Daniel Valero

      Así se llamaba él, tenía apenas tres añitos y fue muerto por las miserables indiferencia e ineficiencia. Indiferencia a la que se le puede agregar insensibilidad, de médicos y médicas que no se compadecieron ante el niño que les llevaron procurando que le calmaran el dolor que padecía. Porque esa tendría que ser aunque ya no lo sea, la primera función natural de esos profesionales. Curar o de no ser ello posible, aliviar el sufrimiento. Dar esas palabras de aliento que en parte palian la pena y estimulan a seguir luchando. Así era antes de que mercantilizaran ese ejercicio, pericia de la cual les dotó el país sin ningún otro costo que su esfuerzo, muy meritorio por cierto.

              ¡Claro!, como el que lee intuye de inmediato en este mundo en el cual vivimos, donde los vocablos humanidad y solidaridad cada vez nos son más extraños,  el problema tuvo que radicar entre dos opciones que se concretizan en el mismo objetivo: el dinero del lucro. Una de ella era que sus padres no tenían las monedas en cantidad suficiente como para que le examinaran, o la otra que sin duda también era, que ellos no poseían estas famosas pólizas de seguro médico que le amparara. Era así en parte, solo en parte, y ya abordaremos el punto pues ahora solo queremos destacar la indiferencia ante el dolor de quienes se prepararon para eliminarlo. Hasta allí llega la miseria que nos indigna, esa insensibilidad que tendría que ser totalmente ajena a esa profesión.

              En algún lugar de ese calvario que recorrió ese angelito, alguien le diagnosticó que tenía un desgarro muscular en la piernita que le dolía. Lo único que podían hacer por él era acostarlo en una camilla en el corredor e inyectarle un calmante. Sus padres se negaron y comenzaron a  peregrinar en la moto de su padre, con el niño acurrucado en los tiernos brazos de su amorosa madre, por cuanto lugar supusieron que hallarían la ayuda que precisaban. Concluyeron su vía crusis en una clínica que accedió a atenderlo ante la llamada de un superior de Valero. Allí es donde este martes 18 el niño muere. En la morgue que es de donde retiran el cuerpo, diagnostican como causal de su muerte, pulmonía.

              ¿Quiénes son los padres de este niño? Su papá es Oscar Valero, Oficial Jefe de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). Oficial, escribimos, ¿leyó bien? Oficial. Su mamá, Arelis Urbina cabo 1ª de la Policía Metropolitana, ahora en la PNB. Ellos, como muchos empleados del Estado poseen en la letra –solo en la letra, como ahora se ve-, un seguro de Hospitalización, Cirugía y Maternidad (HCM), que muchas veces oculta en su letra pequeña objeciones para la ejecución de la póliza. Tanto Valero como Urbina no dejaron de recurrir a sus superiores, que les daban números de teléfonos que encontraban activada la receptoría de mensajes. De todos los recurridos, solo uno de ellos condolido con la tragedia que vivían sus subalternos, habló con la clínica que terminó recibiendo a Daniel, que fue donde falleció.

              Los primeros días de todo año trae saludos y manifestaciones de dicha para todos los que de una u otra forma se nos relacionan. Para nosotros este 2010 fue así, hasta que nos enteramos de lo que le sucedió a Giovanni Saúl Henríquez Abreu el 3 de enero. Este joven, solo tenía 28 años, era funcionario de CICPC. Fue junto a su familia a recibir el año nuevo a una casa que poseían en Tacarigua. Fue el primer policía que falleció este año víctima del hampa y de la ineficiencia jerárquica.

              Cuando se aprestaban para el regreso, penetraron en la casa 5 individuos para atracarlos. Él no dudó un instante para enfrentarlos y defender su familia. Aunque pudo herir a uno de ellos, en la balacera generada, él también lo fue. Ahí comenzó el infierno para sus íntimos que descubrieron que en los ambulatorios circundantes que podrían resolver el trance de Henríquez, no tenían los insumos para hacerlo. Peor aún. Descubrieron en esa odisea que el seguro médico no había sido renovado. Murió desangrado por no haber sido atendido a tiempo de una herida que no era mortal.

              Ambos casos denuncian flagrantemente, una ineficiencia que perjudica a un número muy alto de funcionarios que aun no ha sido superada. Estamos hablando de personas que están permanentemente auscultadas en su actividad por medios y opinión pública, sobre los cuales se descargan incluso las manifestaciones más hipócritas de la sociedad, exigiéndoles más y más permanentemente. En tanto ¿qué les da la sociedad que pretende que ellos les salvaguarden aun a riesgo de su vida?

              No queda más que preguntarse si la ineficiencia, y la ineficacia, son inherentes a la actividad pública. No sabemos que ha hecho el ministro de Interior ante estos casos. En el de Henríquez debió de haber hablado para que se conociera la razón por la que no se renovó automáticamente la póliza que le pudo haber salvado la vida. No lo hizo. Hoy, ante el deceso de Daniel Valero, sí tendría que hacerlo, para que se conozca por qué Daniel no estaba cubierto por ella. No solo eso. Sus padres han manifestado que en la misma aparecían personas desconocidas para ellos. ¿Callar será otra vez su respuesta, o por el contrario entenderá que esas dos letritas PP que lleva la identificación de su ministerio le obligan a pronunciarse ante sus subordinados y la comunidad toda?

              El Colegio Médico también tiene que opinar y definirse ante sus asociados si el ejercicio de tan noble actividad solo se les prestará a quienes puedan cancelarla, tal como hicieron los médicos con Henríquez y con Valero, o tendrán como norma salvar la vida por encima de todo. La ética obliga a la transparencia por eso es necesario que la sociedad sepa fehacientemente si sus médicos le salvarán la vida asociándolo como supremo logro profesional, o si lo harán por el dinero a recibir.              

              En cualquier actividad humana jerarquizada, hay dos formas de manejarse para los que están en la cúspide. Una, la del que todo lo sabe y por eso no solo no escucha sino que tampoco comprende qué es lo que significa dirigir, y que en su soberbia cree que es mandar y punto. Son los que conducen al fracaso. Está el otro, el que sí entiende que dirigir en primer lugar es ganar la confianza de sus subalternos, generando en ellos la mística que es la que les permite redoblar el esfuerzo ante cuanta dificultad que se les presente. Estos, lamentablemente, son escasos y se les descubren porque son los que muestran mejores resultados en su actividad y también porque son los más agredidos.   

 roosbar@cantv.net


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Roosevelt Barboza


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