Hasta
el 22-11 creíamos que estábamos mejor. Formalmente había siete estados
bajo el control de la oposición, de los cuales dos habían sido obtenidos
mediante triunfos electorales y cinco por deserciones de los gobernadores
que en algún momento se dijeron chavistas. De estos últimos destaca
Carabobo, por ser uno de los más populosos y con mayor desarrollo industrial.
Hasta ayer ostentábamos la Alcaldía Mayor del Distrito Capital, así
como la alcaldía del Municipio Sucre, que alberga una fracción muy
importante de la población de la Gran Caracas. De igual forma, a través
de Diosdado Cabello, uno de los hombres de más confianza del Presidente,
se ejercía la gobernación del estado Miranda, de enorme valor estratégico
no sólo por su peso económico sino también por su vecindad y mancomunidad
con Caracas, mientras que en el Zulia, el alcalde Di Martino ofrecía
un contrapeso eficaz al gobernador Rosales, apoyado en una gestión
exitosa y con reconocimiento popular aparente.
Los resultados dados
a conocer por el CNE indican que el chavismo perdió la Alcaldía Mayor
con Aristóbulo Istúriz, el candidato más votado en las elecciones
internas del PSUV y a quien todas las encuestas daban como seguro ganador
ante el adeco Antonio Ledezma, mientras que en Miranda Cabello perdió
la gobernación con Capriles y Jesse Chacón la Alcaldía del Municipio
Sucre a manos de Carlos Ocariz. Sólo este último hecho: que los barrios
de Petare hayan preferido a dos representantes de la burguesía en vez
de los candidatos de extracción popular, lanza un alerta que no puede
ser soslayado por quienes dirigen el proceso de cambios que se inició
en Venezuela desde diciembre de 1998, con el primer triunfo electoral
del Presidente Chávez. Pero por si fuera poco, en Zulia perdimos el
chivo y el mecate, en Carabobo tal como se había advertido, Mario Silva
resultó derrotado por Salas Feo, un clásico representante de la godarria
valenciana, al tiempo que en Táchira, un estado fronterizo a través
del cual penetran paramilitares, resucitó COPEI con César Pérez Vivas,
el sujeto que en una ocasión pateó a Iris Varela y lo negó cobardemente
aunque una cámara distinta a la de Globovisión, registró el hecho.
Qué pasa con el discurso
de Chávez, con la gestión de sus ministros, gobernadores y alcaldes,
con el suministro de recursos a las clases populares sin exigir nada
a cambio, con el manido concepto de una deuda social que por más que
se asuma no es correspondida con la responsabilidad de los beneficiarios,
qué ocurre con el trabajo de base por parte de luchadores de siempre
en contraste con los burócratas que sólo aportan su figura y bolsillos
para enriquecerse con dinero público; qué pasó con la movilización
de los barrios que en abril de 2003 cumplió jornadas gloriosas (hasta
el mediodía de ayer la gente de las clases populares permaneció en
sus casas indiferente, mientras que en los centros de votación de las
zonas acomodadas llevaban los ancianos inválidos a votar cargados o
en sillas de ruedas); por qué no se revisa la absurda creencia
de que un gobierno “revolucionario” no debe reprimir, mientras que
la delincuencia se desborda y las mayor parte de sus víctimas ocurren
precisamente en zonas pobres; qué ocurre con el saneamiento de los
cuerpos policiales, qué pasa con el poder judicial, cada vez más
incapaz y proclive a los intereses opositores; qué ocurre dentro de
la aparente roja rojita PDVSA, donde militantes de derecha ocupan gerencias
importantes, al tiempo que, por ejemplo, no puede conocerse la producción
real de crudo porque quien informa es la misma persona que certifica;
hasta cuando la incapacidad de CONATEL como órgano responsable de penalizar
a los medios que violan diariamente la ley resorte; a quién rinden
cuenta los bancos populares y las cooperativas; cómo superar la crónica
ineficacia de los planes habitacionales, mientras los alquileres de
inmuebles suben desmesuradamente, son algunas de tantas preguntas que
debemos responder para explicarnos el fracaso chavista en las elecciones
de ayer.
Porque perder Caracas y Miranda pueden significar el inicio del fin del proyecto socialista del Presidente, porque cuando se pretende hacer una revolución la gente, y no el territorio, es lo más importante, de manera que poca ganancia logramos preservando 17 estados mientras los espacios que concentran la mayor cantidad de la población se afianzan en manos de la derecha. Vienen tiempos duros para un líder que se ha dedicado en cuerpo y alma a su pueblo sin ser efectivamente reconocido por éste. La corta visión y mínima conciencia de las clases populares antepone los problemas materiales inmediatos de su entorno a la grandeza humanista del planteamiento socialista. Vienen provocaciones y manifestaciones de las clases medias y de la gente confundida de los cerros que votaron por la derecha, para sacar a Chávez del escenario cuanto antes. Para ello, las ONG que reciben subsidios del norte incluyendo la conferencia episcopal, dispondrán de mayores recursos, de manera que la manipulación mediática sea cada vez más fuerte dentro del país y en el exterior. Se impone una revisión profunda de la táctica si queremos que el proyecto socialista venezolano, que tantas esperanzas ha generado en otros países latinoamericanos, no sucumba ante los errores propios, la tozudez del liderazgo y el capital transnacional.
camilopalmares@yahoo.com