Se cansa del amor más tierno y dulce. Hay quienes se agotan en la gloria, quienes entregan las armas después de haber dado mil batallas.
El síndrome del chinchorro y de las pantuflas que amenazan como los duendes temibles hasta el más pintado de los héroes.
Así es fatalmente el hombre.
Qué larga lista de revoluciones fracasadas.
Yo recuerdo a los canallas de Santander, Azuero, Soto, Guzmán.. quienes, apenas Bolívar regresaba en 1827 a la Gran Colombia de vencer en Ayacucho, y entonces ellos proclamaban que los libertadores ya no hacían falta y que debían retirarse de la política. Fue cuando la revolución se echó al basurero de la historia, por un abismo.
Nada más peligroso que dormirse en los laureles. Y hay mil maneras de dormirse en los laureles.
Se duerme en los laureles el que cree que se las sabe todas.
El que se supone invencible.
El que sostiene que ya hemos alcanzado el nivel de fuerza para no retroceder jamás.
El que piensa que ya todo cogió su propio impulso y rumbo.
El que ya presiente que dio el máximo de sí.
Por doquier brillan los adormecedores placeres de la rutina que suele traer consigo el poder, los bienes, los privilegios.
Y la gente se echa, y… se la lleva el diablo.
Unos “chavistas”, “muy chavistas”, se me acercaron el sábado por la noche y me preguntaron qué pensaba yo de un posible proyecto hacia un gobierno de centro-izquierda.
Les dije que no he pensado en nada de eso, porque jamás me lo he planteado, ni me interesa.
Recordé que a Bolívar en 1830, algunos de sus más grandes seguidores le tildaron de cobarde.
Pero estos “chavistas” se sienten fatigados, confusos o doblegados por la rutina, plagados de dudas. Ojalá no se les ocurra ahora dedicarse a buscar un árbol de donde colgarse.
Los dejé hablar, y nada les respondí, porque no hay respuestas.
Divagaron.
Todos se fueron apagando, porque estaban fatigados y sin una pizca de luz en el cerebro.
Veo los cuerpos entumecidos, pasmados los miembros, congelados los sentimientos.
Alguien tiene que venir otra vez a encender la pradera. A darle un gran revolcón a toda esta tierra.
Hace falta el fuego sagrado. Una buena guerra, un estremecimiento de los nervios. Una pasión neta y absoluta parecida al de un nuevo amor. Como decía Borges: como si el mar estuviera cerca.
Muchos “dirigentes” del PSUV han entumecido las almas.
Muchos gobernadores y alcaldes han resultado un total fiasco y estafa para el pueblo, y se les sigue glorificando.
Es lo inmediato cuanto ven las comunidades, y el horror es terrible.
Las leyes no se cumplen, los proyectos se quedan en nada, la impunidad se enseñorea en todo, como la mandamás suprema de la república.
Laureles por arriba, laureles por abajo.
Otra vez la pregunta de todos los tiempos, la pregunta de Marx, de Lenín, de Trotsky: ¿qué hacer?
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