Nicolás, Nicolás…

Un, dos, tres: Nicolás, Nicolás, Nicolás, Nicolás y, así lo sueña Capriles como la persona más odiada por él en este mundo y, se electrifica de inquietudes al compás de una algarabía que le entra y le sale como un ritmo pegajoso que le pone a vibrar los tímpanos de su rabia que busca escape y, que no lo deja concluir un buen final y, el Nicolás, Nicolás, lo inquieta por demás al estar arriba en las encuestas sin tener votos propio y, que él como un santo imaginario no encuentra como realizar el buen milagro que lo enrumbe a la posteridad de su deseos que andan de mal en peor.

Un, dos, tres: Nicolás, Nicolás, Nicolás, Nicolás, tú un chofer de autobús sin certificado médico no puede dirigir este país él que te queda grande Nicolás, Nicolás. Sigue Capriles, repitiendo en su sueño, un sueño que lo tiene sin cobija de amparo, metido en un frío gélido de incomprensión que le aburre como si la derrota anunciada que lo espera fuera su última esperanza.

Es que no puede ser ni debe ser, asomo, Capriles, que: Nicolás, Nicolás, Nicolás, Nicolás, que parece que tuviera algún acercamiento con los rusos me esté derrotando y, derrotando sin pueblo: eso es como fin de mundo para un demócrata auténtico que tiene apellidos de alcurnia, ande en las postrimerías, para su desgracia de líder unitario: no pueda llenar el vacío que otros opositores han dejado y, si el cielo me han pedido el cielo les he dado en garantía de tener a dios de mi parte, pero esa gente se comporta como si fueran los canoeros del río Arauca y, eso me tiene en un hilo la decepción que mi ánimo suplica auxilio y, el auxilio también me desamparó como si todo fuera fraguado por el más allá.

Envuelto en la cobija del desespero –Capriles- baila sus ojos de tristeza y sólo le sale decir, Nicolás, Nicolás, Nicolás, Nicolás y, lo ve cerca y no lo alcanza y quien pudiera se repite que, a lo mejor lo que tengo que decirle se lo diría al oído con tal estremecimiento que a lo mejor me haría caso y, quizás le pondríamos otra música a esa canción: ya que la letra se la cedió él y, hoy le molesta como le molesta que no se le tome en cuenta y en vez de alabarlo lo ofendan lo que es irremediablemente inconcebible a sus atributos filosóficos de su oligarquía.

Capriles, se cambia de lado para no seguir soñando con más de lo mismo, pero con tal mala suerte que el cambio fue peor, porque ahora oye al difunto, al que él no quiere recordar ni además, ver, pero el otro que llama a su candidato por su nombre que no es otro que, Nicolás Maduro y, entonces –Capriles- hierve de ira y explota de amargura y se tapa los ojos y, sigue oyendo en silencio lo que él sacó a flote con tanta emoción de contaminar o empobrecer el ambiente electoral que ahora lo desespera el no poder ocultar la precesión de su entierro en que Nicolás va como su guía y ve el número catorce al revés y, no quiere enderezarlo, porque detrás viene un autobús con diez millones de votos que lo cubrirán para siempre y, de momento despierta como un delirante cerca de su derrota y, sólo alcanza a decir, Nicolás, Nicolás, Nicolás.

Entonces –Capriles- recuerda que en la noche que aceptó ser el candidato de la oposición: él se la canto a Maduro cuando expreso: “yo voy a luchar, con ustedes, con todos ustedes Nicolás, yo no te voy a dejar el camino libre, compañero, vas a tener que derrotarme con votos”. Y en eso anda, sumándole votos a Nicolás, para que lo derrote con votos y no con mentiras como él supone que es Nicolás, un mentiroso que lo desmiente a él.

Y, desde ese día, no ha dejado a Nicolás en paz ni lo va a dejar, ya que hasta lo baila con tal agilidad de palabras que no encuentra cómo salirse del baile de Nicolás que es, Nicolás, Nicolás. Nicolás, Nicolás y, además Capriles, sabe que él no goza que serán otros los que gozarán con el baile de Nicolás al saber desde hace tiempo que él no va para el baile, aunque, no suelte a Nicolás, Nicolás,…


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Esteban Rojas


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