Aunque es un tema bastante trillado en el ámbito de esta pandemia, no por ello deja de ser interesante, a pesar de los diferentes criterios y las diversas opiniones y contra opiniones que puedan surgir. Según mi criterio, en unos, un total fracaso, en otros, una cuestión esperanzadora, aunque ambas cosas puedan ser punto de debate; sobre todo, para esta generación de relevo que llevará sobre sus hombros la dirección de la Nación, cuando este escribidor, a lo mejor, ya esté sembrado dos metros bajo tierra. De cualquier manera, como se aborde, pienso que la educación y la instrucción son conceptos que trascienden en el tiempo, y son como esa sombra que no se separa de nosotros; inasequible que no sea así. La primera, la adquirimos en nuestros hogares; la segunda, se adquiere en la escuela y en institutos de enseñanzas especializados. De lo anterior, me refuerza a decir que toda persona se halla en una trialéctica en su proceso de aprendizaje y desaprendizaje, veamos: 1.- el hogar, 2.- la escuela y 3.- el mundo. Este último, donde muchas veces, nos topamos con experiencias no adquiridas en la casa, ni en la escuela. Ello me orienta a pensar que entre las tres, deberá existir un equilibrio; si alguna se descuida puede ser perjudicial para las otras ¿Usted qué piensa?
Tomando como referencia el título de estas cuartillas, pretendo iniciar con el patriotismo (Por favor, no lo confunda con el término "Patriotero") que se deriva de Patria: Cuna y sepulcro de las generaciones que se impregnaron del mismo sentimiento común. Cierto público podrá preguntarse: - "¿Qué tiene qué ver el patriotismo con la escuela, con los centros de enseñanzas?"-. Interrogante que puede calar, sobre todo, en estos tiempos donde los íconos patrios estuvieran borrados de la malla de valores; sin embargo, soy del pensar que no hay que apostar a la desgracia, al fatalismo. El concepto de patria se enraíza con esa conciencia, con ese sentir que ha surgido de generación en generación, perpetuándose en nuestros antepasados. A mi modo de ver, la patria no es un bollo de pan; al contrario, es ese amor propio que nos ata al éxito y los quebrantos de la comunidad donde habitamos. Los principios no se llevan solamente en la paz y la tranquilidad, también en las crisis y las coyunturas sociales. El concepto de patria nos fusiona el sentimiento que se unen en una creencia, reforzada por la historia que nos identifica como Nación. Considero que la escuela deberá ser un ente taxativo en ese trabajo de unificación de conciencia nacional. Todo docente que verdaderamente ame su profesión (Genuina vocación) no solamente se dedicará a su área específica del conocimiento, sino a ensalzar los profundos sentimientos de patria; no confundirlo con politiquería o política rastrera. Docente que no lo sienta así, creo, no está haciendo bien su trabajo; le falta un ingrediente: Amor a su patria. Considero que se convierte en un facilitador con austero sentimiento de pertenencia. Pero como no todo es fatalidad, también hay un gran universo de preceptores que aman lo que hacen, poniendo su granito de arena en esta ingente labor de compartir saberes, en especial, a aquellos docentes que tienen que atravesar caños y quebradas, llegando a las escuelas de las riberas de un río, en una curiara, mojados de las cintura para abajo; subir varios kilómetros de lomas y cerros; para poder compartir las actividades académicas con sus discípulos; docentes que, muchas veces, no reciben el justo reconocimiento, ya que las condecoraciones y los premios se quedan engavetadas en las grandes capitales.
Ya para ir despidiéndonos, un acreditado docente jamás traiciona sus principios; claro está, si exclusivamente considera la educación, la enseñanza como un negocio lucrativo, no puede esperarse otra cosa. No puede pedírsele pera a una mata de níspero. El hombre o la mujer que intercambien los aprendizajes con sus discentes, deberán tener muy claro su rol. La enseñanza deberá acompañarlo hasta el último respiro de su vida. De lo anterior tenemos ejemplos nacionales: Don Simón Rodríguez y Andrés Bello, quienes lo dieron todo por la educación, hasta quedar casi discapacitados, a la edad octogenaria, a un palmo de las puertas del cenotafio. Pienso que no puede existir un docente por conveniencias acomodaticias, quien lo sienta así, sería beneficioso que se dedicara a otra actividad, donde podrá ser más eficaz. No esta demás añadir, que no puede obviarse las condiciones laborales del docente, quien también tiene que mantener, alimentar y vestir a su grupo familiar, para ello, están las reivindicaciones de trabajo, ya esto es harina de otro costal, sería tema para otra producción. No obstante, el docente moderno, en cada encuentro con sus participantes, deberá convertirse en baluarte, utilizando siempre el dedo del predicador para retroalimentarse de los valores espirituales, históricos, tradiciones de la Nación, emergiendo de ahí el sentimiento común de patria. Y en estos tiempos de pandemia, creo, que deberá afincarse más ese sentido patriótico que se verá reflejado en la conducta colectiva de los que formamos este hermoso país, llamado Venezuela.
¡Gracias por su atención! Hasta la próxima producción.