Crisis, pueblo y petroleo: fisiología del engaño

I. El petróleo, combustible ideológico

En EEUU, emblema del sistema capitalista mundial, se ha desatado una crisis financiera. Tan cierto es que, así como no se puede tapar el sol con un dedo, no es posible tampoco ocultar los 4 millones de propietarios que viven el trance de perder sus hogares por incumplimientos hipotecarios. Verdad de Perogrullo, pues, cuando a semejante mar de lamentos se le suma la "nacionalización" de las empresas gigantes hipotecarias, como Freddie Mac y Fannie Mae, además de AIG, la más grande aseguradora. De forma que no queda otra opción que creer que ocurre algo extraordinario, de la misma forma que es extraordinario descubrir en el cielo unos elefantes volando. (Sí, como suena, el sistema de los sueños no es perfecto).

Pero vea usted cómo hay más nombres de elefantes voladores en el cielo: Lehman Brothers, un banco casi bicentenario y la cuarta empresa de valores más grande, quiebra, así como un banco minorista llamado IndyMac; Merrill Lynch, uno de los íconos más conocidos, es vendido, así como fue comprado también el Bearn Stearns con parte de capital de la Reserva Federal de los EEUU, de modo que podría decirse que fue "nacionalizado"; el Godman Sachs y el Morgan Stanley fueron reducidos a simples bancos comerciales. En síntesis: podría afirmarse que lo que se llama banca de inversión se disipó con el holocausto de sus cinco más grandes entidades: Lehman Brothers, Bearn Stearns, Merril Lynch, Godman Sachs y el Morgan Stanley, para mencionar a los paquidermos por orden de tamaño.

De manera que no es momento para andar llamándose a engaños: de que vuelan, vuelan: entra en crisis la práctica financiera del sistema político-ideológico que gobierna al mundo, esto es, el sistema capitalista, hasta el grado que ha tenido que tragar grueso mirando el desmontaje definitivo de lo que pretendió fuese uno de sus fundamentos axiomáticos: el libre mercado. Uno de los engaños sistemáticos más descomunales de la historia político-económica del hombre, mantenido a sangre y fuego en el tapete de las creencias. Porque la historia del capitalismo es eso, fundamentalmente, engaño y sangre; imposición ideológica y modélica del poder económico de los países grandes sobre otros no tan fuertes (supervivencia del más apto), a título de "cooperación", "ayuda" o buenas relaciones diplomáticas, lo que equivale a decir, en lenguaje descarnado, que lo que es producto de una invasión, imposición o chantaje, es presentado al mundo como una "progresista relación entre países", no importando que el país menor reviente internamente en su economía por obra y exigencia del mayor. Al final, habrá alimentado con su sangre las bases del paradigma, mismo que se tiene que sostener a toda costa. Es la explotación el caldo de nutrientes del tan vendido sistema político-económico.

Ya desde hace mucho rato venía dando tumbos. Para muchos tocó techo como sistema modélico en la década de los 70, coincidiendo con la mayor producción petrolera de los EEUU. En ese entonces gozaba el sistema de una innegable fortaleza, directamente proporcional a la de este país productor de petróleo, su principal propagandista: privilegios indiscutidos como vencedor de guerra, monopolio en materia de conocimiento nuclear y científico, dueños de la moneda estandarizada mundialmente. Pero después que el recurso fósil se le hace cuesta arriba en producción propia, debiendo pelearlo en los mercados externos contra potencias emergentes como China, además de reclamar el oro negro una valoración propia en el mercado, la historia se ha venido haciendo achacosa, y no es cuestión de ponerse a enumerar los numerosos capítulos de abuso (invasiones, guerras) a los que ha tenido que recurrir el principal adlátere del sistema para mantenerlo a flote como la atractiva oferta ideológica del mundo, intentado tapar sus huecos económicos y fisiológicos con el aporte sanguíneo de la quiebra de los demás.

