiera fue una de las salidas que el capitalismo promovió a partir de los 70 como alternativa de escape ante el estancamiento económico[10]. Las otras fórmulas de reacomodo económico se fundamentaron en la reestructuración neoliberal adelantada por Thatcher, Reagan y el FMI-BM, y en la deslocalización por parte de las multinacionales de empresas productivas hacia regiones de mayores “ventajas competitivas” determinadas por los bajos salarios, materias primas baratas, escasas regulaciones estatales y bajos impuestos, entre otras[11].

 Esta especulación financiera permitió que las crisis financieras de los noventa se superaran con pequeños ciclos de aparente auge económico, como sucedió con la debacle de las punto-com en 2002. Una larga recesión se logró evitar cuando la reserva federal rebajó las tasas de interés al 1 % en junio de 2003, lo que facilitó el auge de la especulación inmobiliaria, permitiendo que el precio de los inmuebles aumentara entre 50 y 80 % en los Estados Unidos. Pero la especulación inmobiliaria de ese período es lo que ahora ha reventado y continúa actuando como catalizador de la actual crisis. La ruptura de la burbuja inmobiliaria está conduciendo a la quiebra a numerosos bancos en Estados Unidos y Europa Occidental, y sus efectos están todavía por verse[12]. Para evitar males mayores, la Reserva Federal de los Estados Unidos y el Banco Central Europeo han inyectado miles de millones de dólares al sistema bancario durante los primeros meses del 2008, buscando mitigar la escasez crediticia y evitar posibles colapsos bancarios, como los ocurridos con el Banco Bear Stearns en el mes de marzo.

Las medidas para superar la crisis actual se fundamentan en los clásicos preceptos keynesianos de intervención estatal en la economía. El secretario del Tesoro, Henry Paulson, anunció una serie de medidas para reestructurar el sistema y darle más poderes de control a la Fed. Si se implementan estas medidas, la Reserva Federal podrá reglamentar a instituciones que antes no podía. Esto no es, ni más ni menos, que regresar a los controles estatales implementados en la época de la Gran Depresión. De hecho, economistas ganadores del Premio Nobel, como Joseph Stiglitz y Edmund Phelps, coinciden en afirmar que esta es la peor crisis económica desde los años treinta[13].

 Por otra parte, junto a los efectos de esta crisis inmobiliaria sobre la población, en donde por los momentos se calcula que dos millones de ciudadanos perderán sus viviendas, se viene acumulando desde los ochenta un lento descenso en los niveles de vida de los trabajadores norteamericanos. Casi treinta años de estancamiento de los niveles salariales, y la progresiva generalización de las medidas flexibilizadoras de las relaciones laborales, han aumentado significativamente la tasa de explotación del trabajo por el capital en los propios Estados Unidos.

 Se ha producido una creciente concentración del ingreso. En 1980 el 1 % de la población absorbía el 8 % del ingreso nacional. En el 2000 ese mismo 1 % se quedaba con el 20 % del ingreso nacional. El 10 % más rico de la población norteamericana paso de absorber un 33 % del ingreso nacional en 1950, a cerca del 50 % en la actualidad.

En el renglón de la salud, el número de estadounidenses adultos que están sin seguro aumentó de 16 millones en 2003 a 25 millones en 2007. Contando al resto de la población no adulta, se calcula que 75 millones de estadounidenses carecen actualmente de asistencia de salud durante al menos parte del año. En promedio, las primas de asistencia de salud aumentaron un 90 % desde el 2000, en comparación con apenas un 24 % de aumento de los salarios[14].

 Estas circunstancias han provocado un significativo proceso de desintegración social, manifestado en el incremento de la criminalidad y en el desarrollo de toda una política estatal de criminalización hacia los pobres y las minorías étnicas. Actualmente los Estados Unidos poseen el mayor porcentaje de presos con relación a su población, y también puntean mundialmente en cantidad absoluta de ciudadanos tras las rejas. De 500 mil presos en 1980, hoy los Estados Unidos tienen (en 2006) 2.260.000 presos y cinco millones de ciudadanos bajo libertad condicional. Uno de cada cien estadounidenses se encuentra encarcelado. Con menos del 5 % de la población mundial, los Estados Unidos tienen el 25 % de todos los presos del planeta.

