El pasado 27 de febrero se cumplieron 18 años de la más bárbara represión cometida por la burguesía venezolana, encabezada por su principal partido, Acción Democrática. De muchos atropellos y masacres perpetrados por las fuerzas de seguridad del “puntofijismo” durante más de 40 años de democracia burguesa representativa, esta fue la más dantesca y brutal agresión cometida contra el pueblo y los trabajadores venezolanos.
Con el trasfondo de miseria y hambre propiciado por la crisis de la deuda externa latinoamericana, que no fue otra cosa que la expresión más dramática del agotamiento del modelo económico de sustitución de importaciones sobre el cual se había sostenido el capitalismo dependiente en nuestro continente, y detonado por los acuerdos firmados por Carlos Andrés Pérez con el Fondo Monetario Internacional, representante directo del imperialismo, el “Caracazo” o “Sacudón”, fue un evento social y político de gigantescas proporciones, que abrió una “etapa revolucionaria”, en la medida en que la normalidad de las formas burguesas de funcionamiento del sistema político, económico social, entraron en crisis, generándose desde entonces una situación “anormal” para la oligarquía, sus partidos y el imperialismo, en la conducción y manejado del orden capitalista, así como en el control del conjunto de las clases explotadas.
Se produjo lo que Lenin definió, para conceptualizar el carácter revolucionario de una determinada coyuntura o etapa, como un período en el que “los de arriba no pueden seguir gobernando como lo venían haciendo y los de abajo ya no se dejan gobernar como los venían gobernando”.
En rigor, el 27 de febrero de 1989 y los días subsiguientes, significaron, por una parte, el quiebre definitivo del modelo político instaurado por la burguesía y el imperialismo a partir de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y por otra, la irrupción protagónica en la escena política del país de las masas marginadas, excluidas y explotadas durante 40 años de funcionamiento capitalista cimentado en la renta petrolera.
Sin duda, este es un evento de mucha importancia para comprender la historia política reciente del país, así como para pulsar su eventual dinámica y evolución. Y es lógico que por esa razón, así como por las motivaciones humanas y emocionales que un evento de esta magnitud tiene en la conciencia colectiva de los trabajadores y el pueblo venezolano, sea motivo de debate y discusión.
En lo personal, he leído con interés algunos de los artículos que al efecto se han escrito recientemente, muchos de ellos publicados en Aporrea. Y en cierta forma voy a participar en la polémica que entre algunos camaradas se ha suscitado. No lo haré ex profeso ni haciendo alusión directa a sus opiniones y caracterizaciones, pero sin duda reflejaré en mis apreciaciones dicho debate.
¿Qué pasó el 27 de febrero?
En primer término, como marxista, debo someterme a la contundencia de los hechos y a la observación de la realidad tal cual como se expresó, para poder interpretar científica y correctamente los acontecimientos. En mi opinión, el 27 de febrero de 1989 fue el estallido en las calles de las principales ciudades del país, de todo el descontento que desde hacía por lo menos una década se venía concentrando y expresando de diversas formas. En el plano electoral con el aumento del abstencionismo; económicamente con la crisis abierta el “Viernes Negro” de 1983, precisamente al año siguiente de la irrupción de la “crisis de la deuda externa” en toda América Latina. Quizás la primera manifestación de masas del descontento social que se incubaba fue la gran movilización obrera de agosto de 1979, la cual fue seguida durante los primeros años de la década del 80 por los paros cívicos regionales, y el síntoma más dramático que presagiaba el estallido que se avecinaba, fue el “pequeño sacudón” que se produjo en la ciudad de Mérida en 1987. El 27 de febrero de 1989 se abrió una etapa revolucionaria que aún no culmina.
¿Fenómeno espontáneo u organizado?
Se debate sobre si fue o no un fenómeno espontáneo, o si por el contrario, como afirmaban los partidos de la burguesía por aquel entonces, fue preparado maquiavélicamente por partidos u organizaciones de izquierda.
