Se debe recuperar la etapa democrática que se vivió en América Latina, en este sentido, se tiene que avanzar en diferentes planos para terminar con una lógica militar estancada y anacrónica. Nos encontramos en una época de fisuras, donde hay muchos fallecidos, la mayoría son jóvenes, nos recuerda a Argentina y Uruguay- Paraguay. Es el momento de definir los sentimientos. En Europa, EE. UU y ahora el Sur. Los fascistas ya no maquillan el racismo y la violencia política que definen lo que es el fascismo, con agregados foquitas.
De hecho, desde historias lejanas y de cerca, sus conexiones en estos últimos años se rigen por el populismo que es una dimensión esencial de la normalización del fascismo.
Si bien el fascismo y el populismo proponen cosas muy distintas -la dictadura el primero; una democracia autoritaria el segundo-, fascistas y populistas comparten algunas características vitales: la demonización del adversario, apelan a un pueblo homogéneo y presentan a un líder mesiánico que todo lo sabe y que habla por la mayoría a la que llaman «pueblo», pero que en realidad solo está constituida por sus seguidores. Hace pocos años habría sido difícil imaginar este regreso del pasado en las bocas del líder del país más poderoso del mundo o de la democracia más grande de América Latina. Pero negar esta nueva realidad no va a ayudar a comprenderla. Hace falta detenerse a pensar las razones históricas que llevan a esta «normalidad» del fascismo, amamantado y legitimado por líderes populistas de derecha e izquierda.
El fascismo se encuentra presente, con su pleno retorno y viene dado en un contexto específico en plena democracia que se encuentra en crisis, debilitada por fenómenos como los referéndums, corrupción o, el hecho de que las elecciones ha hecho plebiscitos sobre personalidades mesiánicas en las que, cada vez hay menos debates de ideas o foros.
Gracias a esta combinación de factores, el populismo ha encontrado una rendija para vincularse al fascismo e introducirse al sistema democrático para minarlo desde adentro.
Sin duda, este retorno es malo para la democracia por una razón casi obvia: el fascismo está esencialmente contra ella y a favor de la dictadura. Los fascistas como Hitler y Mussolini, Leopoldo Lugones en Argentina o Plinio Salgado en Brasil, crearon un Estado totalitario que suprimió la prensa y destruyó por completo el imperio de la ley. En estas dictaduras fascistas no había lugar para la diferencia de opiniones y abolieron la separación entre lo público y lo privado, el Estado y sus ciudadanos. Normalizado por líderes como Trump o Bolsonaro y Duterte, en Filipinas, el fascismo también ha vuelto a sus orígenes de violencia extrema como el terrorismo nacional y trasnacional. Pero esto no quiere decir que los fascistas son la mano de obra de los populistas. La situación es más compleja. Se dan muchas veces entre ellos afinidades electivas, y no alianzas concretas.
En algunos países latinos, se dice que esta en dificultades y guerra económica, pero, tiene suficientes dólares para importar armas y, hay un grupo de hombres en las calles que desfasan el mercado y la empresa privada. La mayoría de la población desea trabajar en la economía informal, más no en las áreas industriales y empresas privadas. Haciendo fracasar los esquemas de derecha e izquierda que son bastantes nítidos por carencias de una política administrativa y, mientras, el pueblo actúa como un verdadero zombi.
No hay ninguna magia en esto, el pueblo latino fue sorprendido en esto, por su ignorancia política y mezquindad entre sí, todo lo desea y quiere, pero que sea regalado. Por lo general, en algunos países sureños como Venezuela, no se discuten estos términos. Estamos, frente a una caricatura insostenible del Estado, cuyos funcionarios poco poseen un argumento real de la realidad para generar las condiciones de aplicación de otro modelo diferente al actual que beneficie a los que hoy, se sienten perjudicados, los que más tienen.
Los discursos de muchos presidentes latinos son de marketing, que tienen el objetivo de licuar al dirigente o presidente en una atmósfera de racismo, fascismo, foquismo y neonazismo para colocarlo en una plataforma política, cuando en el fondo existen importantes diferencias ideológicas que no se explicitan.
Sus propuestas son pobres, con un mensaje vacío. Diferente es decir si tenemos un grado de satisfacción en la seguridad de nuestro país. Caso Venezuela. Claramente en mayor o menor medida reconocemos que existen problemas en esta área, pero eso no responde al «gasto» realizado sino a otros factores; algunos manejables por el gobierno y otros no tanto.
A veces los tiros vienen por el lado de la propia izquierda y algunas expresiones causan cierta sorpresa, como cuando se dice que el gobierno no ha sabido manejar la calidad del gasto público. Todos tenemos derecho en algún momento de nuestras vidas a tener un día de furia. Un mal día no ensombrece una vida de aciertos; es solo una pifia. No embrutezcamos el debate político, no deformemos nuestra ciudadanía cuando hay que formarla ni le demos un cachetazo a nuestra calidad democrática bastardeando el fantástico mundo de las ideas.
Combatamos al gasto populista. Ese gasto que se transforma en un discurso y en un relato en lugar de ser lo que es; una herramienta para la mejora de la calidad de vida de todos los venezolanos. La política es siempre conflicto, y también es capacidad de dialogar y de negociar. Toda decisión política puede afectar a un grupo, a una clase o a una ideología. En Venezuela y en la región, los políticos y, especialmente, los que hacen ciencia política, suelen alabar al sistema político venezolano y CNE, por su capacidad de generar diálogos y consensos entre diferentes sectores partidarios. Sin embargo, lo que no se dice es que cada vez hay más personas –especialmente jóvenes, pero también asalariados, pequeños comerciantes y sectores empobrecidos del agro– que no se sienten representadas por ningún partido y que, por lo tanto, quedan de hecho fuera de ese diálogo. Y no son precisamente personas que integren grupos de "derecha", ni tienen una postura antiderechos. Lo que deberíamos alabar es que la protesta en Venezuela no se traduce, como en Argentina, en Francia, en Italia o en Grecia, en actos de violencia, sino de control público. La ciudadanía venezolana apela a las movilizaciones pacíficas y a las vías legales. El gobierno y los partidos de izquierda deberían responder con la misma altura. Presiento, además, que les convendría hacerlo si no quieren seguir perdiendo legitimidad, si pretenden renovar la política y si buscan diferenciarse sustancialmente de la "derecha".