“La conducta del Che puede
ser entendida como la de un hombre de profundas convicciones ideológicas,
por las cuales luchó con arrojo y abnegación para, consecuente con
las mismas, perder la vida en el intento de materializarlas. Esta es
la versión romántica, del idealista dispuesto a todo, que atrapa la
imaginación colectiva. Es, además, la
versión de una especie de mártir del siglo XX, que ha convertido a
Nancahuasi y a Vallegrande en un lugar al cual concurre, anualmente,
un pequeño caudal de peregrinos fieles a su memoria. Versión que, tal vez él mismo habría rechazado airadamente. Porque,
pese a su tardía profesión de fe marxista, el Che nunca se movió
dentro del austero esquema racionalista del materialismo dialéctico.
Por el contrario, era un romántico y un idealista. Pero su humildad,
cuidadosamente disimulada - hasta en eso era pudoroso - no hubiese tolerado
la glorificación de que es objeto”.
Cita tomada, anónimamente, de una página
en Internet (www.monografias.com)
Los círculos más conscientes de
esta humanidad, tanto los que trabajan revolucionariamente dentro de
la política como los que trabajan por la elevación espiritual
del ser humano, coinciden en un hecho fundamental: es absolutamente
necesario cultivar, producir, parir, un hombre nuevo. Ello implica
el reconocimiento tácito de que esta civilización ha fracasado y la
razón principal de ese fracaso es, indudablemente, la carencia de amor,
no del amor así con minúscula, sino del verdadero Amor, ese sentimiento
magnífico que faculta a un hombre para entregar su vida por una causa
superior. Perdonen la digresión, pero quiero referirme a ese
Che Guevara que fue capaz de sacrificar su vida por una causa superior,
porque ese valor bien puede ser la medida de su grandeza y de la grandeza
que caracteriza a todo verdadero hombre en una determinada circunstancia.
Y lo digo hoy, a 42 años de su muerte, cuando nuestros hermanos de
la resistencia iraquí, combatiendo al invasor en las más terribles
condiciones de asimetría, han hecho de ese valor posible un recurso
cotidiano… aunque tal vez no exista en los dos casos una medida exacta
de comparación.
La Revolución, volviendo
a la inspiración que suscita la vida del Che, no consiste
únicamente en una transformación de las estructuras sociales, ni de
las instituciones; tiene que ser, además, una profunda y radical transformación
de los hombres, de sus costumbres, valores y hábitos pero, sobre
todo, tiene que implicar una verdadera Revolución de su conciencia,
y esto es imposible si el sujeto no está
en capacidad de conocerse a sí mismo, de indagar sobre quién es
él.
Una Revolución sólo
es auténtica cuando es capaz de crear un "Hombre Nuevo" y
este, para el Che Guevara, era, en su futuro, ese
“hombre del Siglo XXI”, que bien
podemos ser nosotros mismos o cualquier comunidad decidida y motivada
de los países del Sur del mundo. Y ese hombre, ese embrión de
revolucionario completo, vendrá con el Siglo XXI, se irá
desarrollando, trabajando todas las horas de su vida, sintiendo la revolución,
por a la cual dedica esas horas de trabajo, ya que está
implementando todo su tiempo en una lucha por el bienestar social; si
esta actividad es lo que verdaderamente complace al individuo, entonces,
inmediatamente deja de tener el calificativo de "sacrificio".
Estamos refiriéndonos a algo que debe ser una cualidad fundamental
en todo Revolucionario: el hecho de SENTIR SU REVOLUCIÓN como
UN PROCESO DE CAMBIOS PROFUNDOS, trabajando en ello con esmero. Pero
no todo es tan simple, aquí existe también un lado oscuro, pues la
parte más dura de ser un revolucionario radica en que deben definirse,
de manera precisa, los sentimientos, ya que
“todo revolucionario debe estar impulsado por grandes sentimientos
de amor”, aunado a esa pasión que debe traducirse en un caudal de
acciones y hechos concretos, orientados hacia un solo objetivo:
la justicia social.
Nos toca a nosotros
enriquecer esta noción del hombre nuevo, ampliarla, llevarla más allá,
incluso, de lo político, hasta posibilitar la insurgencia de
un hombre verdaderamente revolucionado desde su conciencia.
Ellos lo mataron, de la misma manera
que mataron a Jesús, físicamente, y a Bolívar, esta vez moralmente,
si es posible matar moralmente a alguien, por que la moral, como el
pensamiento, cuando brillan con luz propia, son inmortales, como las
ideas del che, que han sido retomadas ahora por un pueblo que despierta
para refundarse a sí mismo, para construir la Nueva Tierra prometida
por Jesús, la Tierra de la Libertad soñada por Simón Bolívar, la
Patria valiente del Che, nuestro Socialismo Bolivariano del Siglo
XXI.
Alguien sugirió una vez que el llamado “socialismo real”, es decir, el experimentado por la Unión Soviética, se convirtió en un ensayo fallido por el hecho de que se intentó excluir el espíritu humano de la revolución, y eso que es el espíritu humano representa la interioridad del hombre, cuyo centro es la conciencia evolutiva. Por ello el Socialismo del Siglo XXI debe establecerse en base a una trilogía que parece muy bien fundamentada en las imágenes de Jesús, Bolívar y el Che, pues ellos simbolizan tres dimensiones: la espiritualidad profunda, la creatividad del visionario político universal y la combatividad necesaria para garantizar el triunfo, en un mundo signado por el egoísmo y dispuesto a destruir y a matar a todo lo que insurja contra sus estamentos de servidumbre, como lo ha hecho, históricamente, el imperio angloparlante que ha sembrado la muerte en el Sudoeste Asiático, que es, subjetivamente, el Medio Oriente para ese imperio avasallador.
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