Porque, como dijimos arriba, ese es el quid del sistema. En un principio someter para luego, sostenidamente, explotar, manteniendo vivas las apariencias y el discurso del modelo económico salvador de todos los tiempos. Expoliar, birlar los recursos naturales de los demás países, imponerles una relación asimétrica de competencia comercial, ponerlos a trabajar como esclavos, si quiere utilizar una palabra de mucha pertinencia para el caso, aunque luego se rotule en la prensa como "relaciones de amistad". Todo en nombre de paliar el hallazgo de que el manoseado sistema no es perfecto, de que depende en extremo de factores circunstanciales (recursos naturales) peleados con el carácter libre y espontáneo de su propuesta doctrinaria (otra vez el libre mercado) y que, en fin, no encarna la panacea modélico ideológica para el mundo de nuestros tiempos. Tal es el capitalismo, la producción de dinero sin intervención del Estado.

Viejo se ha hecho ya el cacareo respecto de sus connotadas virtudes, sospechosamente coincidente con el acabose e hiper valoración (en consecuencia) de las reservas fósiles del planeta. Como si el petróleo fuese un combustible ideológico; como si no fuese un rubro más de compra-venta en el mercado que no tuviera que estar conmoviendo bases ideológicas de nada al pasar por las balanzas. ¡Qué se acaba y algo de la vida depende de él! ¡Vaya, vaya! Mucho de visionario intranquilizador debieron comportar las palabras de quien hasta hoy se le motea como artífice de la caída del bloque soviético, Ronald Reagan, cuando ofreció "poner de rodillas" a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), procurando a toda costa (guerras, saqueos, invasiones) unos precios en el mercado al ras del suelo. Hecho que, por supuesto, tiene que desdecir de la pretendida libertad de mercado propalada por el sistema capitalista-neoliberal, dado que se hacían cotizar los precios a fuerza de cañón, y dado que así, con ese saqueo y pan regalado de la tierra, cualquier doctrina se puede financiar.

Y tienen que desdecir en gran medida las últimas precauciones tomadas por el "modelo" para mantener sus creíbles niveles de salud imperial. Irak y Afganistán ya son historia, a rótulo de posesión de armamento de destrucción masiva y lucha contra el terrorismo, respectivamente; así como Georgia y Osetia del Sur, aunque sea éste un capítulo frustrado de intento de aseguramiento de vías de suministro de energía fósil para Europa. Frescos están los intentos intervencionista contra Birmania, país con yacimientos energéticos significativos, así como la obligación de retiro de Indonesia del cartel de los países productores de petróleo. Como medida icónica de los ingentes esfuerzos que hace el régimen capitalista mundial para mantener su salud doctrinaria, su fementida libertad de mercado, está la reciente presión ejercida contra Arabia Saudita, vía ONU inclusive, para que se obligase a sus compañeros de OPEP a bajar los precios. El mundo de los chantajes, pues, para incidir en el “libre” mercado.

¡Vaya libre mercado, última mueca discursiva de una propuesta ideológica que había empezado a trabarse con sus propias tuercas! La situación presente de petición de auxilio financiero al Congreso de los EEUU por parte del meollo conceptual capitalista (la banca) constituye el oficial reconocimiento de la crisis de valores del sistema capitalista, la verdadera desnudez del sistema y Estado capitalistas, subsumido en el interés de sí mismo, de sus mentores, de sus ricachones y banqueros dueños de transnacionales, de sus políticos traidores al espíritu popular, a despecho de una cifra cualquiera de parroquianos que anden en situación de hundirse en el lago de los mil diablos de la quiebra.