 Las más de tres décadas de modelo neoliberal han ido configurando contradicciones profundas en los propios Estados Unidos y en el sistema económico mundial. El predominio de la especulación financiera sobre la economía productiva ha ido acumulando déficits enormes en las cuentas del gobierno norteamericano, en la balanza comercial, el presupuesto fiscal y la deuda pública, unido al aumento del gasto militar y de los precios petroleros. Junto a esto, el deterioro de los niveles de vida de la población configura presiones sociales en aumento.

Estas presiones sociales comienzan a manifestarse, por ejemplo, en el surgimiento de un movimiento social de defensa de la población de origen latinoamericano, que tuvo sus mayores expresiones en las masivas movilizaciones realizadas simultáneamente en decenas de ciudades norteamericanas el 1º de mayo de 2007. Pudiera pensarse también que el apoyo popular a la candidatura de Barack Obama representa en cierta forma una expresión de ese descontento popular, al margen de que el mismo no representa ni de lejos una alternativa de cambio dentro del propio sistema estadounidense. 

El quid del asunto está en que estas presiones sociales pudieran avanzar a mediano plazo a configurar una crisis política al interior de los Estados Unidos, la cual se gestaría íntimamente vinculada al deterioro de las condiciones económicas, en la medida en que la inflación, la crisis financiera, el alto costo de los alimentos y de la gasolina, la crisis inmobiliaria y las presiones derivadas de las minorías étnicas en una sociedad profundamente racista, se juntaran y propiciaran significativas movilizaciones populares. En esto también pudiera jugar el destino de la guerra en Irak y Afganistán, por el creciente movimiento de rechazo hacia dichas intervenciones militares imperialistas.

 

  1. GRIETAS EN LA HEGEMONÍA ESTADOUNIDENSE SOBRE EL MUNDO.

En la década de 1990 la desaparición de la URSS dio paso a un mundo unipolar bajo la hegemonía norteamericana. Cuando George Bush hijo llegó al poder en el 2000 los neoconservadores que lo acompañaban vaticinaban que el siglo XXI sería el siglo del predominio yanqui sobre el mundo globalizado. Pero en esta primera década del siglo XXI se han venido desarrollando circunstancias que auguran que la hegemonía norteamericana pudiera estarse resquebrajando bastante más rápido de lo que se suponía. Algunos de esos síntomas serían:

o Estados Unidos se expandió como potencia imperialista basado en su condición de gran país productor y exportador de petróleo. Esa condición ha variado en las últimas décadas, y actualmente los Estados Unidos importan el 65 % del petróleo que consumen, originando una fuerte y decisiva dependencia energética con relación a factores externos, además de la enorme transferencia de dólares hacia el exterior que significan anualmente esas importaciones de petróleo (por encima de los 500.000 millones de dólares al año). La actual alza de precios del petróleo a niveles que apenas el año pasado se consideraban como fantasía (138 dólares el barril al momento de escribir esto), generan graves problemas sociales en la propia sociedad norteamericana, contribuyendo al aumento de la inflación y a la caída del consumo, acelerando de esa manera los factores de la crisis económica en curso[15].

o En esta última década Rusia se ha recuperado y alcanzado el estatus de potencia económica y militar mundial, impulsada por su producción energética (segundo productor de petróleo y primer productor de gas del mundo), y por las medidas proteccionistas y nacionalizadoras impulsadas por la gestión de Wladimir Putin. Las reservas internacionales rusas ascendieron de 12.000 millones de dólares en 1999 a 315.000 millones en 2006. El desfile militar del 1º de mayo del 2008 en Moscú, en la cual se mostraron los poderosos cohetes atómicos intercontinentales, pudieran ser una muestra de que la Rusia débil y caótica que surgió del derrumbe de la Unión Soviética en los noventa es cosa del pasado. La oposición de Rusia a la instalación por Estados Unidos de “escudos antimisiles” en países de Europa oriental, oposición que ha recibido el apoyo de China, es otra demostración del creciente poderío ruso que comienza a enfrentarse a las ambiciones expansionistas de los gringos.

