Estos crímenes recientes presentan algunos componentes comunes: secuestro; asesinato alevoso; intervención real o aparente de cuerpos policiales; utilización política. Me ocuparé de lo que he tenido que estudiar: la explotación mediática.
El carácter abominable ha sido instrumentado de un modo no menos abominable por los mismísimos sectores comunicacionales que a su conveniencia callan otros crímenes y que dieron los golpes de 2002.
En cualquier país pasan infamias, como en los Estados Unidos, pero nadie las usa para el acoso y derribo de George W. Bush. Este clima, como el de abril de 2002, con guarimbas, especulación del dolor, etc., no ocurrió ante crímenes similares del pasado. Frente a este retorno de cierta irracionalidad colectiva y a diferencia de los medios golpistas, debemos agudizar el más riguroso razonamiento.
Los estudiosos han localizado en la mente la supervivencia de una zona que se ha llamado «cerebro reptil», el que gobierna el pánico y es responsable de nuestra supervivencia en casos de peligro extremo. Ese cerebro no es capaz de método; más bien se dispara ante sensaciones de riesgo reales o ficticias.
Gracias a él hemos sobrevivido millardos de años, desde muy temprano en la evolución animal. Pero también gracias a este cerebro primitivo, en nuestras sociedades complejas, podemos llegar al pánico colectivo en que, como se ha dicho, opera la inteligencia del menos inteligente. Es la que infundió en Europa el temor disparatado a los judíos hasta culminar en el siglo XX con el genocidio. Para los expertos en manipulación de masas siempre ha sido muy fácil agitar, en situaciones de conflicto, cualquier espantajo que desencadene el cerebro reptil: hordas de pobres, "razas" enemigas, limpiezas étnicas y otras atrocidades. Ellas pueden conducir a las tragedias que hemos visto en esta vuelta de siglo, en el África, en los Balcanes, en el Medio Oriente.
Explica el pánico que maltrata a algunos sectores de clase media y alta de Venezuela. Espero que impongan su razón aquellos que en esos sectores han logrado ubicar en su lugar adecuado su cerebro reptil y que el Estado acelere el enderezamiento de las policías, pendiente desde hace ya un tiempo objetivamente desmedido.