Háblese de 4 millones, más del 1% de la población estadounidense, o háblese de los millones de seres humanos de otros países afectados por el bandolerismo sistémico de la ideología que proclama la supervivencia del más fuerte sobre la base embustera del libre mercado, rasgo que se pretendió estatuir –por cierto- como el indicio de una economía progresista. Total, de cualquier modo al final todos son contribuyentes, la figuras soportes necesarias del sistema, los que verdaderamente sostienen a la teoría y ejercicio capitalistas, como quedó demostrado con el auxilio financiero del Estado norteamericanos a los banqueros por encima de las necesidades mayoritarias de su gente. Porque es el contribuyente, vía manipulación y engaño, el real sostén de una teoría de lujo para ejercicio y disfrute de "lujosas" personalidades, constitutivas éstas de una pequeña minoría en el mundo, como bien se corresponde con el eslogan que reza "los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres". (En EEUU hay 400 estadounidenses que poseen más de lo que posee la mitad del país, unos 150 millones de contribuyentes; hablamos de algo así com $1,6 billones).

En el fondo, yendo más allá de la consideración crítica de un modelo, tendría que hablarse de civilización, de cultura europea cojeando en uno de sus postulados ideológicos, tan caros como el cristianismo y la razón de esencia helénica, por mencionar dos bases de la cultura occidental. Y ese cuento tartamudeante es el desarrollismo occidental sobre la base de la explotación de los recursos naturales, en boga hasta el sol de hoy, dado que el planeta todavía resguarda algunas reservas y yacimientos de algo, en esa medida deparándole todavía expectativas al viejo modelo. Todo el mundo sabe que Europa arrasó con sus riquezas a fuer de desarrollarse, así como no es difícil corroborar hoy que el viejo molde cultural, agotado en su zona de origen, se vuelca en consecuencia hacia las zonas del planeta con suficiente combustible para seguir respirando y hacerle creer al mundo que se está en ejercicio de una infalible doctrina de la felicidad humana. Tiene el modelo de vida capitalista tantos años de vida como soporte en recursos naturales en el planeta quede, porque su doctrina de esencia y decadencia está fundada en la explotación de dichos recursos, siempre que la aberración humana ideológica no pase a contabilizar al hombre, en carne y hueso, como el combustible final para sostener sus teorías. Si en decadencia un concepto, en decadencia también el otro.

La secuencia de la historia es lógica, con su cobre, bronce y hierro, para hablar con la Edad de los Metales. Cada una de ellas constituyó un estadío y mundo de desarrollo, no siendo ninguna de ellas una eternidad de ningún modo. Un tanto igual ha de ocurrir con el recurso fósil y la ideología a él aparejada, hoy rémora mentirosa que hace las veces de tiburón invencible. Como se acabó el oro, se acaban también algunas ideas y posturas entre los hombres.

II. El pueblo y la democracia, el teatro del engaño

Pero tampoco es hora de cantar grandes victorias con la expectativa de una mutación del mundo hacia una situación más humanitaria. Sin duda habrá de venir el definitivo cambio, porque no es sostenible que un modelo cuyo eje es la explotación del hombre por el hombre, de los recursos naturales y proclame la selva de los mercados, dure más allá de lo que doctrinariamente le proyectan sus postulados. Exagerando un poco, en la línea de las definiciones de tipo salvaje, podría decirse que una vez agotadas las reservas naturales del planeta Tierra, sean las que fueren, su modelo de desarrollo seguramente habrá de echarle el ojo a ese recurso que todavía estará vivo: el hombre mismo, en carne y hueso, el hombre en genética, el hombre empastado, encapsulado, comercializado, rebanado, etc. Porque no es otra la propuesta de un sistema tan desquiciado que conspira contra la vida misma de sus diseñadores, contra la razón humana. Como si dijéramos que el límite de la doctrina es la riqueza total, quizás en una sola mano, a cualquier precio, sin rivalidad plutocrática por ningún lado (entiéndase: otros hombres). Una modalidad de ser dios mismo. Una absolutez erradicadora de la competencia, de la vida. Una nada final.

