Se pudo observar las dificultades de algunos camaradas para ver y entender que el empleo de esa practica difiere del hecho cierto de que la concepción ideológica debe guiar la acción política, incluso en momentos coyunturales. Lo revolucionario consiste en entender que la ideología termina por imponerse sobre cualquier acción política o de lo contrario las ideas terminan encerradas dentro de los estrechos horizontes de la táctica política, por muy justificada que ésta esté. Es evidente que, quien concibe la ideología revolucionaria como una simple herramienta de la acción política, no puede entender que, el poder popular implica (y debiera implicar siempre) un ejercicio cotidiano de rebeldía. Su consolidación depende y dependerá de cuán capaces seamos de materializar el protagonismo del poder comunal en todas sus expresiones.
Si no se tiene claro que el poder popular tiene que plantársele al poder institucionalizado, constituido u oficial en pie de igualdad, disputándole su espacio hegemónico y creando, al mismo tiempo, sus propios espacios de autogobierno, entonces se estará a un paso de volver las cosas a su estado inicial, al pasado, sólo que esta vez de un modo remozado y, aparentemente, progresista y revolucionario. Esto podría causar un completo desperdicio de los esfuerzos y las expectativas populares al confiar en el compromiso “revolucionario” de la dirigencia que asuma el poder, pero que -al asumirlo- repite los mismos esquemas de conducta que fueran repudiados y combatidos por el pueblo.
Así el gobierno se asuma como revolucionario, popular y socialista, las organizaciones populares tienen que eludir ser absorbidas, lo cual disminuiría su dinamismo al verse envueltas en la preservación del nuevo orden, siendo suprimidas finalmente por razones de Estado o al concluirse que ya no son necesarias e imprescindibles, pues todo lo decidirá en su nombre la casta gobernante.
En este sentido, quienes integren la vanguardia de este poder popular (por méritos propios y confianza de las masas), están obligados a cambiar absolutamente la división establecida entre gobernantes y gobernados, aunque suene utópico y carente de base, dada la mala costumbre común de dar por sentado que nada cambiará. En este último rango -el ideológico- se libraría la batalla más importante y decisiva de todas en la conquista del poder popular, puesto que los paradigmas vigentes tendrían que ser sustituidos por otros nuevos, aquellos que definan un nuevo orden distinto en todo a la cultura política del pasado. Para decirlo con palabra de Chávez: El poder popular es el alma y la llama de otra manera de ser Estado y Gobierno. De ahí la necesaria y legítima rebeldía que ha de impregnar -en toda ocasión y sin claudicaciones- al poder popular en su transición hacia el socialismo del siglo XXI.
Necesario es convencernos de que 2010 es el Año Bicentenario y tiene que ser el año de las definiciones y radicalización del proceso.
NO QUEREMOS QUE NOS GOBIERNEN… QUEREMOS GOBERNAR!!
“quien dijo que al actual estado se le debe respeto?
no es acaso el mismo estado de la cuarta republica,
pretender creer que por el llegaremos al socialismo,
estamos bien lejos y pareciera
seguir creyendo en pajaritos preñados.
el nuevo estado debemos crearlo desde abajo”
Delfín Amaro
juancsb.02gmail.com