Muchas cosas son tradicionales en Venezuela. Las hallacas, el pan con jamón, el dulce de lechosa, el pabellón con o sin baranda, las misas de aguinaldo, la quema de judas y paremos de nombrar; el espacio resultaría reducido.
Cuando la inflación hacía estragos en Europa y en el sur de nuestro continente y las devaluaciones eran tan frecuentes como las denuncias de Ismael García y Ramos Allup, aquí los precios poco aumentaban o casi nunca lo hacían; la moneda permaneció estancada por décadas, hasta que Rómulo rompió el anclaje de 3.35 y elevó el precio del dólar a 4.30. La cifra mágica que escogió nuestro gobierno.
Se sabe que esa medida arrastrará un aumento sensible de precios. Pero estos se empiezan a producir por adelantado, por efectos de la especulación para lo cual apelan al remarcaje de precios. Pero antes que se hablase de la medida monetaria, sin justificación alguna, ya se estaban produciendo aumentos. Pudimos constatar que algunos productos para noviembre aparecieron sorpresivamente descomunalmente aumentados.
El caso de las medicinas es angustiante y manifestación de una aparente imposibilidad de controlar las desmedidas apetencias y ansias de acumulación de grandes laboratorios o droguerías. Los obligados a comprar medicinas continuamente, constatan como de una semana a otra los precios de ellas aumentan sin discreción.
Pero antes que nosotros comenzásemos a vivir esa amarga y hostigante experiencia llamada inflación, aquí se había establecido la tradición de aumentar los precios sólo por la entrada de año nuevo. Es más, los distribuidores ya en noviembre, le comunicaban a sus clientes de abastos o bodegas, que comprasen más de lo debido o planificado, porque al empezar el año sus productos vendrían con aumento. Era el “regalito” de año nuevo para atarlos a la cadena especulativa.
No se daba una razón ni en la economía existía causal alguna que explicase aquello. Era el cumplimiento de un rito o de algo por joder. Este comportamiento todavía persiste entre comerciantes venezolanos. No es necesario que haya devaluación, aumento de salarios o de cualquier componente del costo para subir los precios. Sólo porque llegó el año nuevo. Igual que hacer las hallacas y estrenar vestimenta.
Por supuesto, en este instante, excitados por las medidas cambiarias, distribuidores y comerciantes expendedores se sofocan remarcando.
Han impuesto una “lógica” capitalista, según la cual las medidas cambiarias obligan a remarcar precios para al reponer inventarios “evitar pérdidas”. El público debe financiar, dejándose especular, las primeras adquisiciones que hagan con los nuevos precios del dólar. Es un arrancar con dinero mal habido Pero esto no es nuevo, hemos visto ese proceder por años sin que el Estado impusiese la racionalidad y justicia.
El tradicional aumento por la entrada del año sigue campante. Para él nunca ha habido excusa. Nadie la da y tampoco la piden. Es como si comerciantes y consumidores, secreta y extrañamente, se pudiesen de acuerdo para hacer que eso ocurra.
El dos de enero próximo pasado, acudí a una venta de pollo asado muy concurrida en Lecherías y pude observar que el precio de ese producto habían subido sustancialmente. Me asombré porque no sabía de algún signo de la economía que eso justificase. Pero mi asombro fue mayor cuando me informé en la lista de precios que la ración de yuca, de costar seis bolívares, pasó a 20. Si hacemos un pequeño e impreciso cálculo nos percataremos que el aumento fue del 180 por ciento aproximadamente. ¡Y nadie allí dijo nada! Fue el típico aumento de fin de año; quizás por eso, todos lo recibieron con alegría, “entre pitos y tambores”.
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