Las cosas que expresamos con acierto en el camino hacia la emancipación siempre serán más importantes que nuestra imagen personal. Esto, porque inevitablemente vienen del saber colectivo y vuelven allí a su lugar natural. El creador pasa, su creación permanece. Citemos la literatura, el canto y otros afines. Por tal, enunciamos en otra oportunidad que, la originalidad es el mejor de los plagios. Y en nada tiene que envidiarle el título de la obra “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez, al del bolero “Un Siglo de Ausencia” del Trío Los Panchos.
Este proceso histórico, que intenta devolver la dignidad de país a este sector del planeta, nombrado Venezuela, evidencia novedosas formas, originales respuestas, ajenas a lo que nos venía patentado. La organización anónima del pueblo es una de ellas, lo que permite no ser ubicado en individuos ni grupos.
El dolor, por un instante, que ha generado lo perdido, signa que está renaciendo profundamente el sentimiento de patria, otrora arrebatado. El hecho mismo de sentir que pertenecemos a un país y que el nuevo concepto de país nos traduce como parte de lo esencial, nos da un balance de que el objetivo también está en el camino que se hace.
Por otro lado, no podemos esperar en la pasividad que un país nos incorpore, cuando somos nosotros los que determinamos un país. Que nos llame, nos mueva, cuando sabemos que ese país no existe todavía, esta pugnando por ser, y no es un patrimonio de los que dicen que los han dejado solos, que no los han tomado en cuenta. Lo que existe aún, es el país que levantaron día y noche en la explotación, en la transculturización, con el cerco del hambre, el miedo y la ignorancia. Amparados en su poder económico, en sus medios de comunicación y sus instituciones. Lo que sí podemos aseverar, es que el país que soñamos está en marcha. Cuenta en lo inicial con la fuerza de lo espontáneo y la cúspide del movimiento para no dejarse cautivar, fuerza imprescindible para la materialización de toda utopía. No obstante, quien se queda solo no tiene acceso a los argumentos de la realidad y se extravía en su propio laberinto. La duda florece cuando no le antecede convicción. Mas, porque invertimos parte de la vida o casi toda la vida, para que este proceso revolucionario apareciera en el pleno centro de la decadencia, no nos da la prioridad de su conducción ni de ser privilegiados ni que seamos invitados al podio de un altar que todavía no es, ni habrá de ser, puesto que ésto no es la naturaleza del amor que lo sustenta. Sería un vulgar mercado, la compra y venta, la antiética del yo te di, págame. Se supone que toda revolución en su esencia es sincera, y si algunas han fracasado, no es por sus principios sino por la deslealtad de sus conductores, que no supieron leer lo que la realidad clamaba ser interpretado. Para cualquier militante de estos signos, su mayor virtud, es hacer en el anonimato, sin esperar nada a cambio. Excepto, devolver a la gente sus valores, su salud, el conocimiento, la alegría, el canto y su dignidad.
De la misma manera, no es igual ser llamado desde una soledad involuntaria, para participar en una batalla que nos salve de nuestro dolor personal, que salir de un colectivo, íntegro, a vivir en calma la soledad de quien lo ha entregado todo, por la reivindicación de una idea justa. En verdad, nadie se acordará de nosotros, porque la revolución no está allí o aquí ni es de nadie. O la hacemos todos los que creemos o la perdemos todos los que dudamos. Lo seguro es, que lo que dejemos de hacer por este amor se hará contra este amor. Ya que no existe plan, agenda ni metodología antigua para orientar este paradigma planetario. Donde casi la generalidad hay que inventarla y reinventarla a cada instante. Tal vez, guíe un poco, los grandes aciertos y fracasos que nos ofrece la historia, aunque no la totalidad de lo posible.
La actitud, de quien tiene el don de hacer arte en este tiempo y espacio vital, probablemente debe saltar la era del juglar, un histrión que por dinero traficaba con su canto y su baile públicamente, al mejor postor. Artista, que por remuneración o limosna cantaba o versaba a costa de los que otros habían creado.
Pareciera inminente, este proceso político necesita quien con un íntimo ético, lo cante y lo vuelva verso. Interprete la irrevocable emoción, la voz y el acontecer de lo que está siendo y de lo que está por venir. Porque el canto para concebir un mundo que ha sido negado, también es un medio de comunicación alternativo, por sensible sincero; es una reunión itinerante no una vedette, es el saber del pueblo devuelto a la boca de todos para sostener con pasión la hermosa justificación de estar vivos, fortaleciendo la dicha irreverente de seguir. El canto, un periódico ilustrado que queda registrado en la hemeroteca del cuerpo colectivo. Cuando menos, en el silbido y el tararear de la historia, como evidencia de que no pasamos en vano, en contra de esta terca insolencia de contrariar lo indetenible.
