Políticas de Estado, Educación, Docentes y “Al César, lo que es del César”

“Un verdadero docente nunca traiciona sus principios; nace con vocación de enseñar y muere en su lecho docente” (Anónimo)

Días recientes, dictando un taller en relación a la integración educativa contemporánea, en un instituto de estudios de formación, emergió una batería de preguntas y respuestas concernientes con el tema; y fórmose una dinámica muy significativa; lo me condujo a plasmar, posteriormente, estos modestos argumentos. Como es bien sabido, es un punto interesante que está presente en la comunidad educativa. No obstante, creo que no está demás dejar aquí, lo que este escribidor pueda opinar al respecto. Claro está, como el agua cristalina, no serán los más acertados, pero como docente por convicción, sin apasionamientos viscerales, pretendo dejar mis reflexiones que brotan debajo de este cuero cabelludo, entrecano, producto de mi decrepitud. Estoy convencido que muchos de mis planteamientos no encajarán en algunos aporreahabientes, mas lo que arguyo aquí, pueda que sirva de alguna utilidad para que algún preceptor lo transmita, en cualquiera ocasión a sus discentes. Cada cabeza es un mundo. Se respeta.

Visto así las cosas, la educación, como fines del Estado encuéntrase enmarcada en los Principios fundamentales y en el desarrollo de los Derechos Culturales y Educativos en los artículos 103 y siguientes, respectivamente, de nuestra Constitución. El Estado protector, en su condición de garante, como lo realizan todos los países del mundo, procura el desarrollo humanista, científico y tecnológico de todos sus connacionales. Estas políticas como tal, es obvio, se refieren a la carrera docente, dotándolas de una legislación que le proporcione ciertos beneficios sociales. Sin embargo, como la norma es creada por humanos, muchas veces, es inlograble el espíritu deseado. Es significativo señalar, la importancia de la educación inicial, donde el párvulo va nutriéndose de habilidades y destrezas. En esta corriente, Eduardo Morales Gil, parafraseando a Simón Rodríguez, decía: “Escribamos para nuestro hijos (…) pensemos en su suerte social, (…) dejémosle luces en lugar de caudales, la ignorancia es más de temer que la pobreza” (pág 74).

Algo paradójico me encontré en una lectura de Luís Prieto Figueroa, refiriéndose a una estudiante del liceo Andrés Bello. La anécdota es la siguiente: “De Andrés Eloy Blanco no sabemos nada. Nadie se reocupa aquí por los valores Venezolanos. Se preocupan por Gabriel García Márquez, que es colombiano, por los franceses y por todo el mundo, menos por lo de aquí. Lo folclórico, lo venezolano no lo tocan. Yo no sé nada de Andrés Eloy Blanco, porque cuando me mandan estudiar algo de memoria no lo hago”. Verdad, que da tristeza escuchar estos argumentos. Aunque, como se evidencia, ya tiempo hace que lo pudo haber dicho la discente, empero aún se escuchan aseveraciones parónimas en muchas almas actuales, algunas de éllas sin profundidad, ni claridad de conciencia y de identidad nacional, lo que implica que, a veces, se le dé más importancia a las culturas foráneas, invisibilizando u opacando nuestro patrimonio cultural. No se trata de subestimar lo que está allende las fronteras ¡Qué falta de amor por nuestro país!

Retrotrayendo la historia, en un Decreto dictado por el Libertador Simón Bolívar, 21 de Junio de 1820, en consonancia con las máximas de los pensadores del iluminismo y más atrás, de Aristóteles, decía Bolívar: “La educación de la juventud es uno de los primeros y más paternales cuidados del gobierno” como gran estadista que fue Simón José Antonio, consideraba que, la instrucción debía tener prevalencia desde la infancia. Es aquí donde el muchacho es como una esponjita que va absorbiendo todo lo que le rodea en su entorno. Ahora bien, el decreto en su artículo 1, mantenía la tesis del Estado docente, que no es otra cosa, que el Estado educador. El mandato hablaba en estos términos, veamos: “El patronato, dirección y gobierno de los colegios de estudios y educación establecidos en la República pertenece al gobierno, cualesquiera haya sido la forma de establecimiento de aquéllos”. Para cualquier docente, esa orden se nutre de un alto contenido de humanismo. (Orígenes de las Escuelas Bolivarianas, pág: 158).

De todo lo anterior, puede desprenderse que el Estado, repito, como en cualquier Nación del globo terráqueo, es el promotor fundamental de una educación popular y social (sin menospreciar la educación privada), adecuadas a las necesidades perentorias de la sociedad en general. Es un principio Erga Omnes. Desde mi óptica, deberá existir una ecuanimidad entre las carreras humanistas; y la de carácter científicas-tecnológicas. Ser democrática e igualitaria, capaz de entender, defender, fortalecer y promover sus instituciones frente a cualesquiera pretensión imperial. No es una quimera que la instrucción pública esté bajo la supervisión del Estado, lo que hace que sus lineamientos no estén desacoplados con la realidad del país. Con respecto a la educación privada, soy del que piensa, que lo privado no es tal, no es un artículo de lujo que puede o no pertenecerme, que puede serme o no útil. Considero que la educación en Sensu Lato, reviste una razón social. Sólo que su administración pertenece al derecho privado. ¿Quién lo discute?

Es pertinente añadir que bajo la presidencia del Dr. José María Vargas (Humanista por excelencia), éste abogaba por la masificación de la instrucción elemental. En esta corriente, se cuestionaba de qué valía una minoría educada, en medio de una inmensa población ineducada, ignorante. Con el devenir del tiempo, esto sirvió de base para la evolución de nuestro derecho público en materia de educación. A pesar, de que para esa época, el país sucumbía en la miseria, la situación de la época era paupérrima, las guerras intestinas por doquier, el presidente José María, lanza esta premisa, leamos: “La instrucción popular es indispensable para formar ciudadanos que conociendo y apreciando sus derechos, sepan cumplir sus deberes para con la Patria. Sin ella nunca podrán desarrollarse los elementos del saber (…) para encaminar la sociedad hacia el bien inestimable de una civilización nacional.” Allende, notarse su naturaleza humanista en pro de una educación de los ciudadanos; también podríamos decir que tenía un espíritu colectivista.

Para los docentes, titulares o no, recae sobre nuestras espaldas esa ingente misión, tratando de amalgamar esa diadema de valores que tanto necesita la humanidad, lamentablemente, en este mundo al revés, donde en muchas ocasiones, pareciera tener más valor el tener que el ser. La formación de esa gran riqueza de un país, como lo es su juventud. Esa juventud que navegando en el mar de las tempestades, en un futuro; serán los dirigentes de nuestro amado país. Considero que un docente al asumir un cargo académico, debiera preguntar primero “¡¿Cuántos estudiantes son!?” en lugar de “¡¿Cuánto van a pagarme?!” Un verdadero maestro se le va la vida en su lecho docente. No hay nada que más me choque, cuando me topo con alguien por las calles,; y se entera, que entre otras de mis ocupaciones, me dedico a la docencia universitaria. Sin abordar por los estudiantes, lo primero que me preguntan es: “¡¿y, a cómo te pagan la hora?!” A muchos, sin discusiones triviales, les increpo: “¡Al César, lo que es del César!”.

A buen entendedor…


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José García

abogado. Coronel Retirado.

 jjosegarcia5@gmail.com

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