El poder de Hugo Chávez está acotado por la existencia de una fuerte
oposición que también se manifestó en las urnas el pasado domingo. Éste
no es un dato secundario. La probabilidad de que el gobierno convierta
a Venezuela en un Estado totalitario, donde no quepan la disidencia y
la crítica, es más bien remota, aunque Chávez se religiera hasta su
muerte y en su trayecto no le amarra las manos a la democracia.
El referendo del 15 de febrero demostró no que el país está dividido,
como han querido decir muchos, sino que hay un ambiente democrático
formal, real y suficiente que permite que las diversas fuerzas
políticas (con sus respectivos intereses económicos en algunas) existan
al mismo tiempo en el mismo lugar. Ninguna sociedad es realmente
homogénea, sólo en la ficción. En otros países, la sociedad parece
homogénea o casi, pero ello se debe a que tiene limitaciones para
expresarse con libertad y de acuerdo con su conciencia. Esos países son
casi totalitarios, por lo mismo, pero no es el caso de Venezuela.
En todas las democracias, entendidas en su sentido liberal, existen
fuerzas encontradas, intereses diversos y agrupaciones que se oponen
entre sí por ganar el poder o la mayoría de la representación política
en cualquiera de sus formas. Hay naciones donde el bipartidismo es una
realidad incuestionable, aunque existan otros partidos pequeños o que
jueguen el papel de partidos bisagra; hay otras en las que el
tripartidismo es muy claro, aunque también coexistan partidos pequeños
(México, por ejemplo), y hay otras más donde el pluripartidismo es una
realidad. En todos estos países la sociedad, como quieren decir
algunos, está dividida. ¡Qué bueno!, la unanimidad es, por lo menos,
aburrida y casi siempre sospechosa. En los regímenes monopartidistas
hay también oposición, pero una de dos: o desde el poder se impide que
se manifieste, o no se manifiesta porque estima que el poder no se lo
permitirá. sin riesgos (en México, aunque nunca desde la revolución
tuvimos un régimen totalitario como en la Unión Soviética, hubo épocas
y lugares donde la oposición no podía expresarse sin peligro incluso de
ser reprimida, encarcelada o desaparecida).
Hay, por tanto, inconformidad en Venezuela y sus 5 millones de votos no
son desdeñables. Pero es un hecho, democrático aunque les duela a
muchos de los críticos de Chávez, que una mayoría relativa está con su
presidente. Que esta mayoría pertenezca a las clases populares y los
demás a los sectores que tienen pocos o muchos privilegios, es un
fenómeno interesante que revela lo que todas nuestras sociedades
deberían demostrar pero no lo hacen: congruencia con su condición de
clase. Lo que no ocurre en otros lados y, por esto, llama la atención
y, al mismo tiempo, molesta a quienes quisieran que los pobres, como en
México, puedan ser manipulados por las televisoras privadas y la
propaganda de derecha. No es casual que a López Obrador se le llamara,
en 2006, un peligro para México y que se le comparara, en la propaganda
negra del PAN, con Hugo Chávez, a quien, por cierto, se le inventaron
políticas y acciones que estaban muy lejos de ser verdaderas.
No deja de ser paradójico que en otros países los pobres voten por
quienes les ofrece ser más pobres en lugar de votar en su contra.
Ningún inglés, por ejemplo, se pudo llamar a engaño con Margaret
Thatcher y su partido conservador. Ella era conservadora desde que
estudiaba en Oxford; les quitó, como secretaria de educación y ciencia,
la leche gratuita a las escuelas primarias y recortó el gasto en
educación, apoyó sin reservas las políticas monetaristas en boga y la
reducción del Estado como regulador de la economía y, sin embargo,
cuando fue candidata al gobierno británico, los pobres también votaron
por ella y así ganó tres elecciones sucesivas.
Pocos gobernantes, si alguno, han declarado en los tiempos modernos lo
que dijo Thatcher en 1984: que los trabajadores de su país eran más
peligrosos que los enemigos externos de la Gran Bretaña, y aun así fue
relegida en 1987.
En Gran Bretaña, en Argentina con Menem y en otros países donde las
elecciones no fueron trucadas como en Estados Unidos con Bush o en
México con Calderón, las clases populares no han sido congruentes con
su condición y con sus necesidades crecientemente insatisfechas. No se
puede decir lo mismo de los venezolanos en esta ocasión. Por esto es
que Chávez tiene tantos críticos furibundos e irracionales: las clases
medias y altas les tienen miedo a los pobres, los desprecian y, desde
luego, no quisieran que alguien desde el poder haga algo por ellos.
Los críticos de Chávez se asustan porque pueda ser relegido varias
veces de manera indefinida, pero no dijeron nada de las relecciones de
la señora Thatcher, quien, por cierto, no fue detenida en su carrera
por los electores, sino por sus mismos compañeros de partido. Estos
críticos no quieren ver que una cosa es que un gobernante pueda ser
relegido varias veces y otra cosa que lo sea obligatoriamente.
El pueblo venezolano podrá decidir en las próximas elecciones que
Chávez se vaya a su casa y si la democracia que hemos visto hasta ahora
persiste, así será o no (según lo que haga el presidente en los
próximos años). Así es la democracia, que al parecer sólo gusta cuando
gana la oposición.
La Jornada. Mx