Vivimos la era en que cerrar los ojos para no ver y taponarse los oídos para no escuchar es la política más reaccionaria, más subjetiva, más inconsistente y más peligrosa de todas las políticas. Es como saber que se va derecho al abismo y no tratar de asirse de aquellos árboles que, por sus férreas raíces no se han derrumbados o talados, brindan sus ramas para salvarse quienes rueden desprovistos de instrumentos y de orientación para circunstancias desconocidas. Quienes sean indiferentes a las realidades y necesidades urgentes del mundo actual, sería como conscientemente ignorar el pasado y no pensar en el mañana. Hemos llegado a la hora en que las organizaciones revolucionarias deben trabajar con instrumentos de acero y no de hoja de lata y con el arma de la crítica teórica que sea efectiva para ir puliendo el camino con muchísimos más aciertos que errores.
La claridad objetiva en el análisis es indispensable para que haya claridad en la síntesis y claridad en el entendimiento de la misma. Pues, creemos, que el marxismo es la mejor de todas las guías teóricas para el análisis correcto de la situación socioeconómica mundial –como globalidad- y de cada nación –como particularidad-. Vivimos el tiempo difícil y tensionado de capitalismo en que la revolución proletaria exige una lucha política cada día más dependiente de los factores internacionales que promover independencia nacional.
Estamos viviendo una época en que el imperialismo capitalista domina el mundo e invierte capitales en muchos órdenes de la vida social para proteger, desde abajo, el capitalismo, pero su fundamentación esencial la basa no en sus enseñanzas necesarias, en sus virtudes, en sus pocos gestos de filantropía, en su combinación de técnica con los países subdesarrollados. No, lo sustenta en los errores, los desaciertos, las equivocaciones del proletariado y de los partidos revolucionarios y de quienes, alzando banderas de la revolución socialista, se aventuran a practicar políticas que no se corresponden con la verdadera realidad objetiva del momento. Creemos, y lo hemos dicho en otras oportunidades, que las condiciones objetivas para la revolución proletaria o socialista están o vienen dadas desde hace décadas o, mejor dicho, desde que el capitalismo logró un elevado desarrollo de la técnica que ha entrado en contradicción con las relaciones capitalistas de producción y con la existencia de fronteras nacionales; además, ha aportado una gran capacidad organizativa del trabajo y creó al proletariado. Sin embargo, también lo hemos dicho porque lo hemos aprendido de los textos marxistas, que escasean las condiciones subjetivas y, muy especialmente, el proletariado carece de una dirección revolucionaria –hablando globalmente- que le haga comprender que su misión emancipadora no está estrechada y rígidamente dependiente del nacionalismo sino, más bien, del internacionalismo revolucionario. Las revoluciones no se producen por decretos sino cuando se armonizan las condiciones objetivas y subjetivas y éstas pasan a ser el factor decisivo como dirección de la lucha de clases.
El capitalismo cuenta aun con muchos partidos políticos cuya línea de conducta o de acción no es propia, es el Estado imperialista quien se la dicta y hasta se la subsidia. Son partidos que no les está permitido, bajo acuerdos establecidos con la oligarquía económica imperialista, ser una fuente de repetición de las palabras y los conceptos que son propios de los partidos burgueses, porque dejarían, simplemente, de tener vigencia histórica. Ante las reivindicaciones secundarias o no principales de las masas, del proletariado, del campesinado, de los pueblos, asumen una postura aparentemente revolucionaria, se hacen eco de esas reivindicaciones, para convertirse en su dirigencia más creíble, más combativa y, de esa forma, influir de manera decisiva para lograr una conciencia masiva de los pueblos para la resignación ante los fundamentales designios o intereses del capitalismo, esencialmente, más desarrollado. Un ejemplo basta para ilustrarnos: la mayoría del proletariado estadounidense, el más avanzado tecnológicamente hablando, es el más pragmático, el más resignado, el más conformista de todos los proletariados y no ve si no por los ojos de los partidos demócrata y republicano, que son los defensores políticos más ultrosos del imperialismo capitalista. En cambio, un proletariado y otros gremios populares como los bolivianos son capaces de hacer echar para atrás medidas de políticas capitalistas que son presentadas o propuestas por un gobierno que trata de servir, dentro de sus probabilidades reales, más al pueblo que a los sectores económicos que explotan la mano de obra asalariada. Mientras el capitalismo se fundamente sobre la base de un proletariado sin fronteras como su enemigo mortal, habrá capitalismo para rato.