A pesar de que el sistema se estremece con los ramalazos de la crisis financiera presente, cuyo hueco deficitario sobrepasa los $700.000 millones, todavía el animal está vivo en estructura completa extendida sobre el mundo, viviendo un insólito proceso de autodeglución, tragándose a sí mismo, depurándose hacia una criatura más apta, más fuerte, eliminando la competencia, engulléndose a los más débiles del mismo bando. Tal es lo que ocurre en la actualidad: el sistema se come a sí mismo, lleva a cabo una suerte de fagocitosis que consiste en eliminar del panorama al resto de los organismos, ahora nocivos por su incapacidad de llevar el ritmo de la contienda y supervivencia. De suerte tal que, en breve, con seguridad estaremos en presencia de una nueva versión de la criatura, infinitamente más "superpoderosa", soportada sobre el engaño de un Estado pseudodemocrático que únicamente utiliza su telón de fondo para defender y perpetuar los intereses de las clases dominantes en la contienda.

Porque eso es lo que significa la crisis dentro del sistema capitalista: la oportunidad para que los más poderosos se enriquezcan eliminando la maleza de la competencia más débil, reparando sistemas financieros, adquiriendo propiedades, los espacios que deja libre la muerte de los demás, como el Lehman Brothers, Bearn Stearns, Merril Lynch, Godman Sachs y el Morgan Stanley, ya mencionados. En el alto nivel de la contienda, el capital no se pierde en modo alguno, sino que cambia de manos, como si se diera cumplimiento a una especie de Ley de la Conservación de la Moneda; o se concentra en selectas manos, para hablar con más propiedad. Pero no ocurre así con el extremo contrario, el pueblo, las masas, el contribuyente, figura sobre la cual se ejerce uno de los más despiadados engaños que lo conduce a sostener, inexplicablemente, un sistema a quien no le importa más que como moneda, como número, como estadística. El hecho humano no es contabilizable.

Véalo con claridad: la Reserva Federal está conformada por una docena de los más poderosos bancos de los 10.000 que en los EEUU hay, todos ellos privados. Su misión es crear el dinero del país, previa autorización del Congreso, y su trabajo empieza cuando ordena a la Tesorería la fabricación del dinero, pagando de seis a siete centavos de dólar por cada billete fabricado; su ganancia empieza cuando le corresponde entregar el dinero al gobierno, cobrando según unas tasas de interés que fija ella misma, la Reserva Federal, la cosa esa del “gobierno” conformada por bancos privados. De forma que hay que entender que la sonada institución es una corporación privada que hace su agosto cuando deriva ganancias sobre el dinero de los contribuyentes (ese que proviene de las arcas del gobierno), y que cuando da recursos para auxiliar al sistema financiero, para supuestamente salvarlo (como ocurrió con la AIG), lo que en realidad está haciendo es privatizar una propiedad que en justicia debería pertenecerle al pueblo de los EEEUU a través de la figura de un Estado amparador.

La vileza del engaño estriba en que a semejante "salvación" se le denomina sin el menor rubor "nacionalización", y en el discurso mediático (una de las más poderosas armas manipuladoras del sistema capitalista) cobra visos poco menos que de historia patriótica, acto donde el mejor sistema económico y político del mundo interviene para salvar a la nación de una debacle, sin caer en la cuenta que de un engaño se pasa sin transición a la comisión de un acto de fracaso doctrinario. Es decir, se interviene en el "libre" mercado, se mete la mano para auxiliarlo (esta vez inyectándose casi un billón de dólares), como sea reconociéndose una incapacidad propia de autorregulación. Y no digamos tan alto que semejante medida de intervencionismo económico no parece más que el accionar de un entusiasta gobierno socialista en pleno apogeo, cuya principal preocupación es normar el mercado y salvarlo de la voracidad de los factores despiadados del capital.