o China se ha convertido en las últimas décadas en una gran potencia manufacturera, recipiente principal de las inversiones mundiales de capital. De las 10 grandes corporaciones multinacionales, tres de ellas son chinas. Sus reservas en divisas superan el billón de dólares, y su capacidad productiva se ha desarrollado vinculada tanto a la demanda de la economía norteamericana, como a las economías de países como Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas, Malasia y Australia[16]. Sus esfuerzos por modernizar sus fuerzas militares se ejemplifican con el lanzamiento, en enero de 2007, del primer misil antisatelital que destruyó con éxito un satélite meteorológico chino en desuso. Pero lo más resaltante de la estrategia china es la conformación desde 1996 de la Organización de Cooperación de Shangai (SCO), integrada por China, Rusia, Kasajstán, Kirguizia, Tayikistán, Uzbekistán, y como países observadores están India, Pakistán, Mongolia e Irán. En agosto de 2007, la SCO realizó sus primeros ejercicios militares conjuntos. Este acuerdo económico, político y militar entre las principales naciones asiáticas constituye un reto a la influencia occidental en la región, algo que por supuesto no debe ser bien visto por los norteamericanos, sobre todo después que les fuera negada su participación como país observador en la SCO. China ha mejorado sus vínculos políticos y económicos en otros continentes como Africa y América Latina. En términos energéticos, el crecimiento y consumo de petróleo por China entra en contradicción con los objetivos norteamericanos de controlar las regiones productoras de hidrocarburos del medio oriente y de Asia central (objetivo gringo que de por sí busca restringir los suministros de petróleo hacia China).

o La ruptura del monopolio informativo que estaba en manos de Estados Unidos e Inglaterra, con el surgimiento de canales informativos como Al Jazeera y Telesur[17]. Irán y Rusia han desarrollado igualmente canales televisivos de información en idioma inglés. El viejo monopolio de la BBC y CNN ha dado paso a visiones multipolares sobre la información en todos los rincones del mundo, creando las condiciones que dificultan cada vez más la manipulación informativa que el capitalismo occidental ha desarrollado por siglos para favorecer sus intereses imperiales alrededor del mundo.

o El crecimiento de las fuerzas de izquierda en Latinoamérica, y la creciente pérdida de influencia norteamericana en la región, considerada por ellos mismos en términos históricos como su “patio trasero”. Quizás el ejemplo más patético haya sido, hasta ahora, la votación en la OEA para elegir a su secretario general, en mayo de 2005, votación perdida por el candidato mexicano apoyado por los Estados Unidos, y ganada por quien contaba con el respaldo y la promoción explícita del gobierno de Hugo Chávez, el chileno José Miguel Insulza. De manera general, los reiterados triunfos electorales de fuerzas de izquierda en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Chile y Paraguay, y el crecimiento electoral de las mismas en países como México, Colombia y Perú, constituyen una circunstancia sin precedentes en la región. Iniciativas de integración regional que ya están en desarrollo, como el Banco del Sur, la UNASUR, el ALBA, y un acuerdo militar suramericano que promueven varios gobiernos entre los que destacan Brasil y Venezuela, constituyen ejemplos palpables de que América Latina está intentando seguir caminos de soberanía y distanciándose de la histórica influencia norteamericana en la región. Aunque todo este proceso sea aún incipiente, puedan ser revertidos en el mediano plazo, o culminen en simples experiencias reformistas, de cualquier forma es indudable que las formulaciones de los teóricos de la dependencia realizadas en la década de 1960 se han quedado cortas y conservadoras ante este crecimiento y los logros alcanzados por este nacionalismo de izquierda latinoamericano del siglo XXI. La pérdida de influencia estadounidense en América Latina es reconocida de una u otra forma por multitud de organizaciones y personalidades de los propios Estados Unidos, incluyendo al Presidente Bush y a los candidatos Mac Cain y Obama.