Un grupo de científicos respetables de varias regiones del mundo, que cree en un Nuevo Proyecto Histórico, prometió presentar un Manifiesto a la opinión pública que recoja sus análisis de la situación mundial, sus inquietudes, sus conclusiones, sus banderas políticas para este tiempo conocido como de globalización capitalista salvaje, los métodos para construir una nueva humanidad sobre la base de la justicia social, y otros importantes elementos teóricos. Sin embargo, creemos que no lo ha hecho todavía, pero nosotros, como organización política El Pueblo Avanza (EPA), leímos, valiéndonos de nuestro reducido nivel de conocimientos sobre doctrinas sociales y de experiencias históricas y sin pretender disputarle supremacía de conocimientos porque nos llevan una morena al respecto, algunos importantes textos de esos respetables científicos y llegamos a la conclusión, sin sentirnos que tenemos la razón o las verdades agarradas entre nuestras manos, de no compartir esa idea que se sustenta en buscar una alternativa que no sea ni capitalista ni socialista, por el hecho de que uno y otro –según los respetables científicos- han fracasado de una u otra manera. Nosotros sí creemos que el capitalismo no ha sido un fracasó porque nadie puede negar el papel que ha jugado para el desarrollo y avance del género humano, pero ya perdió toda potestad para seguir haciendo avanzar y desarrollar el mundo. Más bien, ahora representa un estancamiento que no permite que la mayaría de las naciones lleguen a alcanzar un elevado grado de desarrollo económicosocial, porque no facilitarán, de ninguna manera pacífica, que se imponga la ley del desarrollo combinado sobre la ley del desarrollo desigual. Es decir: sin revolución proletaria no es posible concebir la idea del desarrollo progresivo de la humanidad hacia el socialismo que, de paso, no ha fracasado en ninguna región del planeta sino que sus experiencias no se han regido por los principios del mismo y aislándose de los factores (primordialmente económicos como el mercado mundial) que determinan el curso de la Historia, crearon las condiciones materiales y espirituales para su fracaso. La experiencia de lo que fue la Unión Soviética y ya no es, es rica en enseñanzas sobre la materia.
Si el proletariado, en primer lugar, no asume una teoría de emancipación, que nosotros creemos debe ser el marxismo, no tendrá más en las manos que ideas útiles de administración y que no le servirán de nada para su lucha política de clase. Eso, igualmente, tiene validez para un partido político de vanguardia clasista. La lucha política revolucionaria no puede ni debe fundamentarse en la búsqueda constante de chivos expiatorios como tampoco en maniobras políticas. La responsabilidad, en la política que procura emancipar a todos los explotados y oprimidos, es como, valiendo la comparación, la responsabilidad de los padres de una familia en la búsqueda de felicidad para todos sin robarle ni ultrajarle la libertad de los demás.
