De la Izquierda Social a la Izquierda Política

Revolución vs. Gobierno (III)

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DE LA IZQUIERDA SOCIAL A LA IZQUIERDA POLITICA

Si la revolución supone una situación existencial muy concreta llevada por la masificación del espíritu de insubordinación contra el orden existente, y así mismo posee un conjunto de condiciones y pautas que determinan sus posibilidades de desarrollo, de la misma manera ella está obligada a construir desde sí misma los instrumentos sociales y políticos que le permitan condensar las fuerzas que en la medida en que avanza el proceso revolucionario sirven de lugar de organización y multiplicación de estas mismas fuerzas sociales.

La revolución se organiza desde la “izquierda” en contraposición a las fuerzas conservadoras y contrarrevolucionarias que se organizan en el polo de “derecha” de la sociedad. Esta metáfora surgida con la revolución francesa sigue a nuestro parecer manteniendo toda su vigencia a pesar de los intentos –muy de derecha por cierto- en insistir que estas divisiones dejaron de tener razón de ser. Para estos interpretes del presente político hoy sólo existe “un solo modelo de sociedad”, “un solo ideal”, esto es, la sociedad capitalista y de mercado, organizada a partir de los valores de la democracia liberal. Tesis que se ha venido al piso en la medida en que la resistencia de los pueblos y una “nueva izquierda” surgida en los años posteriores a la caída de la URSS y el muro de Berlín acrecienta su fuerza organizativa y capacidad de incitar a la rebeldía masiva, recreando una esperanza que parecía perdida al desmoronarse las viejas izquierdas de origen socialdemócrata y stalinista. Son “izquierdas” de diversos coloridos que en su inmensa mayoría han agotado por completo el sentido crítico, movilizador y antisistémico que las justificaron por muchas décadas como opciones revolucionarias o al menos reformistas. Pero al mismo tiempo ha sido muy importante corroborar como la “democracia liberal” ha evidenciado su inevitable y verdadera faceta: su naturaleza imperial, guerrerista, antidemocrática y genocida, como hoy lo prueba la guerra de invasión en el medio oriente y el desarrollo represivo de las democracias europeas y norteamericanas.

Al hablar de “izquierdas”, además de su sentido y razón esencial, antes que todo queremos dejar en claro que nos referimos precisamente a esa “nueva izquierda”, la nueva rebelión de los pueblos que hoy en día nos brinda un testimonio muy distinto a esa vieja izquierda vencida. Se trata de una izquierda muy compleja por cierto y mucho más diversa en comparación a esos enormes bloques políticos-ideológicos en que se dividía la izquierda de antaño. Sin embargo, se necesitaría un tratado entero para poder hacer todo un recorrido preciso de lo que es ella hoy. Nuestra intensión no es por tanto descriptiva, es un intento de analizar su necesidad y sus campos de dominio, buscando precisar un poco ¿qué es? esa izquierda, cuál es su rol, sus espacios, su proyección, su lugar en la fabricación del sujeto social revolucionario, ubicándonos más que todo en el ámbito venezolano.

Empezando, si la “nueva izquierda” es el lugar donde se organiza la resistencia, la insubordinación que nace en lo profundo de los pueblos, ella puede ser equiparada a una milicia popular de mil cabezas y expresiones donde reúne la vanguardia más dispuesta y lúcida de esos pueblos. Viejos términos pero con absoluta vigencia, la militancia revolucionaria y su expresión como vanguardia colectiva, se sintetizan en los distintos campos de la izquierda (movimientos sociales y revolucionarios), siendo –necesariamente tiene que ser así- un polo ético y referencial para el resto del pueblo oprimido que va gestándose allí donde va creciendo la voluntad revolucionaria conjunta va dando los saltos políticos, de cuerpo y conciencia que antes vimos. No obstante esa izquierda o vanguardia colectiva a diferencia de la que vimos surgir sobretodo en la primera mitad del siglo veinte, es hoy un corredor de reunión militante mucho más abierto y heterogéneo que no comienza necesariamente con el convencimiento doctrinario de ciertos individuos preocupados sino por el quehacer comprometido de colectivos organizados y autónomos en su actividad. Sigue existiendo por supuesto una izquierda más ideológica, sobretodo en lugares de vieja tradición izquierdista y organizativa como Europa donde “el partido” como lugar de compactación militante y coherencia ideológica sigue teniendo mucha fuerza.

