Una condición ineludible del revolucionario es su internacionalismo, su visión de humanidad, sentir las palabras del apóstol: "Patria es humanidad". No es posible un revolucionario que no vea al mundo, a la vida, en su totalidad; no es posible una Revolución encadenada a la mezquindad del nacionalismo simplón. Para el Revolucionario no hay extranjeros, hay humanos, y todos los humanos son hermanos.
La Revolución es la superación de la fragmentación de la especie, de la vida impuesta por milenios de dominación de sistemas egoístas, es la unión de la humanidad en territorios de igualdad, de fraternidad, es la superación de la división de clases, el fin de la explotación del hombre por el hombre, del hombre lobo del hombre. Y eso no se puede conseguir en los estrechos límites del nacionalismo egoísta, pretendiendo aislarse en un oasis, poniendo muros que separen a los humildes de los más favorecidos. Ya lo dijo un clásico: "La única división posible para un revolucionario, para una Revolución, es la división entre los amorosos y los que se oponen al ejercicio del amor". Esa es la esencia de la lucha de clases, de la batalla por la redención de la humanidad, por la implantación del Reino de Cristo, del "amaos los unos a los otros". Sólo ese logro justifica a la Revolución.
Sospéchese de Revoluciones enclaustradas. Terminarán, necesariamente, en sociedades divididas en clases; unas poderosas, explotadoras, vampiras; las otras, las clases más humildes, sometidas, explotadas, marginadas de la vida humana.
El aislamiento, el egoísmo de clase es propio de las clases dominantes. El egoísmo hacia las demás naciones, necesariamente, debe reflejarse en egoísmo interno, en desprecio a los otros humanos, se traducirá en desprecio a segmentos sociales internos. Es que la actitud de una Revolución hacia afuera será también la actitud hacia sus propias entrañas.
Las anteriores consideraciones vienen a cuento, sirvan de alerta, para detener a tiempo el surgimiento de un sentimiento anticolombiano. Es verdad que aparece con vergüenza, se dice y se recoge, se dice y se justifica, se disfraza, pero es también verdad que se abre camino con fuerza, se insinúa por las altas esferas y se acoge por las capas más atrasadas de la sociedad.
El gobierno transita el camino del chovinismo. Puede negarlo, está en su derecho; puede disfrazarlo, será inútil. Ya el chovinismo prende en el discurso del gobierno. Primero acusaron a los extranjeros de culpables del "bachaqueo", después hablaron de paramilitares, de entrenamientos. Ahora arremeten contra los colombianos como un éxodo hacia Venezuela que ya llegó a niveles intolerables.
Nosotros reafirmamos que el enemigo de Colombia y el de Venezuela son comunes, son las oligarquías, los gringos y sus bases. La pugna que hoy vivimos debe encararse desde la visión de clases, es una lucha contra el capitalismo, contra las oligarquías. Nunca es el colombiano desplazado, que viene a estas tierras que -es bueno recordarlo- formaron parte de una sola Patria, la Gran Colombia, en la memoria de los pueblos viven los tiempos del Libertador cuando éramos una sola Nación, cuando Cartagena ayudó a Bolívar a liberar esta parte de la Gran Colombia, no existían las fronteras impuestas por las oligarquías antibolivarianas.
Se percibe claramente una corriente en el gobierno chovinista, militarista, que se refleja en la masa. Es necesario combatirla, no dejar que prospere, nos conduce al fascismo, es fascista. Es importante reforzar los lazos de amistad, de fraternidad con el pueblo colombiano, ninguna acción con ese contenido está de más: festivales conjuntos, intercambios deportivos, conferencias…
Los altos voceros deben hablar sin dobleces, sin medias tintas, deben dejar establecido que los colombianos son bienvenidos, que no le regatearemos la ayuda, la solidaridad a los necesitados. Y deben dejar establecido que la oligarquía colombiana es nuestra enemiga verdadera.
¡Viva Bolívar!
¡Viva Chávez!
¡Viva la Gran Colombia!
¡Viva el internacionalismo!