o El empantanamiento de Estados Unidos tanto en Irak como en Afganistán. Lo que se planificó como intervenciones de rápida definición han terminado convirtiéndose en una guerra irregular que además de causarles miles de bajas en muertos y heridos, los obliga a mantener un gasto militar enorme, no previsto en los planes originales. La incapacidad de los Estados Unidos para acabar con las resistencias iraquí y afgana han puesto en duda la efectividad real de sus avances tecnológicos en el campo militar. Algo similar ha sucedido luego de que la invasión israelí contra el Líbano, en julio-agosto de 2006, se demostrara incapaz de derrotar a la milicia del Hizbolá. La superioridad militar norteamericano-israelí, fundamento de su papel como potencia hegemónica del mundo unipolar, está seriamente cuestionada a la luz de los acontecimientos en Afganistán, Irak y Líbano. Haciendo una analogía histórica, la resistencia iraquí contra la invasión estadounidense-británica es también un acontecimiento inesperado que amenaza con cambiar el curso de los acontecimientos en el medio oriente, de la misma forma en que la resistencia soviética en Stalingrado volteó el rumbo de la segunda guerra y marcó el inicio del colapso para el imperio nazi-alemán[18].

o Otro elemento vinculado a lo anterior es la creciente influencia iraní en los gobiernos de Irak y Afganistán. Siendo Irán el principal enemigo declarado por el gobierno de los Estados Unidos, amenazado de un ataque militar casi inminente contra sus instalaciones de energía nuclear, no es comprensible que mantenga al mismo tiempo las mejores relaciones con los gobiernos títeres de Bagdad y de Kabul. Hoy mismo (8 de junio de 2008) el presidente de Irak, Al-Maliki, ha visitado Teherán y afirmado que no permitirá usar el territorio iraquí para atacar desde allí a Irán, saliéndole al paso a las amenazas proferidas el viernes 6 por el viceprimer ministro israelí que habló de que no quedaba otra salida que atacar militarmente las instalaciones nucleares iraníes. El propio Ahmadinejad ha visitado Kabul en 2007, desafiando la influencia norteamericana en Afganistán. Un último detalle acerca de las vicisitudes de un imperio que no es respetado ni por los mismos gobiernos títeres que impone en los territorios invadidos: el gobierno de Al-Maliki le vende la gasolina a las fuerzas militares de ocupación tres veces más cara que el precio de venta para la población iraquí[19].

 

  1. LA ESTRATEGIA DEL IMPERIO Y EL DESARROLLO DE LA CRISIS.

En la historia de la humanidad no todos los imperios han desarrollado las mismas estrategias. Diversos autores han profundizado sobre las diferencias entre la política del Imperio Romano y las de otras formaciones sociales como la India, China, Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica (Mayas y Aztecas principalmente) y los Incas en los Andes[20]. El imperialismo de los romanos se caracterizó por la imposición del esclavismo como modo de producción y por el expansionismo cultural, a diferencia del modo de producción tributario existente en todo el resto de sociedades mencionadas.

Esas características propias del Imperio Romano se repitieron en los imperios absolutistas europeos que surgieron a partir del siglo XV. La conducta del Imperio Español en América no tuvo nada que ver con “dominar a cambio de protección y orden interno”, como afirma Roland Denis en el artículo mencionado al principio de este trabajo. Los españoles arrasaron totalmente con las sociedades existentes en América, las integraron por la fuerza a su sistema económico, a su modo de vida, a su religión, idioma y costumbres, además de saquearlas sistemáticamente durante más de trescientos años y de explotar la mano de obra gratuita de la población indígena y de los esclavos traídos de Africa.

Si ha existido algún tipo de soberanía en el mundo no es precisamente por responder a una política consciente del imperialismo. Las soberanías de los países, por ejemplo en América Latina y en los propios Estados Unidos, se conquistaron mediante largas guerras de independencia que en modo alguno pueden enmarcarse en una estrategia específica del imperialismo. En todo caso las fuerzas imperialistas establecieron estrategias a partir de allí, como hacen todos los actores en la confrontación social, de acuerdo al desarrollo particular de la lucha de clases.

 

Igual ocurre con el llamado “orden internacional”. Durante la década de 1930 se violentó radicalmente el orden internacional, se pisoteó la soberanía de multitud de países, se violaron todos los acuerdos previos establecidos entre las grandes potencias, y finalmente se desembocó en el estallido de la gran guerra mundial a partir de 1939. El orden internacional ha sido algo que funciona si sirve a los intereses imperialistas, y se rompe cada vez que se contrapone a los mismos. En las grandes crisis imperialistas, precisamente es el orden internacional lo primero que salta por los aires, junto a la soberanía de las naciones y pueblos. No ubicamos en que época pudieron desarrollarse esos “cuatro siglos de formación de soberanías, estados liberales y orden internacional”, como afirma Denis.