Pero muchas otras veces (esto se evidencia mucho entre nosotros) la organización de izquierda se crea desde “la situación concreta” que una comunidad, un sector social, una colectividad cualquiera así sea un simple grupo, de pronto puede empezar a vivir al darse algún “acontecimiento” socio-político que le permita y a la vez obligue a esos individuos a buscar sus propias herramientas de organización, de debate, de definición de caminos y luchas a emprender. Ese lugar de reunión y multiplicación de fuerzas puede ser un espacio militante preexistente o un bolsón de resistencia popular de vieja data en la zona que sirve de instrumento rápido de agrupamiento. Así mismo, existen otras rutas donde esa nueva izquierda nace en forma más espontánea y asamblearia y a partir de allí –de su constitución como simple “comunidad de lucha”- continúa desarrollándose y empatando con las grandes corrientes revolucionarias que inspiran hoy en día la lucha de los pueblos (el hecho ideológico tiende a ser ahora un hecho posterior a la constitución del colectivo revolucionario). Pasa a ser entonces un movimiento autónomo de lucha que sobrevive sobretodo si es expresión de un amplio campo de lucha de clases. Es el caso de casi todos los movimientos urbanos, obreros, campesinos, indígenas, nuestramericanos que han seguido un curso continuo de radicalización, pero también de las múltiples milicias y guerrillas de resistencia que se han conformado últimamente en el medio oriente.

Tendencialmente ella se ofrece como un conjunto vacío que va llenándose de todas esos inquietudes, reivindicaciones, rabias e insubordinaciones que van dándole piso humano a la revolución. Vivimos en un mundo donde tod@s –o casi tod@s- nos hemos convertido en siervos del capital que de una manera u otra trabajamos para que este acumule cada vez más riqueza y poder. En la medida en que nos damos cuenta de ello y este nos ataca en forma cada vez más despiadada (acaba con derechos ganados, con conquistas sociales históricas, con libertades ciudadanas, con nuestros derechos nacionales a la autodeterminación, hasta con nuestras propias vidas y la vida en el planeta), la “proletarización” y la “radicalización” de esa izquierda sigue al mismo ritmo, convirtiéndose primero en el refugio donde sobrevive la esperanza, luego en lugares de resistencia y lucha, hasta acumular la fuerza suficiente como para pasar a la contraofensiva, convertida en instrumento direccional de grandes movimientos de masas. Es lo que empieza a pasar en muchos lugares, veamos por ejemplo las marchas de los inmigrantes estos últimos meses en los EEUU, los fenómenos precedentes como la rebelión de Seattle, donde esa evolución paulatina puede detectarse de manera difusa pero a la vez muy concreta.

Siguiendo esta misma caracterización la izquierda en estos tiempos ya no se presenta exclusivamente como “izquierda política” en su sentido tradicional. La esfera del poder constituido y la esfera superestructural de estado (ya sea para participar dentro de él o irrumpir contra él) dejan de monopolizar el debate estratégico de la izquierda. Para algunos incluso lo deja de ser absolutamente asumiendo una autonomía radical frente al poder constituido, llevando las antiguas posiciones anarquistas hasta sus últimas consecuencias. No es nuestra posición como ya lo aclaramos previamente, pero en todo caso es evidente que uno de los ejes de transformación sustancial de la izquierda tiene que ver con la formación de una mirada totalmente distinta de la división entre lo social y lo político, incluso una nueva visión del problema del poder que deja de ver en este solo un lugar a tomar y eventualmente monopolizar, regresando a la visión del poder como relación social de mando y dirección. Vemos como los movimientos nuestramericanos centran ahora su atención en sembrar y extender el poder popular mediante la reanimación permanente del poder constituyente de los pueblos. La antigua consigna del “poder dual” (burgués y obrero) válida para los momentos picos de la lucha revolucionaria se transforma hoy en una estrategia permanente acorde a la necesidad de ir organizando un poder no estatal y socializado. “Gobiernos de resistencia”, donde prive el criterio de mando colectivo y democrático de los recursos, industrias e instituciones públicas, antepuestos al gobierno burocrático y procapitalista del estado, es una hipótesis que surge en medio de estos nuevos horizontes.

