No sé si la cuarentena "voluntaria" impuesta por el gobierno nos dificulta ser optimistas, no respecto al coronavirus sino a la realidad venezolana ya gravemente deteriorada mucho antes de la aparición de la epidemia. O si la caótica realidad existente nos lleva a ser crudamente pesimistas del porvenir inmediato y mediato. Me inclino por lo segundo, pero dejo la posibilidad abierta de que el prolongado encierro, sin información clara de que esté logrando su objetivo y sin apreciar acciones gubernamentales para mantenerlo sin violar los derechos básicos de la gente, me esté conduciendo a ser pesimista sobre el futuro de la República y sobre alcanzar un desenlace pacífico, democrático, soberano y constitucional a la crisis.
No tengo información privilegiada; sólo puedo efectuar análisis con la información al alcance de todos. E inicio por la grave escasez de gasolina, que no puede ser compensada con producción interna y que está paralizando y encareciendo la producción y el transporte de alimentos a las ciudades. De asumirse la importación privada de combustible, lo que han bautizado como los "bodegones" de gasolina, el encarecimiento de todos los productos, de bienes como la electricidad, el gas, el agua y las comunicaciones, así como el transporte, se agregarán a la actual explosión de los precios que ya estamos padeciendo y hará más invivible la situación para la inmensa mayoría, no sólo por la hiperinflación sino por la reaparición de la escasez.
Se añade la caída monstruosa de la exportación petrolera venezolana y la severa reducción de los precios del crudo en el mercado internacional, por lo que el ingreso de divisas requeridas para el funcionamiento estará más reducido que nunca. La depresión económica mundial, generada también por la pandemia de la Covid-19, sumada a las sanciones económicas impuestas, limitarán también las pocas importaciones que se puedan realizar y reforzarán la escasez de alimentos, medicinas y materiales para la producción. Agreguemos una reducción drástica de las remesas, que empeorará la capacidad adquisitiva de los venezolanos, al eliminar un recurso que había llegado a ser muy importante.
Pandemia y cuarentena generarán más desempleo y mayores dificultades para el comercio informal, al cual se dedicaba antes de la cuarentena el 54 por ciento de la población laboral venezolana. Todo ello significa un empeoramiento de la crisis económica y de la pobreza de los venezolanos. Ante la imposibilidad del gobierno de afrontar la situación con medidas compensatorias dirigidas a los más afectados, es posible prever la ocurrencia de movilizaciones sociales de protesta, saqueos y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad del Estado y los grupos parapoliciales existentes, pues ésta ha llegado a ser la única respuesta del gobierno de Maduro a las protestas sociales. Es un escenario de conflictividad permanente.
En el área de la política es posible ver que EEUU insiste en la salida de Maduro para pasar a un gobierno de transición tutelado por ellos. Esa es la posición de Guaidó y de quienes le siguen, pues no tienen ninguna libertad para tomar otras decisiones. El gobierno se niega a sacrificar a Nicolás Maduro y parece estar decidido a enfrentar lo que sea, tal y como ocurrió con Noriega en Panamá, sin importarle las consecuencias trágicas para la nación. La cuestión se complica si nos percatamos que las elecciones están dejando de ser una obligación con fecha precisa para el gobierno, según las últimas declaraciones de Maduro. La tentación de prorrogar la cuarentena más allá del 15 de mayo, por motivaciones políticas y no sanitarias, podría ser otro indicio en este sentido.
De continuar las cosas como se describe, la confrontación parece ser la última salida sin poder precisarse el momento de su ocurrencia. Mientras tanto, el infierno se acrecentará para la familia venezolana.