En Venezuela ganó el “SI” y la alegría nos invade. Un “SI” para enmendar nuestra constitución en lo referente a la reelección continua de cargos públicos. Un momento histórico que amplia nuestros derechos como electores, y quien quita, hasta como posibles candidatos.
Hablando de elecciones, los números de las tres últimas parecen decir que existe un grupo importante de ciudadanos no fanatizados, que no escapan a la diatriba política y que desean participar cuando así les toca. Sobre ellos dos influencias prevalecen en tiempos de elección: La de las campañas oscuras y malévolas, a la que la oposición y sus aparatos de propaganda nos tienen acostumbrados, y las del gobierno, que negando las atrocidades que le tildan, sigue dibujando la esperanza de la patria grande, igualitaria y soberana. Es la lucha entre la verdad relativa y la mentira diseñada. Dicotomía que algunos logran descifrar y con ello asumir una posición propia, más fiel a la realidad. Pero no siempre ocurre así, y prueba de ello fue lo sucedido en aquel 2007 con la reforma constitucional propuesta. Para ese entonces la campaña de miedo y caos, alentada por la oposición y sus laboratorios de guerra psicológica, sumado a una corta duración para explicar un sinfín de artículos, logró neutralizar el raciocinio de muchos, y con ello propiciar la abstención, la cual alcanzó hasta un 55%.
Y es que cuando de votantes se habla, es el chavismo el que más tiene que perder, pues es más fácil decantar por obstinación y el uso de la mentira, que sumar voluntades a través de la eficiencia en la gestión gubernamental, en especial en medio del monopolio comunicacional opositor.
Para apoyar lo anterior, basta observar que a pesar de ser para una enmienda, esta elección de 2009 es similar a la presidencial de 2006, dado que lo que estaba en juego era el mismísimo Chávez, pero además, el total de votos escrutados en cada una de estas elecciones es de 11,7 millones, con una variación de apenas 80 mil votos. Comparando entonces 2006 con 2009, se observa que la oposición ha logrado tres cosas: (1) Obtener su cuota de nuevos votos, (2) Captar una pequeña porción de los votos tradicionalmente chavistas y (3) Orientar una cantidad significativa de votos bolivarianos hacia la abstención. Pero el gobierno también tiene cierta responsabilidad en la perdida de estos votos, pues ciertamente algunas personas se cansan, bien porque no se terminan de consolidar algunas ideas: por la inacción, por la ineficiencia; o porque ciertos flagelos sociales se mantienen, tales como la corrupción, la inseguridad, la falta de viviendas, entre otros. Además, para muchos lo que está en juego no es la patria, la soberanía, la dignidad de una Latinoamérica depauperada. Para muchos, lo que está en juego son sus propios intereses, su entorno inmediato, posición muy común en la clase media.
Todo indica que la clase media muestra desgaste y/o no se siente identificada con el movimiento revolucionario. En especial, cuando se toman en cuenta las elecciones regionales de Noviembre de 2008, en la que se observa claramente mayor votación contraria al chavismo en los centros urbanos de mayor densidad poblacional.
Y es indudable el incremento de personas en este nivel socio-económico, lo que es gracias al empeño personal, pero también por los esfuerzos del gobierno para distribuir la riqueza con justicia social. El fenómeno está ocurriendo en nuestras narices, pues ahora, a pesar que muchos que han visto mejorar su situación, reaccionan con temor ante las campañas opositoras de miedo. El resultado de ello es que se voltean, o se abstienen, cual mal agradecidos, para cuidar lo que creen les quitará ese mismo gobierno que hizo posible tener lo que ahora poseen. Algo que raya en la locura, pero en este país, la locura es algo hasta normal.
Pero también se debe decir que no es culpa de la gente no asumir las ideas socialistas de igualdad y solidaridad. Tal propósito es más fácil que lo alcance, quien no tiene nada que perder (una gran mayoría por cierto), que aquellos que desde antes, o ahora, tienen algunas posesiones. Para estos últimos es harto difícil asumir esas ideas. Además, algunos inclusive aspiran no solo ser clase media, sino ser ricos, lo que se los hace más difícil aún.
Quizás no se ha entendido, que si al final de los finales, la revolución busca alcanzar la justicia social y elevar el nivel socio-económico de la población, procurando además fomentar una conciencia humanista, conservacionista y solidaria con otros pueblos del mundo, entonces no se considere también modificar el discurso para que incluya a todos en un proceso que es de largo aliento. No es lo mismo hablarle al que está “jodido” y lograr su apoyo, que hablarle al que está bien, o mejorando, para el mismo propósito. Tampoco puede ser el discurso de hoy, el mismo de aquellos primeros días, donde no solo había conspiraciones, como hoy, sino que además se concretaban. O dar el mismo discurso hoy, que aquel cuando la esperanza era lo único presente y permitía poner a soñar al pueblo con un futuro generoso. Y aunque desde hace rato el gobierno viene mostrando algunos resultados hermosos, las expectativas siempre son mayores cuando se habla de “Revolución”, por eso el pueblo sigue soñando, pero comienza a dar muestras de querer despertar y vivir sus sueños a plenitud.
Uno llega a percibir algo de apresuramiento en quienes accionan la máquina revolucionara para transformar al ser humano y su comunidad, pues pretenden obtener un producto idealizado y terminado en un tiempo ínfimo. Un ser humano que pase de un estado de carencia material y espiritual absoluta, a uno inmediatamente bien sustanciado por la gracia de lo terrenal y alineado para el bien común, desprovisto de egoísmos, y en armonía con su entorno natural. ¿Qué pasa con la transición, de esa transformación?, ¿Qué pasa con el durante? ¿Es que no habrá concesiones para ese ser humano en transición?...
Y uno se pregunta, mientras se fabrica a ese nuevo ser humano bien fundamentado, ideológicamente hablando, provisto de calidad de vida e integrado a la lucha del bien común: ¿Qué cosa le decimos? ¿Lo criticamos por ser aún materialista? ¿Lo regañamos por no ser ya socialista?, o mejor lo vamos llevando allí, golpe y cuide, con cierta sutileza, hablándole un poquito de vez en cuando, mostrándole compresión por su locura consumista, dándole un consejito, en fin, después de todo, aún siendo egoísta y pantallero, lo necesitamos para que siga apoyando la revolución, ¿o no?.
Sigamos metiendo gente a la máquina revolucionaria para sacarla de su estado de indefensión y carencia, reduciendo la pobreza, diversificando nuestra económica y haciéndola productiva. Distribuyamos la riqueza equitativamente y solventemos los problemas del común: la corrupción, la inacción, la ineficiencia gubernamental, la inseguridad que roba vidas, la justicia que no funciona, y mientras lo hacemos, sigamos hablándole al que esta jodido, pero también al que de allí salió… porque estos últimos, al final, siendo el propósito fundamental de la revolución, serán los que más, y equivocadamente o no, también serán quienes decidan el destino de esta revolución…. Y eso apenas dentro de tres años.
abidar@cantv.net – 16/02/09