La traición de Ingrid

Leo un clamor de indignación entre los sectores progresistas venezolanos por la reacción de desprecio de Ingrid Betancourt y su familia hacia personas que tanto interés tuvieron en su liberación, en especial el presidente de Venezuela Hugo Chávez y la senadora Piedad Córdoba. Hablan de traición indignados por lo que, a todas las luces, es una prueba de ingratitud.

Betancourt y familia no han traicionado a nadie, han vuelto a la clase social, política y económica a la que siempre pertenecieron: la burguesía neoliberal adinerada de Colombia. Ingrid es hija de Gabriel Betancourt, ministro de Educación durante el gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla, y de Yolanda Pulecio, quien fue reina de belleza que llegó a Miss Colombia y Representante a la Cámara por Bogotá. Betancourt, como buena hija de la oligarquía, cursó sus estudios de secundaria en el Liceo Francés de Bogotá y más tarde ciencias políticas en Francia en el Instituto de Estudios Políticos de París; se especializó en comercio exterior y relaciones internacionales. Vivió varios años en París, donde su padre ejerció como embajador ante la UNESCO; allí conoció a su primer marido, el diplomático francés Fabrice Delloye, con quien se casó en 1981.

Se divorció en 1990 y se afilió al Partido Liberal, donde trabajó como asesora del Ministro de Hacienda Rudolf Hommes, y de Comercio Exterior, Juan Manuel Santos, durante el gobierno de César Gaviria. Ingrid se casó por segunda vez con el publicista colombiano Juan Carlos Lecompte. Durante este período escribe el libro La Rage au cœur [La rabia en el corazón], publicado originalmente en francés, sobre su visión del gobierno de Ernesto Samper.
Su apoyo popular como candidata a la presidencia, ya fuera del Partido Liberal, era tan solo de un 0,8% de intención de voto cuando fue secuestrada.

Mientras había cientos de sencillos soldados rasos y civiles anónimos en poder de las FARC y muchos más campesinos y pequeños colaboradores de la guerrilla sin delitos de sangre pudriéndose en las cárceles colombianas, Hugo Chávez y Piedad Córdoba eligieron a la hija del ministro de la dictadura y la miss Colombia como emblema de su lucha por el canje humanitario. Los medios internacionales, con Francia a la cabeza, se incorporaron a la cruzada hasta elevar a Ingrid Betancourt al rango de heroína nacional. Evidentemente la familia de la retenida, que nunca se hubiera acercado a un presidente surgido de los cerros, no hacía ascos a cualquier líder social que pidiera la libertad de Ingrid. Si había que criticar a Uribe para poder estar ante las cámaras junto a un jefe de Estado que pidiera la libertad para su hija, pues se criticaba.

Creyendo estar presionando para un acuerdo humanitario, Chávez y Piedad convirtieron a Ingrid en ejemplo de resistencia y lucha y a la guerrilla en un monstruo que retenía a una bondadosa hija, esposa y madre.

Mientras Piedad Córdoba arriesgaba su vida y Hugo Chávez su referéndum para la reforma constitucional, el mito crecía ante los ingenuos ojos de quienes creían que su buena intención estaba siendo reconocida por familiares, medios de comunicación y hasta por el gobierno francés. No comprendieron que sólo estaban siendo utilizados.

Ingrid se convierte en un símbolo internacional de la crueldad de las FARC mientras los anónimos soldados y guerrilleros seguían pudriéndose en la selva o en la cárcel. Sus madres no acudían invitadas al Aló Presidente ni nadie las entrevistaba en Telesur.

El codiciado trofeo logra la libertad de la mano de Uribe y vuelve junto a los de su clase, ideología y condición llena de odio, como es lógico, contra quienes le robaron seis años de vida. Se fotografía junto al ministro de la guerra de Colombia, pide la reelección de Uribe y dice -vestida de militar- que será un soldado contra las FARC. Viaja a Francia y se besa ante las cámaras por uno de los presidentes europeos que lidera el encarcelamiento durante año y medio de todos los colombianos que lleguen a Europa sin papeles. Ni Chávez ni Piedad le interesan ya. Se ensuciaría con el barro de los cerros y las manos callosas de los pobres si los acompañase, ya no los necesita para llamar la atención de la opinión pública internacional.

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Pascual Serrano


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