En primera instancia deberíamos decir que un hecho de masas como el “caracazo” no es algo enteramente espontáneo, algo de organización social se tuvo que producir para canalizar esa energía poderosa que se abrió paso por las calles de las principales ciudades del país. De alguna forma las organizaciones sociales de las comunidades pobres de las ciudades, y militantes políticos de partidos izquierda, intervinieron en las acciones tratando de darle alguna orientación. Pero lo que predominó, sin duda, fue la espontaneidad popular. Un “que se vayan todos” a la venezolana. El deseo de salir a la calle a protagonizar, a expresar el descontento acumulado, a manifestar inconscientemente su voluntad de cuestionar el orden establecido, pero sin un plan preconcebido, sin un programa para proceder a desmontarlo e iniciar la labor de crear algo nuevo, aunque en el subconsciente colectivo esto haya estado latente.
Lo que sí debe quedar claro es que no fue una acción política deliberada, planificada por una o varias organizaciones políticas o sociales. Precisamente por lo anterior, tampoco fue una acción política con objetivos o un programa específico de transformación de la realidad.
Esta no es una discusión ociosa ni intelectual, tiene una gran importancia hoy en el marco de la necesaria profundización del proceso revolucionario hacia el socialismo.
La principal lección de “febrero”: construir un partido socialista revolucionario
Algunos compañeros, influidos por las tesis “neoreformistas” y antimarxistas de Heinz Dieterich, Toni Negri y John Holloway, adalides del “movimientismo” y de la estafa de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, tienden a confundir al “partido” con la aberración burocrática-stalinista de los PC, incluso confunden al partido de Lenin con estos aparatos contrarrevolucionarios. De allí que terminen planteando que no es necesario construir organizaciones políticas revolucionarias que dirijan a los trabajadores y el pueblo hacia la toma del poder, y que por el contrario, ese espontaneísmo que caracterizó a las jornadas de febrero de 1989, debe ser lo que prevalezca.
En rigor histórico, lo cierto es que todas las revoluciones populares que ha conocido la humanidad contemporánea han contado con una dirección política, fuera esta un partido de masas o una organización guerrillera. Pero nunca una revolución ha triunfado sin contar con este instrumento, fundamental para organizar y orientar políticamente al conjunto de las masas explotadas.
Si una lección podemos extraer de aquellos acontecimientos es que la tremenda energía subvertidora del pueblo no contó con una herramienta política, con un partido que agrupara a lo más dinámico y activo del pueblo, de la clase obrera, de la juventud y de los demás sectores oprimidos de la sociedad.
Este debate adquiere hoy una relevancia crucial. Si queremos profundizar el proceso revolucionario hacia el socialismo, construyendo un gobierno de los trabajadores y el pueblo, es perentorio construir ese partido.
¿Cómo debe ser ese partido revolucionario?
Pero ese partido clasista, socialista, revolucionario, debe acoger en su seno a los mejores y más activos luchadores juveniles, obreros y populares. Debe ser un partido en el que no tengan cabida burgueses, terratenientes, ni burócratas de los partidos que han acompañado al presidente Chávez. Debe ser una organización independiente del Estado, del gobierno y los patronos. Profundamente democrática, donde los dirigentes sean elegidos por las bases y rindan cuenta a estas. Una organización donde la opinión de cada militante sea tomada en cuenta a la hora de elaborar la política; donde se debata a fondo la línea política a seguir, pero que luego intervenga como un ariete disciplinado en la lucha de clases. Pero este partido no se decreta, no se autoproclama, ni se puede organizar desde las alturas del poder, debe surgir de la lucha social y política mediante la confluencia de individualidades y colectivos obreros y populares probados en la lucha de clases. Un partido para construir una Venezuela socialista, sin patronos, terratenientes, burócratas ni corruptos.
*Miembro del Comité Nacional Impulsor del Partido Revolución y Socialismo (PRS)
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