¿A qué tanto engaño, pues, con el cuentito del mejor sistema filosófico, económico y político del mundo como mejor modelo de vida, si no puede sostener ni siquiera sus propias mentiras, para no hablar de verdades, que no parecen existir de manera sólida por ninguna parte? Sólido es, ¡eso sí!, el antidiscurso democrático, insólitamente camuflado tras la cortina de la manipulación mental de una sociedad conducida, ensimismada en la fantasía del consumismo, como si le aplicasen un barbitúrico solapante de realidades. Sólido es el hecho cierto del más extraordinario sistema electoral del mundo, del cual ya no es extraño que salga elegido el candidato menos votado en las contiendas, como ocurrió con George W. Bush. Sólido, pues (única cosa cierta), es el espíritu contrario a la prédica de aquellos hombre luminosos de la época fundacional republicana: Thomas Jefferson advirtiendo sobre los peligros de que sea la banca privada quien fabrique el dinero del país; y Abraham Lincoln hablando de su "gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo", una de las fantasías más arteramente estafadas en el país de la manipulación colectiva.

Porque eso parece ser la sociedad norteamericana: un momento de éxtasis que no cae en cuenta que vive sobre una bomba de tiempo, en ejercicio de un consumismo imposible, que come más de lo que produce en términos reales, bajo el efecto ilusorio de un sistema infalible que lo que hace es vivir de las especulaciones financieras, de la circulación de dinero a toda costa, de las inyecciones económicas para paliar crisis, de la seguridad de allí derivada, no importando el cómo, el porqué y el de donde proceda. No importando la condición humana, como lo demuestra la presente crisis, cuando interviene un Estado salvando a una voraz banca, en vez de sus contribuyentes, a pesar de que el precio de salvamento de todas aquellas personas que perdieron sus propiedades (y las que están por perderlas) es ridículamente inferior al precio solicitado al Congreso para paliar la actual crisis del sistema financiero. No importando que la fantasía tenga una connotación pasajera.

Y entra aquí nuevamente la triste historia del monstruo ideológico y sus engaños, desplegando las mil y una triquiñuelas efectistas para sostenerse ante el borregaje de sus ciudadanos, sea invadiendo otros países, sea expoliando, sea atenazando, sea ensayando el globo infinito del desvió de la atención, del sostenimiento de una doctrina al precio de muchas guerras y destrucción, conjurando los efectos de una crisis con la creación de otras en otras latitudes. Buscando, en fin, su combustible para paliar crisis, solapando incapacidades propias. De allí el dicho que la ciudadanía estadounidense, como quiera que sea inocente de los crímenes de sus gobernantes, disfruta de un confort directamente proporcional al derramamiento de sangre que sus dirigentes y tropas generan allende las fronteras, sea cazando terroristas, buscando armas de destrucción masiva o, simplemente, defendiendo la "democracia" como valor universal.

Porque sí, es posible que se sea feliz con el hecho de que se puedan consumir tantas cosas, estos es, comprar compulsivamente, como parece ser uno de los ingredientes del llamado "sueño americano". Total, todo parece ser una situación de condicionamiento mental, para no hablar de automatismo comercial. Pero lo que no parece aceptable, desde el punto de vista ético, es que a título de felicidad propia se tenga que dar por necesario la esclavitud de los demás, refiriéndonos a aquellos países donde los EEUU y la necesidad capitalista practican su búsqueda de combustible ideológico (háblese del combustible literal como de la necesidad del caos, de donde medran) para mantener su flujo de caja; así como que también se tenga que adolecer de la incapacidad de no ver más allá de la razón propia, esto es, del condicionamiento puramente egoísta, consiguiente del sistema. Como si toda la sociedad fuese tecnificada, alejada deliberadamente de las consideraciones de carácter moral. Es decir, que se tenga que tolerar la pérdida del criterio propio racional, de la capacidad pensante, que genera esas suerte de "naturalezas muertas" humanas ante las realidades.