De la misma manera “lo social” deja de ser el objeto o campo de maniobra de la política –y “los políticos” de izquierda y derecha- para convertirse en un lugar con camino, sujetos y protagonismo propio, desde donde se han lanzado a una cantidad de debates (desarrollo, ecología, salud, educación, comunicación, cultura, género, nuevas nacionalidades, conocimiento, tecnología, recursos naturales, relaciones de producción, práctica democrática, derechos sociales y laborales, etc.) dentro de los cuales se intenta superar el modelo civilizatorio y de desarrollo del capitalismo. Nacen nuevas esferas de hegemonía para el pensamiento revolucionario que obliga al desarrollo de estrategias políticas muy concretas que permitan afianzar esta hegemonía sin esperar el desmoronamiento final del mundo capitalista, siendo este el campo “político” por excelencia del quehacer, la reflexión y la lucha autónoma de los movimientos sociales. En fin, en estos tiempos es ya evidente como se ha “politizado” el debate social al mismo tiempo que se socializa el debate político, lo que ha permitido visualizar de manera mucho más clara la antigua petición de Marx en pro de la desaparición de la distancia entre la sociedad política y la sociedad civil, al menos dentro del campo revolucionario.

Dicha situación de “politización y socialización general” del movimiento revolucionario, sin embargo no evita la necesidad de distinguir el papel concreto que juega la izquierda tanto en el campo social como en el campo político. Desde nuestro punto de vista existe de hecho una izquierda social y una izquierda política dentro de una lucha revolucionaria común, que no se distinguen necesariamente por el lugar de organización que las reúnen sino en las prácticas y objetivos que las diferencian. De allí que sea una distinción parecida pero a la vez muy distinta a la división maniquea entre movimientos sociales y vanguardias políticas. Tal realidad se nos muestra de una manera muy diversa según la genealogía propia de las distintas “izquierdas” en el mundo. En Venezuela en lo que respecta a la izquierda social tradicionalmente se ha visto a sí misma como “movimiento popular”, pero a su vez se trata de un movimiento que ha pasado de ser en los últimos 8 años de una suma pequeña de núcleos de resistencia y militancia casi clandestina a convertirse en un movimiento gigantesco, precioso en su panorámica general pero con muchas contradicciones en su seno, problemas de organización, de formación, de articulación. Equivalente a un animal polimorfo, enorme y rebelde con una enorme responsabilidad en sus espaldas (garantizar la continuidad social de la revolución en curso) y virtudes acumuladas, pero sometido a una ambigüedad manifiesta en lo que respecta a su posición ante el problema de la explotación y la cooptación del movimiento popular por parte de una nueva burocracia que lo necesita como lugar de legitimación y apoyo pero al mismo tiempo es un movimiento que la niega, convirtiéndose en un enemigo potencial a controlar. Es la misma ambigüedad de quien odia al patrón pero lo necesita para garantizarse un salario. Una izquierda social en definitiva que se debate entre su autonomía política y de clase, que se rebela contra el poder constituido, y a la vez se calla y se pacifica garantizando así su sobrevivencia material como movimiento popular administrado por cúpulas burocráticas que detentan en sus manos sumas gigantescas de dinero petrolero destinado a los presupuestos sociales.

