-“¡Porque usted supo defender su vaina!”
De esa manera brusca, le respondió el cura, su profesor de Teoría Económica, de la Escuela de Sociología y de la de Derecho, cuando le preguntó la razón por la cual le había aprobado y con una nota bastante alta.
-“Padre”, le dijo con el temor que inspiraba en nosotros, por ser por demás cascarrabias, “pero si usted no sólo refutó cuanto dije, sino que además insistió en decir ¡eso no es así!”.
-“Le repito”, respondió el cura en su habitual estilo áspero y cortante, “no estoy de acuerdo con nada de lo que dijo, pero valoré lo que dijo y como lo dijo. Discrepa de mí; pero sabe de qué habla”.
Como un reconocimiento a aquél cura, economista y profesor, por ese gesto y otras cosas, escribió un largo cuento titulado “Las verdades son flores”, colocado en mi blog en 2008, Blog de Eligio Damas. Aquella actitud fue la más grande enseñanza que pedagogo alguno le dejó, sobre todo en lo relativo a respetar el pensamiento de la gente. Ese cura, en aquel momento, era en la Academia ucevista, como el representante más conspicuo del pensamiento de la derecha en materia de economía. No obstante, aquella conducta no era ni es habitual en la derecha; por eso, no nos extrañó que, años más tarde, el cura jesuita, diese un cambio en su pensamiento y se acercase a sus anteriores discrepantes.
El tema que el cura y sus alumnos aquella tarde de evaluación oral discutíamos, era el relativo a las llamadas leyes del mercado. El profesor defendía su pertinencia y a aquellas viejas ideas de los economistas de la escuela clásica pre capitalista, según las cuales “las ciegas leyes del mercado, por efectos de la Oferta y la Demanda, regularían los precios”.
-“El Estado no debe intervenir, debe dejar que operen las Leyes del Mercado y todo llegará a su justo equilibrio”, decía el cura aquello no en tono doctoral, porque en sí lo era, sino como quien tenía la sartén agarrada por el mango. Afirmaba, en su creencia sana, que la Ley de la oferta y la demanda impondría los niveles de precios, pues el mercado operaría con absoluta libertad. A Los comerciantes les concebía como santas palomas, incapaces de cartelizarse, hacer mañas y ponerse de acuerdo para imponer artificialmente los precios al consumidor.
Pero el cura creía ciegamente en aquello porque fue lo que aprendió en las escuelas de economía donde estuvo y era ese el pensamiento de quienes no vieron que el capitalismo abría un espacio enorme a los bandidos cuando exigía al Estado inhibición.
Pero aquel cura, decía aquello hace un poco más cincuenta años; no obstante, muy poco después, se percató que había vivido en un engaño. Menos mal, que como docente de la UCV y otras universidades, tuvo el talento y la buena fe, cuando sostenía aquel anacronismo, suficiente para respetar las opiniones contrarias.
Estos comentarios vienen a cuento porque, pese a no ser economista, ni abogado, sino un simple profesor de educación media, que no pudo hacer post grado porque no se le permitieron y tampoco tuvo como pagarlo, desde muy joven, de cuando aquellas clases con el cura jesuita, supo que no existen tales “leyes del mercado”. Eso no es más que una falsedad. Un espejismo para engañar incautos y darle fundamento teórico a trampas y manipulaciones de capitalistas y explotadores. Cualquier persona, hasta sin ir a la escuela, sabe que la escasez o disminución de la oferta puede ser provocada artificialmente; como se puede, a través de poderosos mecanismos crear demanda exagerada. El aspaviento con la gripe AH1N1, dos años atrás, provocó una demanda mundial inusitada de vacunas y mascarillas, con lo que ciertas empresas hicieron pingües negocios. Los venezolanos de ahora de eso sabemos demasiado; y la escasez, así generada, conduce a la elevación de los precios. Lo que obliga a que haya alguien que ponga orden e impida esas manipulaciones.
Por eso he reído mucho cuando en la Asamblea Nacional o en algún órgano de prensa, escucho o leo todavía a carcamales decir que todo lo regula, “la invisible mano del mercado”. Por supuesto, ellos están conscientes de sus mentiras. Los productores, distribuidores y sobre todo ellos cartelizados o en conchupancia, para decirlo en lenguaje coloquial, por diversas formas pueden determinar los volúmenes de oferta. Basta esconder o acaparar, disminuir el ritmo de la producción, para que aquélla disminuya y de esa manera, producir el desequilibro buscado para que se disparen los precios. Lo que ahora sucede, que quienes recibieron dólares de CADIVI a precio preferencial, pero calcularon o impusieron los precios al consumidor sobre la base de una tasa paralela artificial y alarmante, son casi todos los distribuidores, manejados por un hilo invisible, no hicieron honor a su honorable ley de Oferta y Demanda, sino al simple deseo de especular manipulando el mercado.
No teniendo validez esa monserga de Ley y Oferta y Demanda, en la que un principio creyó el viejo y honesto profesor de Teoría Económica, cura jesuita para más señas, sino lo que se intenta imponer es la avaricia de los mercaderes y productores cartelizados, se requiere la intervención del Estado, bajo aquella premisa de “tanto Estado como sea necesario”.
Por lo anterior, se justifican plenamente las medidas de emergencia aplicadas por el gobierno de Nicolás Maduro y la aprobación de la habilitante para ordenar un mercado que los especuladores y saboteadores han soliviantado para robar a los venezolanos y hasta para imponer un cambio político al margen de la Constitución.