¿Seremos capaces de parir el hombre nuevo?

Palabras ideales en honor y memoria de Ernesto Ché

“La conducta del Che puede ser entendida como la de un hombre de profundas convicciones ideológicas, por las cuales luchó con arrojo y abnegación para, consecuente con las mismas, perder la vida en el intento de materializarlas. Esta es la versión romántica, del idealista dispuesto a todo, que atrapa la imaginación colectiva. Es, además, la versión de una especie de mártir del siglo XX, que ha convertido a Nancahuasi y a Vallegrande en un lugar  al cual concurre, anualmente, un pequeño caudal de peregrinos fieles a su memoria. Versión que, tal vez él mismo habría rechazado airadamente. Porque, pese a su tardía profesión de fe marxista, el Che nunca se movió dentro del austero esquema racionalista del materialismo dialéctico. Por el contrario, era un romántico y un idealista. Pero su humildad, cuidadosamente disimulada - hasta en eso era pudoroso - no hubiese tolerado la glorificación de que es objeto”. 

Cita tomada, anónimamente, de una página en Internet (www.monografias.com

Los círculos más conscientes de esta humanidad, tanto los que trabajan revolucionariamente dentro de la  política como los que trabajan por la elevación espiritual del ser humano, coinciden en un hecho fundamental: es absolutamente necesario cultivar, producir, parir, un hombre nuevo.  Ello implica el reconocimiento tácito de que esta civilización ha fracasado y la razón principal de ese fracaso es, indudablemente, la carencia de amor, no del amor así con minúscula, sino del verdadero Amor, ese sentimiento magnífico que faculta a un hombre para entregar su vida por una causa superior.  Perdonen la digresión, pero quiero referirme a ese Che Guevara que fue capaz de sacrificar su vida por una causa superior, porque ese valor bien puede ser la medida de su grandeza y de la grandeza que caracteriza a todo  verdadero hombre en una determinada circunstancia. Y lo digo hoy, a 42 años de su muerte, cuando nuestros hermanos de la resistencia iraquí, combatiendo al invasor en las más terribles condiciones de asimetría, han hecho de ese valor posible un recurso cotidiano… aunque tal vez no exista en los dos casos una medida exacta de comparación. 

La Revolución, volviendo a la inspiración que suscita la vida del Che, no consiste únicamente en una transformación de las estructuras sociales, ni de las instituciones; tiene que ser, además, una profunda y radical transformación de los hombres, de sus  costumbres, valores y hábitos pero, sobre todo, tiene que implicar una verdadera Revolución de su conciencia, y esto es imposible si el sujeto no está en capacidad de conocerse a sí mismo, de indagar sobre quién es él.  

Una Revolución sólo es auténtica cuando es capaz de crear un "Hombre Nuevo" y este, para el Che Guevara, era, en su futuro, ese “hombre del Siglo XXI”, que bien podemos ser nosotros mismos o cualquier  comunidad decidida y motivada de los países del Sur del mundo.  Y ese hombre, ese embrión de revolucionario completo, vendrá con el Siglo XXI, se irá desarrollando, trabajando todas las horas de su vida, sintiendo la revolución, por a la cual dedica esas horas de trabajo, ya que está implementando todo su tiempo en una lucha por el bienestar social; si esta actividad es lo que verdaderamente complace al individuo, entonces, inmediatamente deja de tener el calificativo de "sacrificio". Estamos refiriéndonos a algo que debe ser una cualidad fundamental en todo Revolucionario: el hecho de  SENTIR SU REVOLUCIÓN como UN PROCESO DE CAMBIOS PROFUNDOS, trabajando en ello con esmero. Pero no todo es tan simple, aquí existe también un lado oscuro, pues la parte más dura de ser un revolucionario radica en que deben definirse, de manera precisa, los sentimientos, ya que “todo revolucionario debe estar impulsado por grandes sentimientos de amor”, aunado a esa pasión que debe traducirse en un caudal de acciones  y hechos concretos, orientados hacia un solo objetivo: la justicia social. 

Nos toca a nosotros enriquecer esta noción del hombre nuevo, ampliarla, llevarla más allá, incluso,  de lo político, hasta posibilitar la insurgencia de un hombre verdaderamente revolucionado desde su conciencia. 

Ellos lo mataron, de la misma manera que mataron a Jesús, físicamente, y a Bolívar, esta vez moralmente, si es posible matar moralmente a alguien, por que la moral, como el pensamiento, cuando brillan con luz propia, son inmortales, como las ideas del che, que han sido retomadas ahora por un pueblo que despierta para refundarse a sí mismo, para construir la Nueva Tierra prometida por Jesús, la Tierra de la Libertad soñada por Simón Bolívar, la Patria valiente del Che,  nuestro Socialismo Bolivariano del Siglo XXI. 

Alguien sugirió  una vez que el llamado “socialismo real”, es decir, el experimentado por la Unión Soviética, se convirtió en un ensayo fallido por el hecho de que se intentó excluir el espíritu humano de la revolución, y eso que es el espíritu humano representa la interioridad del hombre, cuyo centro es la conciencia evolutiva. Por ello el Socialismo del Siglo XXI debe establecerse en base a una trilogía que parece muy bien fundamentada en las imágenes de Jesús, Bolívar y el Che, pues ellos simbolizan tres dimensiones: la espiritualidad profunda, la creatividad del visionario político universal y la combatividad necesaria para garantizar el triunfo, en un mundo signado por el egoísmo y dispuesto a destruir y a matar a todo lo que insurja contra sus estamentos de servidumbre, como lo ha hecho, históricamente, el imperio angloparlante que ha sembrado la muerte en el Sudoeste Asiático, que es, subjetivamente, el Medio Oriente para ese imperio avasallador. 

mpazb53@hotmail.com



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Miguel Paz Bonells


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