Quizás lo más hermoso de esta izquierda social naciente es precisamente su capacidad de convertirse en una verdadera fábrica de escenarios masivos de organización social donde antes no existía nada. Como correaje en su gran mayoría “de la palabra y política del presidente” ha sido una fuente grandiosa de creación de lugares de “recepción” de toda esa esperanza masiva creada, de la sociedad crítica y demandante que ha venido formándose dándole sentido y sabor al proceso revolucionario. Desde la formación de los Comités de Tierras Urbanas y de salud, las asambleas constituyentes parroquiales y educativas, los Círculos Bolivarianos, hasta hoy con la multiplicación de sindicatos clasistas, los Consejos Comunales y de Fábrica y el movimiento comunicacional y cooperativista, evidentemente que ha sido una izquierda que al menos a este nivel “ha dado la talla”.

Sin embargo, no podemos hablar de izquierda social como tal hasta tanto ella no exista, primero, como un movimiento beligerante y en resistencia, y luego con un proyecto o proyectos propios que le den su razón de ser como entidad fundamental del movimiento revolucionario. Desde nuestro punto de vista es quizás en los dos últimos años (posteriores al referéndum) cuando ella empieza a asomar cabeza de manera más coherente a través de la síntesis de colectivos particulares de lucha en movimientos concretos de cierta envergadura y proyección regional o nacional. Esto pasa a nivel campesino, sindical, comunicacional, indígena y algunos movimientos urbanos básicamente. Aunque con posiciones distintas, de todas formas vemos en ellos, primero un síntesis “politizada” del movimiento social y popular, con una programática propia y una tendencia movilizadora y protestataria, y luego, algunos de ellos (el movimiento sindical es el más débil en esto último) encaminados hacia lo que nos parece la razón esencial de esta izquierda social: la formación de “comunidades de libertad”, cualquiera que sea el campo de lucha, el tipo de territorio y el sector social específico dentro del cual actúen, que permitan acompañar la lucha de revolucionaria y de resistencia con la creación de territorios geosociales donde afloren los primeros signos de una sociedad futura. En la Venezuela de hoy están dadas las condiciones para reproducir por centenares experiencias libertarias sembradas en comunidades industriales, laborales, agrícolas, mineras, indígenas, educativas, etc. Si las luchas sociales llegan a ser acompañadas por este tipo experiencias paulatinamente podrán superar la sujeción burocrática que mantiene amarrados a los movimientos sociales.

Sin embargo, esa izquierda social necesariamente tiene que dar un salto adelante frente a sí misma ubicándose en un terreno mucho más político. Los partidos llamados “oficialistas” (MVR, PPT, PODEMOS, principalmente) se han convertido en partidos clientelares sin ninguna “práctica” de izquierda. No hay manera de establecer con estos amigos una interacción de trabajo que no vaya más allá de la acostumbrada búsqueda de votos tanto para su partido como para Chávez como candidato unitario del bloque de cambio. Esto a su vez acrecienta el estado de impunidad generalizado que existe frente a la corrupción que se manifiesta en todos los niveles, el poder civil y el poder militar. Además de repetirse el acostumbrado autoritarismo, sin rendición de cuenta de nada e imponiéndose las medidas que les da la gana. La izquierda oficialista no se manifiesta en ese sentido como una izquierda revolucionaria y constructora de una nueva cultura política. Se presenta más bien como el legado más fiel de la normalidad política de la cuarta república, lo que supone un fabuloso potencial de desgaste para el conjunto de la revolución bolivariana.

Es en este sentido que esa izquierda social naciente está obligada a sí misma a develarse como un izquierda política que entre de lleno no sólo dentro del debate nacional sino que sea capaz en los próximos meses de ir generando los lazos suficientes como para forjar la reactivación en el país de un proceso constituyente de múltiples dimensiones y temáticas incluida la toma de alcaldías, transformación completa de las gobernaciones y de los entes descentralizados del gobierno central. Nuestra consideración al respecto se centra en la necesidad de fortalecer en estos momentos aquellas opciones revolucionarias que estemos dispuestos a profundizar el carácter social y político de nuestra propia identidad de izquierda (PNA-M13A), de manera que se pueda hoy en día dar en salto cualitativo que lleve contra la pared a tanto izquierdismo reaccionario que sigue reinando entre nosotros.



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Roland Denis / Proyecto Nuestramérica- Movimiento 13 de Abril

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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