Lo que ahora mismo acaba de ocurrir en los EEUU, sobre la humanidad (palabra excesiva) del sistema capitalista internacional, por sí solo tendría que ser un detonante de movimientos de conciencia que apunten a cambios revolucionarios. A manifestaciones sociales. Porque ahora mismo queda en evidencia la estafa sistemática de una caricatura ideológica, la monstruosidad de un Estado falso que desprecia el interés de las grandes mayorías por entregarse a sí mismo, es decir, a la minoría de la cual es representativo, los ricachones de los EEUU, la plutocracia de las transnacionales. Un sencillo y aterrador develamiento de que en ese país lo que existe es una dictadura plutocrática, sin embargo un nutritivo caldo de cultivo para un futuro de cambios políticos y de confrontación de clases. Sólo que es cuestión de tiempo. El cinismo del modelo neoliberal no pudo expresarse mejor con el desastre que hoy mismo agosta a Wall Street: el Estado y los ricachones privatizando sus ganancias y obligando, sobre los contribuyentes, a la socialización de las perdidas. ¡Qué maravilla!

Pero, repetimos, es cuestión tiempo. No luce plausible que se concrete nada que suene a toma de calles o a protestas en los EEUU, por el hecho de que ya el aparato estatal recorre las calles con comandos élites curtidos en la guerra "casa por casa" en Irak, cuando buscaban insurgentes. El objetivo es mantener el control a cómo de lugar, procurando que el contribuyente (afectado directamente o no) acepte concienzudamente su rol sostenedor de sistemas, se coma el cuento porque sí, so pena de tener que vérselas con una parafernalia represora sobre la que ya se lanzan oscuras especulaciones del terror, una de ellas la que denuncia una candidata a la actual presidencia de los EEUU –a propósito-, Cynthia McKinney, esto es, que durante los hechos del huracán Katrina 5 mil estadounidenses murieron con tiros de gracia en circunstancias aún no claras, hecho que, como quiera que no se relacione con situaciones de alteración del orden público, dice bastante de la determinación estatal de defender su dictadura del patronazgo.

III. Es crisis financiera, no del capitalismo.

No obstante que Paul Samuelson, un premio Nóbel de Economía, afirme que "Esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo", muchos otros prefieren hablar de crisis financiera, con probabilidad de afectar la salud del sistema capitalista como modelo de vida e ideológico. Sobre el hecho cierto de la crisis -arguyen-, destacan el carácter encarnizadamente competitivo del sistema, donde la crisis misma es un medio de depuración y enriquecimiento de las hienas neoliberales, quienes se engullen unas contra otras. De tal forma que la ocasión se presenta como una situación de mutación del sistema en virtud de que los más fuertes eliminan a los menos aptos, obteniéndose una versión concentrada capitalista, bastante poderosa, y no como una circunstancia de derrumbe paradigmático.

Como sea, resulta curiosa la situación en que queda el profeta del desastre de la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama, al proclamar el fin de la Historia por hecho del derrumbe de la confrontación ideológica. Liquidado el comunismo, el mundo quedaba a expensas del modelo maravilloso capitalista, tomando un único derrotero. ¿Cómo se le habrá de llamar entonces a la eventualidad de que el modelo único empiece a resquebrajarse y a dejar entrever que no es viable el sueño ese del libre mercado, y que los Estados han de intervenir en sus economías para normarlo, para amparar al ciudadano común de los abusos de quienes amasan el capital y tienden al frío de la numerología mercantilista? ¿Cómo se le habra de denominar al mundo, huérfano de las dos corrientes de la Historia?

Hoy más que nunca, con la crisis viva en Wall Street, muy bien puede el socialismo proclamar su lección moral de solidaridad humana, de defensa del Hombre, de apología del altruismo y entierro del individualismo degradante, para que el hombre tenga, en comunión con sus sistema de gobierno, la posibilidad de asomarse al futuro con mayores esperanza de amor y equidad. La caída del sistema capitalista, sobre la convicción de que el mundo debe cambiar y no puede andar soportando modelos desarrollistas, como el culturalmente sugerido desde Occidente, con su quema y tala de los recursos del planeta, con su quema y tala de la dignidad humana; seguramente no dará lugar al retorno expreso y puro de la vertiente comunista, pero es ineludible que en breve habrá de sumir al mundo en la conmoción de la reflexión necesaria, teniéndose que aceptar que de algún modo asistimos a un renacimiento del alma humana. 


camero500@hotmail.com



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Oscar José Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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