Hay una angustia que también ha sido heredada. La ansiedad y vanidad de querer ser siempre el primero, el visible, el dirigente. Nos viene desde Cristo, que trató de redefinirla, al decir “los últimos serán los primeros”. Quizás, para evitar el egocentrismo de lo que no ha sido más que una carencia histórica, relativa a la satisfacción de las necesidades básicas de la gente. Esta obsesión agobiante, termina por parecerse a la prisa que tiene el poder del imperio, de alcanzar la mayor velocidad en cualquier opción, como si huyera de algo. Como si la inmortalidad, la trascendencia y el imperial interés personal, fuese más prioritario, que la idea y la vida al borde del abismo, donde nos han orillado a todos, a escaso un soplo de lo fatal.
Nos han individualizado tanto, hasta el punto de creer no existir cuando carecemos de una etiqueta que nos diga “somos alguien en la vida”. La pareja no ha escapado de ello. El poder económico, al hacer desaparecer deliberadamente lo que habíamos incorporado al margen, como país, lo sustituyó por una corporación, regida por la oferta y la demanda. Desde ese momento, el Estado, traslada el objetivo de posibilitar la felicidad de sus ciudadanos, casi exclusivamente a la pareja. La mujer se convirtió en el todo: esposa, amiga, amante, cocinera, niñera, lavandera, miss, mi cielo, mi mami, las estrellas, la luna, el universo y por ende en el país que no hemos tenido. Camuflajeadamente nos los repiten cada día, lo hacen saber y estudiar y aprender en los libros acuñados como educativos: “La familia es la célula fundamental de la sociedad”. Irónicamente, es lo menos que tiene consistencia en este tiempo. A no ser, que lo que debía resolverse entre todos se llevó al plano de la privatización, cada quien debe pagar su felicidad. Incluso, particularmente responsables de todo lo perdido, por flojos, haraganes y sinvergüenzas. Es de comprender entonces que cuando un hombre pierde a una mujer o viceversa deviene todo el dolor de este mundo, porque no sólo se pierde al otro sino que con ello se pierde el ideal encubierto, la luna y las estrellas, el mapa con sus ríos, aves, árboles, su gente y sus colaterales. Allí, es donde surge, el aporte oportunista de cierta y característica canción, promovida por el mercado globalizado de los sentimientos. Cantada por un staff de artistas, altos, enanos, flacos o gordos, jóvenes o viejos, blancos, negros, amarillos, bellos o feos, para todos los gustos, perfectamente seleccionados y preparados, para hurgar y regodearse en la desolación del desamor. Hasta sumir, al consumidor en el hueco, y enceguecerlo para no permitirle ver el argumento de la causalidad real de lo que le acontece y lo que le cautiva. La canción del masoquismo, que canta con armonía y melodía reiterativa la tragedia personal, usted puede verla y oírla en cualquier parte: la radio, la tv, el taxi, la vecina, el mercado, las disqueras, el baño o la economía informal. Está en todos lados, no da tregua, día y noche, durante siglos. De allí nuestra identidad con ella, porque se nos parece a lo equivocado que idealizamos. No es azar, se publicita en masa, a través de un paquete que se vende y revende en un mercado ya creado, por una sociedad efectivamente contra el amor. Esto, igualmente correlacionado perfectamente, con lo que dice la mercadotecnia: Latinoamérica ha sido siempre un continente del dolor y del desequilibrio”. Como si el dolor de Pedro y María no tuviese causalidad histórico-social, cosa que no ha de importar a la fuente económica del despecho y su mina de oro. Mina protegida, como banco, celosamente de no dejar entrar otros cantos que comuniquen la verdad política de este criterio. Nos encontramos en este análisis, con una trasnacional ofensiva manera pública, de vender nuestra desesperación. De modo que no es azar, que el canto para concebir un distinto país, en aras de los intereses colectivos, no esté en el hit-parade de los familiares medios de comunicación.
Finalmente, no iremos al pueblo a nada porque también somos el pueblo. Esta separación frecuente en boca cotidiana, dice de la distancia y su intención. La tecnología de los términos, el lenguaje de la dominación, visto similarmente aquí en el supermercado de las canciones, nos conduce igual a lo dudable. Por eso, hay quienes dicen que no entienden el significado de los acontecimientos en nuestro contexto nacional, sobretodo cuando lo ven desde lejos y por tv.
En conclusión, no se puede hipotecar la convicción, ni botar al cesto, lo que anda en la sangre de quien un día cantó o versó por una razón histórica, no por un ardid individual ni por el síndrome de Elvis Presley. Porque el imperio ya lo dijo con sus hechos: el planeta soy yo y es mío nada más. El resto sólo existe como propiedad privada. Así, nos ha pretendido matar sin haber estado muertos. Definiendo y difundiendo para todo el planeta el fin de la historia, la culminación de todas las utopías y la muerte de todos sus contrarios. Intuimos una señal, de que los días verdaderamente nuevos están por venir. Diría alguien “ lo que la oruga interpreta como el fin del mundo para el hombre simplemente se denomina mariposa”.
Si no eres capaz de comprender la posibilidad de fundar juntos un país en colectivo,
Entonces qué sentido tiene los besos que nos damos,
la amistad que nos une, el canto que me cantas, el verso que me dices
Entonces qué adiós puede matar con dolor esta soberanía hermosa de sentirse parte de ese sueño.
el_cayapo@yahoo.com