El promover la desorganización y el caos no es, por tanto, una estrategia novedosa para el imperialismo. Por el contrario, ha sido una receta utilizada desde el Imperio Romano hasta el presente, como mecanismo de subyugación de los pueblos y naciones.

Siguiendo la tesis de Samir Amin sobre el imperialismo colectivo instaurado a partir de 1945[21], el cual estaría integrado por los Estados Unidos como potencia hegemónica, Japón y la Europa Occidental, el objetivo que se trazaron los gringos en ese entonces sigue siendo el mismo actualmente, dominar militarmente el mundo para garantizar la explotación segura de los recursos naturales destinados a satisfacer las necesidades de la ciudadanía norteamericana. Este objetivo, luego de diversas vicisitudes por varias décadas, se comenzó a facilitar luego del derrumbe del Bloque Soviético entre 1989-1991. 

Las prioridades de los Estados Unidos se orientan a impedir el surgimiento de cualquier otra potencia que amenace su hegemonía mundial, y a garantizarse el libre acceso a recursos naturales como energía, agua y alimentos, ante la perspectiva de su progresiva escasez y agotamiento en el transcurso del presente siglo. En el primer caso, China y Rusia reúnen esas condiciones potenciales para desarrollarse como potencias y desplazar en el futuro al imperio unipolar estadounidense. Sin perder de vista que la propia Europa (la Unión Europea) también reúne esas potencialidades. La necesidad de controlar militarmente el medio oriente, región desde la cual se puede atacar militarmente tanto a China, como a Rusia e incluso a Europa, se fortalece con la existencia allí de las principales reservas de petróleo del mundo.

Cuando ocurren los sucesos del 11 de septiembre de 2001, el plan desatado a partir de allí por los Estados Unidos tenía por objetivo final el cercar a China, de manera de restringirle los suministros de petróleo y limitar su influencia regional mediante la ocupación militar de territorios en Asia central y el Medio Oriente. Luego de 7 años de intervención en Afganistán y de 5 años de haber invadido Irak, los Estados Unidos no han podido estabilizar su influencia en ambos países; tampoco han avanzado hacia la ocupación de Irán, invasión que siempre ha estado a la orden del día pero que se posterga una y otra vez ante la incertidumbre cada vez mayor del resultado militar de esa confrontación. Mientras eso ocurre, Rusia se ha ido recuperando como potencia económica y militar, y se ha unido a China como potencias emergentes que comienzan a desafiar la hegemonía estadounidense.

Tratando de dominar el Medio Oriente, a los Estados Unidos se le ha insubordinado su propio patio trasero, los países de América Latina. Como si eso no bastara, la inestabilidad económica ha vuelto con una fuerza no vista desde la época de la Gran Depresión, a partir de la ruptura de la “burbuja inmobiliaria”, los precios del petróleo escalan diariamente nuevos records y amenazan seriamente los niveles de vida de los ciudadanos de los países centrales. La crisis alimentaria se fortalece con su progresiva escasez (ayudada por su utilización en la elaboración de bio-combustibles) y con los aumentos de precios en el último año. Toda una serie de factores que enredan al máximo la estrategia que venía desarrollando el imperio yanqui al comienzo de esta década.

Todo lo anterior no implica que la estrategia del imperio haya fracasado, o que se vaya a modificar. Hay que tener claro que los actores dentro de las fuerzas imperialistas responden, como en todas partes, a diversas tendencias. La circunstancia de los últimos años, de hegemonía de los neoconservadores gringos, pudiera variar en el marco de las próximas elecciones estadounidenses de noviembre. Pero también hay que tener claro que no hay sectores en la elite política norteamericana que pongan en duda o que se propongan modificar la condición imperial de los Estados Unidos. Tanto el Partido Republicano como el Partido Demócrata son dos piezas centrales de la conducción política del imperio. En todo caso dos estilos diferentes, pero con los mismos objetivos de fortalecer y prolongar la hegemonía estadounidense en todo el mundo.

