Resulta asombroso realmente, escuchar hablar de revolución cuando se tienen cautivas dos figuras emblemáticas de la resistencia al poder opresivo en sus naciones. ¿Cómo se puede ensamblar un discurso revolucionario cuando se mantienen confinados a dos reconocidos luchadores políticos? Para que no haya confusión alguna, nos estamos refiriendo a dos revolucionarios; a Julián Conrado y a Asier Guridi. Uno, un patriota latinoamericano y otro, un europeo cuyas prácticas se identifican. Ambos son aparte de patriotas… ¿qué?: ¿presos?, ¿cautivos?, ¿prisioneros?, ¿rehenes?, ¡¿QUÉ?! De alguna manera hay que llamarlos, ¿pero cuál es la forma realmente apropiada, esa que más nos aproxime a su situación? Creemos que el vocablo que más nos acercaría a ello sería limbáticos, pues nadie los puede definir.
Los camaradas están en el limbo. El mismo limbo que guardan los prisioneros de Guantánamo o los que se encuentran en alguna de las ergástulas estadunidense en algún país europeo donde abundan innominados acusados de nada. Ni son personas ni son individuos. Tal vez sean números excluidos de la justicia. Los medios no tocan ni por equivocación este tema, el de la cantidad enorme de gente que se califica realmente como secuestrados, pues otra cosa no son.
Para la justicia no existen. Julián Conrado ya va camino a los 3 años de reclusión. Una de las mayores vergüenzas, verdadera ignominia, es que la Fiscal General de la República haya afirmado que contra él no había delito que imputar. Sin embargo, esta señora no levanta su voz en reclamo de su libertad permitiendo con su omisión, con su culpable silencio, que lo mantengan ahí donde lo tengan, conculcando sus Derechos Humanos, que eso es lo que hacen con ese hombre digno. De la Defensoría del Pueblo no conocemos opinión al respecto. ¿No es hora ya de que las dos funcionarias hablen y conminen a los captores la liberación de ambos?
Está repitiéndose el camino de los desaparecidos del Sur. El famoso plan Cóndor ¿lo recuerda el lector? Los distintos países integrantes de esa criminal alianza se pasaban los prisioneros como si fueran alijo para luego desaparecerlos. Es larguísima la lista de estos luchadores, muchos de los cuales aún permanecen desaparecidos.
No recordamos bien si fue Unamuno o Bertolt Brecht el que condenó la evasión del silencio con el que muchas veces pretendemos excusar la responsabilidad que debiéramos de asumir con nuestra opinión, para así no reprobar hechos execrables como el que nos ocupa. Cualquiera de ambos pudo serlo. Eran de esa estirpe; no solo no se arredraban ante contingencias adversas, sino que se crecían ante ellas. Eran gigantes de esos tan escasos hoy. Con el riesgo de la digresión señalamos que a través de internet cada tanto recurrimos al discurso del primero de los nombrados en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Ahí, él, la máxima autoridad de esa casa del saber, sólo, enfrentó a un enano rodeado de guardaespaldas con metralletas y a su coro en jauría de adulantes que plenaban el recinto universitario. Y allí, inmenso, destacando las virtudes de Cervantes, le resaltó a Millán Astray sus miserias. Era admirable su valor, su decencia.
Cada vez se hace más duro callar los desaciertos que vienen repitiéndose desde hace años. Pero sobre todo ante injusticias como estas que se perpetran contra luchadores sociales, que es contra la que hoy clamamos. ¿Qué es callar ante hechos de esta naturaleza, sino cohonestar un hecho oprobioso como este que denunciamos? ¿Quién como sujeto de aspiraciones revolucionarias puede convalidar este estigma, este baldón? Porque se trata, simplemente, de poder seguir mirándonos a los ojos cuando nos afeitamos. Solo de eso se trata, que no es otra cosa sino vergüenza.