Nada fácil lo que hemos vivido durante estos días. Sentimientos encontrados brotaron a partir del mismo momento que nuestro Líder Supremo Hugo Chávez realizó el anuncio de su proceso pre-operatorio por la reincidencia del maligno cáncer que venía atacando sus células.
Volver a recordar todo ese proceso iniciado el 8 de diciembre, sus palabras lapidarias, sus alcances históricos, sus apreciaciones sobre lo establecido en la Carta Magna, y las responsabilidades que se vislumbraban por esas palabras que marcaron la pauta para determinar un antes, y un después en caso de presentarse una situación sobrevenida que ninguno de nosotros hubiésemos querido afrontar, ya por su magnitud, o por las consecuencias que algunos seguramente pretendían aprovechar para sacarle el máximo provecho, es decir, utilizar el dolor del pueblo con pretensiones inconfesables, las cuales fueron neutralizadas por el desborde de amor y pasión por la figura del Presidente Hugo Chávez. Ese evento magistral del furor ciudadano le marcó el libreto a cada venezolano que calibró la inmensidad de la trayectoria que hilvanó el Comandante desde 1992. Ese despliegue espontáneo que se materializó en largas colas, lágrimas, sudor, trasnocho, hambre, insolación, cansancio, no fueron impedimento para las personas que acudieron a darle la despedida a un ser inmortal que iluminó las esperanza de todos aquellos que no fuimos congraciados con riquezas, o por oportunidades de estudio, las cuales siempre estuvieron en un segundo plano por la necesidad del recurso económico, o simplemente por tener culturalmente, el dinero en primer orden, y los estudios como complemento de vida. Para nadie es un secreto, que muchos venezolanos logramos hacernos de un trabajo productivo para poder sobrevivir en un mundo capitalista, primero era ganar dinero, luego veía como hacía para estudiar (no pretendo justificarme por no haber estudiado en mis años de juventud), el tiempo me pasó logrando ganar dinero en mis labores como vendedor de cuanta cosa me pasaba por mis manos (todo lícito), desde tractores hasta lubricantes. Ese esquema marcó la cotidianidad de muchos venezolanos, primero era el trabajo, y luego, dependiendo del tiempo disponible estudiaba, o medio estudiaba en las áreas que explotaba.
Ese patrón social tenía sus días contados, es a partir de 1992 cuando se abre una ventana iluminada que orienta la necesidad de cambios profundos en una sociedad profundamente atrasada, y dependiente de unas políticas neoliberales, las cuales agudizaron los severos problemas sociales, envolviendo a todos aquellos que teníamos responsabilidades familiares a no tener prioridad por los estudios, más no así con la imperiosa necesidad de satisfacer los requerimientos económicos que por ende son propios de una familia venezolana.
Ahora bien, llegamos al año de 2005, el Estado ofrece la oportunidad de enrolarse en una gran misión, denominada “Misión Sucre”, en honor al Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre para estudiantes que requerían culminar sus estudios universitarios, o para aquellos que simplemente eran bachilleres, y aspiraban tener una carrera profesional, además, miembros permanentes de la población flotante.
Tener deseos de superación no tiene edad, ni límites, ni obstáculo que se interponga en el camino, sólo hacía falta un líder político que incluyera a todos los ciudadanos en un proyecto de país. Así mismo, ese político requería que la población lo siguiera, que lo aupara a consolidar ese proyecto, en otras palabras, había que tener la voluntad, la credibilidad, el recurso disponible, la logística institucional que propulsara ese motor enorme. Hugo Chávez se colocó la braga de trabajador incansable, aprovechó la inmensa necesidad de cambiar de paradigma, y se atrevió a retar a los incrédulos, a los estudiosos y sesudos analistas que pronosticaron el fracaso de esa iniciativa educativa, que a decir verdad, a estas alturas ha sido el éxito más grande (después de la Misión Vivienda Venezuela) que gobierno alguno haya tenido en nuestro país. Incorporar a más de 500.000 estudiantes rezagados, graduarlos, insertarlos en el mundo productivo, crear conciencia ciudadana, adecuar pensum de estudios revolucionarios, impartir clases en sitios nada confortables, pasando penurias con autoridades educativas contrarias a las misiones, con la prensa en contra, con opositores jugando a la deserción estudiantil para luego utilizarlo como argumento politiquero, todo, absolutamente todo, convirtió el reto en un sinfín de variables que una a una fueron superadas, siendo el tema educativo, el eslabón bandera de la revolución para satisfacer culturalmente a todo el pueblo, es por ello, que cuando vemos, y oímos las transmisiones de radio, y televisión, el lenguaje del venezolano es muy distinto al obtenido hasta 1999.