El desarrollo inmediato de la crisis implica el desarrollo de múltiples circunstancias políticas y económicas, y de actores cada vez más enfrentados. En los hechos, se pudiera estar configurando no sólo una gran crisis económica, sino también una gran crisis política que crearía las condiciones para el estallido generalizado de confrontaciones militares, a partir del Medio Oriente y extenderse por otras regiones del mundo. Entre esas circunstancias actuantes destacamos:

  • El aumento de precios del petróleo, con el consiguiente aumento de combustibles. Se están generando protestas populares tanto en los países de la periferia como en los propios centros capitalistas. La tendencia actual es a la profundización y masificación de dichas movilizaciones populares.
  • El aumento de precios de los alimentos y la escasez de algunos rubros alimenticios. Igualmente están generándose manifestaciones, pero circunscritas por ahora a los países más pobres: países del Africa, Haití, etc. Los análisis de este aumento de precios se orientan a culpabilizar a las grandes multinacionales de la industria de alimentos como los responsables de los altos precios debido a la especulación en los mercados bursátiles. Algunos autores afirman que se promueven concientemente hambrunas en los países de la periferia, como un mecanismo de controlar la sobrepoblación y “garantizar que dicha sobrepoblación no afecte los intereses norteamericanos hacia el futuro[22].
  • Ambos factores, petróleo y alimentos, generan inflación, recesión, y desequilibran la estabilidad de las economías centrales (puesto que las economías periféricas nunca han estado estables).
  • Continúan los efectos económicos de la crisis inmobiliaria en los Estados Unidos, que se ha extendido de manera directa a la Europa Occidental. La inestabilidad en la Bolsa de Valores de Nueva York pudiera ser un indicativo de la desconfianza que impera en los mercados, y de que los propios capitalistas están esperando tiempos peores. Algunos actores de las finanzas mundiales se atreven a formular la pregunta: “¿Cuáles son los límites del sistema capitalista? Tal vez el mercado no sea siempre el mejor mecanismo para solucionar la crisis[23].
  • Sobre los efectos de esta crisis financiera en la economía mundial, las opiniones mayoritarias se orientan a aceptar que incidirá tanto en Europa como en China e India, por los vínculos existentes entre estas economías. El agravamiento de la crisis financiera en Estados Unidos conduciría a una recesión mundial en el corto o mediano plazo, derivado de la interdependencia de las economías en todas las regiones del planeta.
  • La crisis misma radicaliza las posiciones políticas en bando y bando. El imperio ve como tienden a resquebrajarse sus alianzas, y los centros de poder multipolares que se han comenzado a configurar en la última década[24] fortalecen sus argumentos para profundizar la “desconexión” con las estructuras económicas y políticas centrales.
  • No obstante, no se debe subestimar la capacidad del sistema capitalista para encontrar salidas a la crisis actual. Algunos hablan del “keynesianismo militar”, que pasaría por el desarrollo de diversas confrontaciones bélicas que impongan una economía de guerra en los países centrales. Lo que Naomi Klein llama el “capitalismo del desastre”, es decir, promover la destrucción social en el mundo, para luego proceder a reactivar la economía mediante el proceso de reconstrucción de lo que se ha destruido. Fórmula que ha sido aplicada en Irak, y que se asocia a la doctrina de las “guerras preventivas”, destinadas a invadir los países y territorios que potencialmente puedan desafiar la hegemonía estadounidense en el futuro.
  • A lo interno de la elite norteamericana también existen posiciones radicales en cuanto a la permanencia en Irak y la posible intervención armada contra Irán. Mientras Bush, Mc Cain y los Republicanos insisten en prolongar al infinito su permanencia en Irak, y no descartan en ningún momento la posibilidad de un ataque militar contra Irán para detener su supuesto plan de desarrollo nuclear, los demócratas, encabezados por su candidato Obama, insisten en una pronta salida de las tropas de Irak, y no hacen mucho énfasis en soluciones militares contra los países del llamado “eje del mal”, sino que priorizan las negociaciones y el diálogo. Este detalle no debe pasarse por alto, porque una contradicción de ese tipo en cuanto a las prioridades militares del imperio, referidas a intervenir o no en Vietnam, fue lo que condujo en 1963 al asesinato de Kennedy.
  • Las presiones cada vez mayores del Estado de Israel para realizar un ataque militar contra Irán. Estas presiones se extienden tanto al gobierno de los Estados Unidos como a la Unión Europea. Un eventual ataque militar contra Irán trastocaría el orden mundial actual y daría paso a una serie de agresiones militares entre países que en poco tiempo pudieran conducir a una guerra de carácter mundial. Para el imperialismo sería una estrategia de “darle con el palo a la lámpara”, ante la progresiva pérdida de control político y económico sobre el mundo. Pero recordemos que esas soluciones extremas a las que ha recurrido el imperialismo sólo han conducido a profundizar su propia crisis y a que se constituyan y fortalezcan actores en el campo popular y revolucionario que desarrollan formas políticas alternativas al imperio (como ocurrió en la crisis de 1914-1945).