Los fracasos o las derrotas que sufran el proletariado, los partidos revolucionarios o los procesos revolucionarios, como consecuencia de la aplicación de políticas equivocadas, suelen ofrecer al capitalismo un agradable y apacible estado de reposo en la política que utiliza para consolidar sus escalafones económicos. Estamos en un tiempo en que el destino de cualquier lucha política revolucionaria o de cualquier proceso político revolucionario se encuentra realmente sometido a los cuestionarios de los factores de la economía de mercado. El ritmo de la lucha política de este tiempo, mucho más que antes, es de extensión mundial más que nacional. El camarada Trotsky dijo, refiriéndose al tiempo para los revolucionarios, lo siguiente: “Nadie ha puesto a nuestra disposición siglos, ni siquiera numerosas décadas, para que nos sirvamos de ellas a nuestro gusto. La dinámica de la lucha, en la cual el enemigo se aprovecha de cada error, de cada falta, y ocupa cada pulgada de terreno no defendido, resuelve la cuestión…”. Por lo cual, en este tiempo, si los partidos políticos revolucionarios no elaboran políticas correctas de lucha o si los gobiernos revolucionarios no elaboran correctas políticas económicas, el riesgo de hundimiento es inminente, está en cada paso falso que se de y no habrá oportunidad de ser auxiliados desde el exterior, porque no sólo hay ausencia de dirección revolucionaria del proletariado sin fronteras sino que allí estará –también- presente el imperialismo con todo su bagaje de intervencionismo listo para utilizarlo en contra de los revolucionarios o de los procesos revolucionarios.
Es imprescindible, en esta dramática época de dominio del capitalismo salvaje que incrementa galopante la miseria para los muchos y la riqueza para los pocos, saber distinguir entre un imperialismo y otro, entre un Estado despótico y uno que respeta - por lo menos- algunos derechos humanos y políticos del pueblo, entre un partido burgués de pensamiento nazista y otro socialdemócrata de tendencia reformista, entre un gobierno incondicionalmente servir al imperialismo y otro que exige respeto al derecho a la autodeterminación de su destino, entre un proletariado pragmático y conformista y otro que lucha –por lo menos- por reivindicaciones de participación en los asuntos fundamentales de su país, entre una dirigencia obrera aristocrática y un sindicato que se restea con las reivindicaciones laborales y salariales de los trabajadores, entre un período de flujo y otro de reflujo, que precise las diferencias entre las fases históricas, que identifique acertadamente las contradicciones fundamentales del período histórico y cuál es la principal, qué acierte correctamente en lo qué es una situación transitoria y preparar a la organización revolucionaria y a las masas para el caso de cambios bruscos que exijan repliegue o avance. Eso es vital para una dirección revolucionaria para poder adaptar su táctica política a las circunstancias concretas de tiempo y lugar sin que se pierda el hilo estratégico de la lucha revolucionaria por la conquista del poder político donde sea necesario conquistarlo, o por la victoria de los elementos socialistas sobre los capitalistas donde haya transición del capitalismo al socialismo. En la política, quizá como en ninguna otra ciencia social, dirigir es prever.
El capitalismo cuenta todavía con partidos políticos burgueses como también con organizaciones partidarias de la democracia representativa y no participativa, posee fuerzas militares y recursos bélicos sofisticados para hacer guerras, tiene recursos económicos, domina la tecnología, controla científicos capaces de crear virus para destruir al ser humano y la producción de bienes alimenticios, cuenta con gobiernos epígonos, maneja dirigencia sindical y gremial, sigue predominando en el mundo la propiedad privada sobre los medios de producción, tiene expertos militares y policiales, sabe hacer guerra sicológica y propaganda subliminal. Todo eso le hace un enemigo poderoso del proletariado, de los partidos políticos revolucionarios, de los pueblos y de los procesos revolucionarios donde el poder político está en manos de los revolucionarios. La probabilidad de sufrir derrotas por los revolucionarios en la lucha política de clases continúa latente, es real y no ficticia, es verdadera y no falsa pero, igualmente, las posibilidades de victorias revolucionarias son muchas si se elaboran y se aplican políticas justas que recojan las inquietudes de las masas, que motiven a éstas a la lucha, a organizarse y concientizarse por conquistar su redención social. ´
