Como hijas putativas que son del capitalismo, las estructuras criminales existen en función del lucro. Usan la violencia solo para imponer su voluntad. Su hábitat es la corrupción y la economía informal, entendida esta como una actividad ilegal soterrada, en la cual coexisten con el contrabando la trata de personas, el tráfico de armas, el narcotráfico, la extorsión, el secuestro, el sicariato, el blanqueo de capitales y el terrorismo. En este mundo sórdido, los actores llegan a especializarse pero sus actividades se entremezclan en el tejido social e institucional. Se nutren de los despojos de la maquinaría capitalista. De la lumpenburguesía y del lumpenproletariado. Estas nunca podrán derrotarse mientras sea relevante esa economía ilícita y se carezca de una economía productiva alternativa hacia la superación del modelo capitalista rentístico-importador.
Con el decomiso reciente de grandes volúmenes de combustible, alimentos, medicinas, cabillas, cemento, productos de higiene, insumos agrícolas e industriales, se ha palpado las enormes dimensiones del contrabando pero ésta es apenas la punta del “iceberg”. Estamos ante un fenómeno que sigue el patrón del narcotráfico con el cual está estrechamente imbricado, que ya no admite medidas efectistas ni sucedáneos, sino acciones sistémicas radicales enfocadas en su motivación económica, situada hoy en el aprovechamiento de la brecha cambiaria con los países fronterizos, magnificada desde Cúcuta por las mismas redes criminales que manejan el negocio. La pregunta es: ¿Será posible derrotar ese monstruo sin poner la casa en orden, sin dinamitar las ramificaciones existentes en el ámbito estatal, social, político y empresarial del país?
La “Corporación Nuevo Arco Iris” investigó el tema en Colombia y concluyó que “la permanencia, desarrollo y expansión de la criminalidad en un territorio no es posible sin la existencia de grandes redes de protección y corrupción -de abogados, jueces fiscales, miembros de las fuerzas de seguridad del Estado- que la sustenten”. Por cierto, 15 militares venezolanos fueron capturados cuando reabrían una trocha destruida por el ejército, desafiando a sus superiores y al fuerte despliegue militar en la zona. ¡El que tenga ojos que vea!