Finalmente, sobre el desarrollo previsible de los acontecimientos, siempre habrá que tomar en cuenta que las estrategias del imperialismo ante las crisis implican un tránsito hacia lo desconocido. En una situación de pérdida de control, el imperialismo recurre a estrategias cuyos resultados le pueden o no ser favorables. La estrategia de los nazis en los 30 los condujo a su aniquilamiento total, y a la desaparición de Alemania como potencia mundial por varias décadas. De las estrategias que los focos de poder multipolar desarrollen, como respuesta al imperio, dependerá el futuro de la humanidad. Nosotros nos pronunciamos a favor no sólo de la construcción de ese mundo multipolar, sino a favor de la transformación profunda de las relaciones económicas capitalistas, por el derrocamiento efectivo de la burguesía financiera y el desarrollo de sociedades donde se respete la diversidad política y cultural, basadas en la economía social cooperativista y en la democracia participativa. Tal vez esté llegando de nuevo la hora del socialismo, pero no ya del viejo socialismo de partido y de estado que fracasó en la URSS y demás países del llamado bloque socialista. Es la hora del llamado Socialismo del Siglo XXI, única alternativa de organización social que puede salvar a la humanidad de la barbarie a las que nos conduce el decadente imperio de la llamada civilización occidental eurocristiana.

Maracaibo, 13 de junio de 2008.



[1] El artículo se denomina “Imperio, territorio y comunión rebelde”. Roland Denis - www.aporrea.org
06/06/08 -
http://www.aporrea.org/tiburon/a58402.html.

[2] Existe una obra de Samir Amin, de 1991, que lleva el mismo título de “El imperio del caos”, aunque las conclusiones aparentemente son diametralmente opuestas (no hemos leído la obra de Joxe). Amin afirma que la crisis desatada en la década de 1970 no ha podido ser superada por lo que él llama el “imperialismo colectivo” dominante. Al no poder superar la crisis mediante la instauración de un modelo de acumulación estable que garantice la expansión del capital, el imperialismo genera el caos, implementando políticas para “administrar la crisis”, pero que son incapaces de superarla en términos estructurales. Samir Amin. 2000. La economía política del siglo XX. Monthly Review.

[3] Derechos como el de la salud, educación, trabajo, seguridad social, vivienda, recreación, sindicalización, contratación colectiva, servicios públicos, todos concebidos como obligación del estado y de prestación gratuita o en condiciones de pago apropiadas a los ingresos de las clases trabajadoras y populares. Nuestra constitución nacional es una buena muestra de esos derechos sociales que hace más de 60 años consagró el estado benefactor impuesto por el capitalismo keynesiano.

[4] Francis Fukuyama (intelectual estadounidense), sostuvo en un artículo publicado en 1989 (publicado luego como libro) lo que él llamó “el fin de la historia”, entendiendo por ello que el modelo neoliberal imperante en el mundo globalizado era capaz de eliminar los conflictos en nuestras sociedades, destinadas a vivir en armonía de aquí en adelante (Fukuyama, 2002).

[5] Economistas de la Universidad de Chicago, encabezados por Milton Friedman.

[6] Carlos Andrés Pérez, como presidente de Venezuela, firmó la Carta de Intención con el FMI en febrero de 1989.

[7] Como dice James Petras: “Desde comienzos de la década de 1990, se produjeron en toda América Latina movimientos extraparlamentarios sociopolíticos masivos, acompañados por alzamientos populares a gran escala que llevaron al derrocamiento de diez presidentes neoliberales clientes de EEUU/UE: tres en Ecuador y Argentina, dos en Bolivia y uno en Venezuela y Brasil”. PETRAS, James. 2006. Petras, Evo, Chávez y el imperialismo. http://www.voltairenet.org/article139664.html#article139664.

