Resuena con fuerza la afirmación de Jesús de Nazareth cuando exigía que el
seguimiento pasara por el desprendimiento de todo bien material, "No se
puede servir a dos señores, porque se terminará despreciando a uno y amando al
otro", no se puede servir al pueblo y al dinero. El dinero, y todo cuanto
con él se logra, termina por volver a la persona soberbia, arrogante e
indiferente ante el dolor del pueblo. El dinero, en otras palabras, le
encallece el alma.
No pongo en duda que –como el mismo Evangelio lo señala- "el obrero
merezca su salario". Que cada persona fruto de su trabajo, honesta y
generosamente entregado al servicio de los demás, obtenga beneficios
económicos, y que estos provechos se traduzcan en mejoramiento en la calidad de
vida para sí mismo y su familia, no sólo resulta normal y ético sino necesario.
Lo insoportable es que como consecuencia del “servicio” al pueblo la persona
salte –literalmente- de asalariado a potentado, de caminante solidario con el
pueblo, allá por Puente Llaguno a exitoso empresario emulador en
miniatura de Bill Gates. La razón es sencilla, el trabajo honesto no produce
tales réditos. Si así fuera los grandes millonarios del mundo serían los
trabajadores. Toda forma de salto espectacular en los ingresos presupone robo.
No es meramente apropiación legítima de la plusvalía, eso es corrupción pura y
simple, redonda y sin poros.
Ese tipo de espectáculo es letal. Quizás ningún otro antitestimonio lo sea más
que este. El discursito revolucionario en la boca de un vivo oportunista es una
bofetada en el rostro del pueblo. El pueblo está acostumbrado a la ofensa
inferida por el rico clásico, pero con este, por lo menos, no tiene que calarse
el sermón. Sencillamente hay que exigir cuentas y comenzar por cerrarles la
boca. Con ejemplos de neoconversos al capitalismo más salvaje el discurso
revolucionario es cacofónico, molesto y repugnante, como diría Cabrujas “da
mala impresión”.
La forma concreta de hacer la revolución pasa necesariamente por un modo de
vida socialista. Ser revolucionario, más allá de las poses, es una experiencia
profunda de amor al pueblo. Pueblo para la revolución es toda persona desde que
nos acercamos a ella por amor. Desde la más cercana hasta la más distante. El
pueblo se vuelve prójimo por amor. La existencia de masas inmensas de personas
pobres que nada tienen desafía y acusa la conciencia del revolucionario. El
pueblo pobre no lo es por un fatalismo. El pueblo pobre es un pueblo
empobrecido, es decir, un pueblo estafado, defraudado, robado, enajenado del
fruto de su trabajo y su dignidad. Un revolucionario que se enriquezca del
hecho de estar al servicio del pueblo es un canalla.
La conciencia no puede dejar dormir tranquilo a quien escala al poder con
descaro y además lo hace a nombre del amor al pueblo. El contraste entre lo que
hace poco era y lo que hoy es debe causarle repugnancia infinita si aún le que
un miligramo de vergüenza. Amar al pueblo significa sumergirse en el conflicto
social que crea semejante empobrecimiento. Es hacer una elección política con
consecuencias muchas veces dramáticas en términos personales, familiares y de
grupo. Exige una des-identificación ideológica con los mecanismos del poder.
Hay que amar dentro del conflicto, amar con limpieza de corazón, con sincero
espíritu de pobreza. El rico, el poderoso, el causante del empobrecimiento del
pueblo, hemos de desterrarlo, en primer lugar de dentro de nosotros mismos. El
proceso de liberación debe comenzar primero en nosotros mismos. Con franqueza…
todo lo demás produce un asco profundo e insoportable pero además será la causa
del desastre intolerable de este hermoso sueño revolucionario.
En Marzo de 1963, el Che decía a una Asamblea de Trabajadores: “El
ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros
tenemos que contagiar con buenos ejemplos, trabajar sobre la conciencia de la
gente, golpearle la conciencia a la gente, demostrar de lo que somos capaces;
demostrar de lo que es capaz una Revolución cuando está en el poder, cuando
está segura de su objetivo final, cuando tiene fe en la justicia de sus fines y
la línea que ha seguido, y cuando está dispuesta, como estuvo dispuesto nuestro
pueblo entero antes de ceder un paso en lo que era nuestro legítimo derecho”.
Y yo añado: más ejemplo y menos teatro camarada, más coherencia y menos
pantalla. El poder y el dinero son muy difíciles de ocultar camarada, basta
haberlo visto hace apenas unos añitos y verlo hoy. Ahora resulta que ser
"revolucionario" con minúsculas, es el mejor negocio de su vida ¡No
sea tan desfachatado!
martinguedez@gmail.com
¡CON LA VERDAD VENCEREMOS!