Sentirse útil a la patria es sinónimo de Hugo Chávez, sentirse incluido es poder popular, sentirse solidario es orden obligatoria para quienes lloramos la partida del Presidente, sentirse apropiado de la patria es voluntad de creer en lo que somos, en lo que hacemos, en lo que profesamos, en lo que hemos obtenido, y en todo aquello que se mantuvo a las espaldas de los ciudadanos, y que ahora son visibles, tangibles, cotidianos, con una gran carga de amor por el prójimo.
Como no llorar a quien nos dio la fortaleza y el testigo para no desmayar, sino continuar su creencia, su pensamiento, su grandísimo cerebro que nos ha hecho realmente ciudadano pensante, estudioso, investigador, organizador, constructor, creador, con el aliciente de formar parte de la legión desarrollista que fomenta la separación definitiva del subdesarrollo, e impulsa al Estado a convertir sus debilidades en virtudes. Todo ese cambio no hubiera sido posible con un dirigente derechista adeco copeyano, era casi imposible pensar en esas misiones en un gobierno de esas corrientes, sólo Hugo Chávez lo inventó, y lo pudo realizar para satisfacción de millones de personas que se encontraban ávidas de estudiar, de encontrar el conocimiento profesional que los proyectara hacia horizontes distintos.
Estoy seguro que muchos hombres, mujeres, adolescentes y niños, han sentido la ausencia de nuestro líder, han botado lágrimas, han sentido frustración, impotencia, y sobre todo, un gran dolor al escuchar a algunos venezolanos opositores denigrar, así como celebrar la partida hacia nuevos caminos de una figura que nunca morirá. Nunca había llorado tanto por una persona que no fuera mi familia, aunque debo confesar, Hugo Chávez era más que familia, era el creador supremo de un espíritu que despertó irreversiblemente un amor a la patria, un hermano querido que ayudo a sus semejantes sin pedir nada a cambio. Algunos que lean estas líneas quizás sentirán lo mismo que he expresado, si eso es así, millones de nosotros haremos de ese Presidente un patrón de conducta que abone el camino para construirnos espacios internos que solidifiquen nuestro potencial como patriotas en nuestra conciencia, teniendo siempre en cuenta el legado dejado en nuestras manos, consolidar la revolución, y si tenemos que llorar de nuevo, lo hagamos por la inmensa felicidad que nos proporcione el haber superado la pobreza, la intolerancia, la niñez abandonada y desnutrida, la inseguridad, la manifestación absurda de segregación de sectores adinerados en contra del pueblo humilde y trabajador. Ojalá pudiéramos realizar la gran tarea de permear a esos sectores radicalizados que votan a favor de la oposición, y llorar junto con ellos, la desaparición definitiva de la pared que impide que nuestro mensaje ilumine sus ojos para que sus lágrimas no sean de cocodrilos, sino lágrimas de quien tiene entre sus manos la posibilidad de armonizar en un territorio que nuestro Comandante Supremo supo levantar de la más profunda y oscura grieta dejada por los terribles terremotos de la clase política venezolana.
Por último, no nos sintamos avergonzados como machos por haber llorado por otro hombre, sólo que ese hombre no era común, era nuestro libertador contemporáneo, quizás no al nivel de Bolívar, pero para mí, Chávez revivió la fuerza bolivariana, y quien crea en la resurrección, a lo mejor Bolívar utilizó a nuestro Líder Supremo como elemento espiritual para mantenerlo vivo, con el agravante para algunos que no supieron interpretarlo, y quedaron al descubierto, igual como José Antonio Páez con su halo de traición. Plaza Altamira, Golpe de Estado, y todo evento en contra de la patria marcaron la distancia de quienes lloramos su partida, y quienes celebraron su muerte. La historia se repite, Bolívar fue expulsado de su patria, libró una batalla contra la muerte solo, nadie lo auxilió, en cambio a Chávez su pueblo nunca lo dejó solo, es decir, aprendimos a protegerlo.
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