La frase pronunciada por Manon Roland, integrante del partido girondino durante los días aciagos de la primera Revolución Francesa, antes de que se cumpliera su sentencia de muerte en la guillotina, ,«¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!», parece estar muy ajustada a los nuevos tiempos que vive la humanidad donde el discurso político tiene otras connotaciones distintas a lo que se transmite a las masas. Algo que, ciertamente, no es nada nuevo, dada la historia conocida del surgimiento y la vigencia del nazismo en Alemania, gracias al aparato propagandístico de tal régimen. Otro tanto ocurrió en la extinta Unión Soviética, sin dejar a un lado lo hecho en igual sentido por las llamadas democracias liberales, entre las que resalta Estados Unidos, cuna de las teorías conspiracionistas más diversas. En todos los casos, la verdad oficial prevalece por encima de la verdad real, ocultándola, negándola o distorsionándola, según los intereses en juego, a tal punto que muchas personas terminan aceptándola como algo totalmente cierto e incuestionable.
Desde diferentes ángulos, la libertad de los ciudadanos se ha visto limitada por los controles del Estado que, con éstos, justifica sus acciones coercitivas o reguladoras en beneficio de los intereses colectivos, generándose conflictos de variada intensidad que, en algunos casos, pueden mantenerse en el tiempo, determinando avances o retrocesos en materia de derechos; según la fortaleza alcanzada por unos u otros. Esta pugna define, si detalláramos la historia de los últimos tres siglos, la aspiración común de los pueblos por lograr un nivel de emancipación más pleno; sobre todo, cuando comprenden que mucho de lo deseado es causado por la lógica dominante del mercado capitalista (aunque sea negado por sus beneficiarios y apologistas). En consecuencia, la libertad -abordada como problema y como ejercicio- abarca no solamente el ámbito político, teniendo en éste una mayor proyección o vigencia. Sin embargo, también se extiende al plano social, cultural, religioso, educativo y sexual; en una demanda por disfrutar de una autonomía en relación con las decisiones y los estilos de vida que podrían adoptar los individuos.
Sin ahondar mucho, se puede afirmar que en la lucha por la libertad, independientemente de cuál sea la nación en que tenga lugar, se halla en juego la noción de persona. Así, la conjugación persona-libertad tendrá sus repercusiones en cada uno de los aspectos constitutivos del modelo civilizatorio vigente, modificando unos y erradicando otros. Aún con sus limitaciones, los objetivos de la libertad humana se hallan en un escenario de conflictividad con quienes están en desacuerdo con ellos, una cuestión histórica que, generalmente, los rebasa. Las tensiones y contradicciones que ello ocasiona sirven para definir el concepto y la práctica que se derivarían de la libertad, ya no únicamente al nivel individual sino igualmente colectivo, en lo que sería una permanente construcción de lo humano.
La libertad, vista como la independencia y la capacidad de autodeterminarse que correspondería a cada ser humano, requiere de un ejercicio activo, responsable y consciente. No puede verse simplemente como un derecho abstracto e indeterminado y debe apuntar a eliminar el proceso de alienación al cual es sometida la población, sin percartarse de ello. Ésta tendría que fijarse, entre otras, conseguir una mutua complementariedad o lo que Marx llamara una "asociación de individuos libres" que contribuya a una mejor defensa de los bienes comunes y, de este modo, impedir la agudización extrema de las contradicciones que tienen lugar en el seno del modelo civilizatorio vigente, ya que ella precipitaría una situación caótica y destructiva que pocos se animan a percibir por voluntad propia.