[8] Jorge Beinstein. 2008. El hundimiento del centro del mundo. Estados Unidos entre la recesión y el colapso. www.aporrea.org.

[9] Samir Amin dice que las causas del debilitamiento del sistema productivo de Estados Unidos “son complejas y estructurales”. Samir Amin. 2004. Geopolítica del imperialismo contemporáneo. CLACSO. Buenos Aires (Argentina).

[10]La búsqueda de beneficios es la fuerza motora del capitalismo y, cada vez en mayor medida, sólo pueden obtenerse cuantiosos beneficios gracias a la especulación financiera, en lugar de conseguirlos gracias a la inversión industrial”. Walden Bello. 2008. Un capitalismo con tonos apocalípticos. http://www.pensamientocritico.org/walbel0408.html.

[11] China sería el principal ejemplo de este traslado de las inversiones de capital hacia regiones de la periferia que ofrecen mejores condiciones para la explotación del trabajo.

[12] En una clásica medida keynesiana, la Reserva Federal otorgó en marzo de este año 30 mil millones de dólares para que JP Morgan comprara el banco de inversiones Bear Stearns y así evitar un desastre mayor.

[13] Entrevistados por la BBC en abril de 2008. http://www.bbc.co.uk/spanish/specials/1328_crisis/page5.shtml

[14] Informe del Commonwealth Fund. Publicado en www.aporrea.org, 10/06/08.

[15] Jorge Beinstein. 2008. El hundimiento del centro del mundo. Estados Unidos entre la recesión y el colapso. www.aporrea.org.

[16] Walden Bello. 2008. Un capitalismo con tonos apocalípticos. http://www.pensamientocritico.org/walbel0408.html.  

[17] Dilip Hiro. 2007. La aparición de un mundo multipolar. www.rebelión.org.

[18] Guardando las distancias, no dejan de ser fenómenos con grandes diferencias en lo específico, pero sus efectos sobre el curso de los acontecimientos históricos tienden a ser parecidos.

[19] Michael T. Klare. 2008. Retrato de una ex-superpotencia adicta al petróleo. www.rebelion.org.

[20] Samir Amin. 1974. Sobre el desarrollo desigual de las formaciones sociales.

[21] Ese imperialismo colectivo se ubica en el capitalismo occidental. Amin agrega otros dos focos de poder luego de 1945: la experiencia socialista, que colapsó en 1989-1991, y la experiencia nacionalista-antiimperialista que desarrollaron naciones del Tercer Mundo entre 1955-1975, incluyendo principalmente al nacionalismo árabe y los Países No Alineados. Samir Amin. 2000. La economía política del siglo XX. Monthly Review.

[22] Michel Chossudovsky. 2008. Tres necesidades vitales en peligro. La crisis global: Alimento, agua y combustible. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=68624&titular=la-crisis-global:-alimento-agua-y-combustible-.

[23] George Soros, en intervención en el Foro Económico Mundial, en Davos. Enero de 2008.

[24] Como la Organización de Cooperación de Shangai, y el bloque de países Suramericanos.



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Roberto López Sánchez. Profesor de LUZ.

Roberto López Sánchez (Caracas, 1958). Profesor Titular de la Universidad del Zulia (LUZ) con ingreso en 1994. Licenciado en Educación (LUZ, 1994). Magister en Historia (LUZ, 2005) y Doctor en Ciencias Políticas (LUZ, 2013). Actualmente dicta 6 materias en la Licenciatura de Antropología en LUZ: Historia de América; Historia de Venezuela; Intercambios Económicos; Poder y Movimientos Sociales; Culturas Afroamericanas; y Modo de Vida e Identidad Nacional. Ha dictado seminarios a nivel doctoral y nivel maestría en universidades venezolanas; y seminarios de Historia de Venezuela en universidades de Chile y España. Actualmente coordina la Unidad Académica de Antropología. Ha dirigido proyectos de investigación a través del CONDES-LUZ, y CLACSO. Línea de investigación: estudio de los movimientos sociales. Ha publicado más de 50 trabajos científicos. @cruzcarrillo09

 @cruzcarrillo09

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