La democracia, tal como la concibe la burguesía, es un perfecto instrumento de dominación de las clases explotadas. La contradicción insoluble entre poder del pueblo, explotación y dominación de ese mismo pueblo por unos pocos es resuelta por la burguesía mediante su hegemonía ideológica. Le sustrae al pueblo la soberanía anunciada en el concepto real de democracia mediante la manipulación de la conciencia. La condición de explotado real no siempre lleva emparejada la conciencia de esa condición. A las condiciones objetivas de explotación la burguesía impone mediante su dominio de la superestructura (sistema educativo, aparato comunicacional, etc.) unas condiciones subjetivas amañadas según sus intereses. De ese modo los trabajadores explotados en una empresa constituyen "una familia" -por ejemplo, un banco existe "para cumplir tus sueños"- o la expropiación real de toda forma de propiedad se convierte en un slogan como "defiende tu propiedad" como reza en una propaganda política de la oposición -financiada por un banco- en su campaña para ganar votos.
En la medida en que el papel jugado por el Comandante Presidente a lo largo de esta campaña ha ido revirtiendo los planes optimistas de la burguesía se ha venido verificando un cambio en los planes de la burguesía de cara a los resultados del 23-N. Absolutamente persuadida de que el proyecto revolucionario socialista debe ser abortado por cualquier medio, la burguesía se quita la careta democrática o legalista para emprender nuevas aventuras golpistas. En esta oportunidad –del mismo modo que lo hizo al término del referendo aprobatorio de agosto de 2004- la burguesía se apresta para invocar el "fraude" allí donde los resultados le sean adversos. Cuenta con dos factores que la lleva a acariciar la posibilidad de éxito de esta nueva locura. El primero vuelve a recaer en la utilización de los medios de desinformación para crear el escenario propicio. El segundo sigue siendo la confianza que tienen en que el efecto disociador que diez años de propaganda contrarrevolucionaria podrá sacar de sus casillas a la clase media víctima de esta larga estrategia.
La estrategia es llevar a estos sectores a la calle al grito orquestado de "fraude" acompañando todo ello con solidaridades y denuncias automáticas de parte de centros de poder en el mundo. La reciente campaña contra la legitimidad de las elecciones en Nicaragua es un ejemplo de lo que se proponen estos sectores violentos y extremistas de la burguesía apátrida. Deslegitimar el triunfo de la revolución en todas o casi todas las gobernaciones arrojando una sombra de duda sobre el proceso eleccionario colocaría a la burguesía en el escenario que quiere en virtud de la debacle electoral que le espera.
Las fuerzas revolucionarias conformadas mayoritariamente por el pueblo humilde que sellará la victoria en las urnas electorales tienen que prepararse para abortar, desanimar y hacer retroceder la estrategia burguesa. El pueblo tiene que permanecer alerta a lo largo de toda la jornada electoral y especialmente la noche y el día después de la derrota burguesa. Es importante que todos los cuadros con capacidad estratégica estén siempre consustanciados con el pueblo pero particularmente en esas horas de peligro. La burguesía le tiene miedo al pueblo, pero no a cualquier "pueblo" sino al pueblo organizado, consciente, emocionado, lleno de esa pasión revolucionaria puesta en la defensa de sus sueños de justicia e igualdad. Esa presencia popular, organizada, consciente, decidida y apasionada hará retroceder a la burguesía.
Es obligatorio tener claridad de ideas. Es imprescindible ser entre el pueblo fuerza y ejemplo firme que oriente, conduzca, planifique y ejecute la estrategia. Si la burguesía decide el enfrentamiento, tiene que conseguirse un pueblo decidido, firme y duramente sereno en la defensa de su revolución. Como en otras ocasiones la burguesía (sus verdaderos componentes) no libra las batallas por sí misma. Sus batallas las libra el pueblo. Es el pueblo el que libra sus guerras y sus aventuras. Allí está su debilidad. Ese "pueblo" con el que cuentan para tirarlo a la calle está enfermo, intoxicado y mentalmente desequilibrado, pero no tiene ni ideas ni firmeza. Una cosa es saltar, gritar o cacerolear y otra bien distinta salir a enfrentar a un pueblo pacífico pero firmemente decidido y consciente.
La victoria electoral debe asegurarse y no sólo frente a la burguesía clásica sino frente al reformismo interno. Todos los obstáculos que impidan la construcción de ese mundo nuevo deben ser superados limpiamente. Hay que preservar la victoria y de inmediato profundizar la organización, la capacidad ideológica del pueblo, el ejercicio del poder popular sin sucedáneos. Hay que emprender el camino real al socialismo del siglo XXI sin morir en el intento. Ese es el desafío para las fuerzas populares en este momento. Hay que rodear de amor, solidaridad y apoyo al Comandante Chávez. Chávez es socialismo. Chávez es revolución. Chávez es la esperanza.