Alguien, no sé, como dicen en mi pueblo, qué le pasó una cosa extraña por la cabeza, como si se le fue un tiro a lo loco, escribió un artículo en aporrea, en el cual sostuvo que quien “quisiera irse del país pudiera hacerlo, pero sin título”. Por haber dicho eso, de todos lados le han venido disparando con armas de diferente calibre. Alguno hasta escribió un largo artículo que por su argumentación quiso como mostrarse experto en psicología, pues buscó en el presunto origen familiar de aquél, del cual nada sabe, los motivos para aquella propuesta; cosa muy curiosa, culpó a los padres del muchacho que no le dieron la “estima” necesaria; según el muy profundo opinador, eso le pudo pesar para no querer irse con su título a otra parte y hasta como intentar proponer se castigue a quienes quieren hacerlo. Otro, que al parecer, no convalida le nieguen su título académico a quien opte irse del país en busca de una nueva vida, tampoco se mostró de acuerdo con el lenguaje “engreído”, creo usó esa palabra, de quien hizo de psicólogo. Lo cierto es que de allí en adelante cayó una lluvia de “replicas” contra unos y otros. Las réplicas abundaron como las lluvias de julio.
Nosotros los venezolanos, y esto viene sucediendo desde el fondo de la historia, sobre todo desde el mundo universitario, solemos repetir hasta el cansancio aquello de Simón Rodríguez, de “Inventamos o erramos”. Pero desde las universidades mismas, las clases dominantes que reproducen el modelo interno para servir a la industria externa y hasta quienes gobiernan parecieran querer encontrar fuera lo que por aquí anda. Nada inventamos para crecer, hallar lo que creemos necesario en nuestro entorno; si no logramos pegarnos a la teta del Estado, nos vamos afuera a buscar “el paraíso perdido”. No el de Milton, sino el relativo a la “American Life”.Ahora es peor, por la crisis y porque PDVSA, la gran empleadora del pasado, no es la misma y de paso sus salarios tampoco son lo atractivo de antes.
Eso de “quien se vaya debe irse sin el título”, parece una aberración ya usada en otras partes. Es negarle en esencia al individuo el derecho al tránsito e irse si esto no le gusta. Es pues también una copia de otra realidad. El argumento que si se graduó en el sistema público de la educación, por lo que el Estado hizo por él una inversión que debe recuperarse, es como muy crematístico y en exceso capitalista, más si le usa alguien que se llame de izquierda. Entonces el derecho a la educación no sería tal sino sometido a un condicionamiento por lo que dejaría de ser un derecho. “Soy un hombre del mundo” solía decir bellamente Facundo Cabral y nosotros llamamos a la América de este lado, la nuestra, la patria grande. No importa quien se va, lo importante es quien se queda y acá viene.
Es como muy natural, sobre todo porque eso es lo que ha intentado enseñar nuestra escuela, y esto es lo que debería preocuparnos y llamarnos a revisión, que todo aquel que se gradúe de algo, quizás no de docente, porque estos siempre han sido y serán pobres, aspire una vida de conformidad con el modelo de pocos años atrás en Venezuela o el que conoce de otros países. Pedirle a cualquier profesional, médico, ingeniero, etc., que se quede, aunque aquí va a vivir quien sabe hasta cuándo, como ahora vivimos, es soñar con la absurda idea que esas escuelas tan envejecidas y troqueladas por el modelo rentista y el atractivo de afuera, pese que el cuento no sea exactamente como ellos se lo echan, están formando eso que a muchos gustan llamar “hombres nuevos”. ¿De dónde? ¿De esas universidades? ¿De la UCV, la ULA, LUZ, UDO, UCAB?
Una vez, presencié con profundo dolor, quizás por mi condición de venezolano y docente, como en un fin de año, sus compañeros y hasta sus maestros, celebraban la despedida de un muchacho de los graduandos de bachiller, nacido en Venezuela, habiendo estudiado toda su vida aquí, se marchaba a Portugal, país de sus padres a incorporarse a la escuela militar. Me pregunté con tristeza: ¿Qué hizo nuestra escuela? Hasta los maestros, repito, aquello celebraban sin conciencia de nada.
Al contrario, viniendo de aquellas universidades y en “ellas” caben las no autónomas, las que maneja el Estado, porque a las otras las financia pese su autonomía, concepto que a esta altura no hemos revisado, lo más natural que todo muchacho con un título en la mano, habiéndose pasado la vida soñando con un nivel de ingreso y bienes que le harían feliz, aspiración reforzada por la escuela por diferentes mecanismos, quiera irse adonde cree, quizás haya en eso mucho de iluso, y hasta pueda lograr aquello. Eso no es motivo para desdecir de nadie y menos si no se haya uno metido en un tobogán lleno de ideas, sueños hermosos, proyectos que no sólo tienen asidero sino que dan muestras día a día que hay brotes. Si la mediocridad, indecisión, falta de rumbo campean, como exigir a esos jóvenes que crean, ¿En qué?
Los viejos izquierdistas, docentes del área universitaria o no, admitían que en América Latina y particularmente en Venezuela, la escuela no era más que una escalera para ascender socialmente y no creo que esa aspiración haya cambiada y dejado de tener pertinencia, sobre todo si seguimos, en gran medida, siendo el mismo país de aquellos tiempos.
Si los jóvenes, en buen número quieren irse es porque no encuentran motivos para pensar lo contrario. Cuando fui joven, gobernaba Pérez Jiménez, luego Betancourt y Leoni, por sólo nombrar esos tres. Durante el gobierno del primero no pude entrar en la Universidad porque en mi pueblo no había, no tenía como trasladarme y menos costearme los estudios en Caracas; luego, cuando pude ir a Caracas, mi tarea primordial era conseguir comida por lo menos una vez al día. La universidad a la cual tuve acceso, no me atraía más que la simple subsistencia. Metido en la lucha contra aquellos gobiernos, sobre todo los dos últimos, a quienes culpaba de mi hambre y la de miles como yo, alguien importante del gobierno, que me tenía algo de afecto, me ofreció dos o tres veces para que me fuese becado a estudiar a Europa. Nunca me ofreció, como se lo sugerí, me favoreciese para estudiar en Venezuela. Él quiso, no sé si con ello trataba de evitarse un problema a lo interno de su partido, que me fuese a estudiar afuera, para alejarme de mi militancia clandestina en el MIR. Le sería un inconveniente darle una beca a un tipo para que siguiera en lo mismo. Sabía que eso haría yo. Nunca acepté su propuesta. Porque para mí, pese las dificultades en que vivía, mi responsabilidad y querencia eran otras. Me interesaba sobre manera que sacásemos del poder aquella gente que a nuestro parecer subastaban al país. Nuestro interés primordial era construir un país mejor. Si era malo, como le percibía, lo era por quienes tenían el control y contra ellos debía combatir. No me arrepiento.
No veo mal que los jóvenes, con o sin título, quieran irse, de un país donde la dirigencia política y empresarial, de un lado u otro, no les dan confianza alguna, ni siquiera de luchar por los ideales; pero a los míos, les aconsejo que este es su país, aquí están sus raíces y si anda mal, su obligación es luchar para engrandecerlo, no coger sus macundales e irse para volver, si acaso, cuando todo esté maduro. Eso es lo más cómodo y lo del común; lo pequeño. Si fuese joven volvería a hacer lo que hice. Pero no soy juez, tampoco policía represivo para condenar y apresar a nadie por lo que hace o dice.
A los que en esto debaten, sobre todo los jóvenes, les ruego y recomiendo, dejen el odio y las excesivas apetencias atrás.