Sin embargo, en las últimas décadas han sido más las derrotas que las victorias para el proletariado, para los revolucionarios, para los que claman por construir el socialismo como única alternativa que salve a la humanidad de los estragos del capitalismo. Lo que sucede es que las derrotas no tienen padres pero las victorias sí. A veces, una derrota se convierte en una gran victoria si se sabe asimilar la experiencia, corregir los errores y reiniciar la lucha siendo guiados por políticas justas, pisando sobre tierra y no andar en el aire como papagayo perdido. El camarada Lenin, maestro en la derrota como en la victoria, dijo, sacando enseñanzas de la experiencia histórica, que “No es tan peligrosa la derrota como el temor a confesarla, el miedo a deducir de ella todas las conclusiones… No hay que tener miedo a reconocer los fracasos. Hay que aprender en la experiencia de la adversidad. Si admitiésemos la opinión de que el hecho de reconocer los reveses provoca el abatimiento y debilita la energía para la lucha, como el abandono de las posiciones, seríamos revolucionarios sin valor… Nuestra fuerza estuvo en el pasado, y lo estará aún en el porvenir, en que tuvimos en cuenta, con una sangre fría perfecta, las más duras lecciones, aprendiendo en ellas lo que debe modificarse en nuestra actividad. Así, pues, es preciso hablar francamente. Es interesante e importante no sólo por la verdad teórica, sino aun desde el punto de vista práctico. No se puede aprender a resolver los problemas de hoy por nuevos procedimientos si la experiencia de ayer no nos ha hecho abrir los ojos para ver en qué eran defectuosos los antiguos métodos”.
El mundo actual se caracteriza también por el hecho que la mayoría de las naciones padecen de atraso industrial y carencia de mercancías manufacturadas. Eso es un arma poderosa para la burguesía que cada día encarece el precio de las mercancías, lo cual reduce la capacidad real o adquisitiva del salario de los trabajadores. Eso contribuye a generar inflación que viene siendo como una sífilis para la economía y, especialmente, en período de transición del capitalismo al socialismo. El imperialismo, a través del mercado, mueve sus tentáculos tratando de llevarse por delante todo lo que considere obstaculiza los intereses de los más poderosos, ricos e influyentes monopolios económicos. Ese es el esencial poder que le decide el curso a la política, bien sea ésta reaccionaria o revolucionaria sin dejar de reconocer que la anterior influya sobre la economía.
Frente a ese mundo poderoso, rico e influyente que es el capitalismo imperialista que desglobaliza el capitalismo altamente desarrollado y la riqueza para globalizar la miseria y el subdesarrollo capitalista en la mayoría de las naciones; ante esa realidad de la economía y la política de carácter mundiales manejadas por el capital financiero, no puede establecerse un programa de lucha y de objetivos exclusivamente partiendo de las premisas sobre las circunstancias o tendencias del proceso evolutivo de una nación en particular. Y eso tiene validez fundamental para cada partido revolucionario de los países que conforman este mundo capitalista. Estamos en la época en que aún siendo rico, poderoso, fuerte e influyente el capitalismo y, especialmente, el más desarrollado, se evidencian signos, así lo dicen las crisis profundas y –fundamentalmente- económicas periódicas que hacen que el imperialismo desesperado haga guerras de rapiña, de decadencia y degeneración del capitalismo y se plantea, hoy mucho más que antes, la necesidad del socialismo para salvar a la humanidad y a la naturaleza de gravísimas hecatombes y destrucciones.
Lo anterior exige, del proletariado y su vanguardia política organizada, elaborar un programa que tenga como punto de arranque el estudio y análisis de las circunstancias y corrientes de la economía y de la situación política mundial, como globalidad, apreciando e interpretando correctamente sus relaciones y contradicciones. El camarada Trotsky nos dice que en “… la época actual, infinitamente más que la precedente, sólo debe y puede deducirse el sentido en que se dirige el proletariado desde el punto de vista nacional de la dirección seguida en el dominio internacional, y o viceversa. En esto consiste la diferencia fundamental que separa, en el punto de partida, al internacionalismo comunista de las diversas variedades del socialismo nacional”.
Por ello, es importantísimo prestar atención a las enseñanzas del marxismo y, en ese sentido, tomemos como nuestro lo que el camarada Trotsky nos dice a continuación: “Lo importante en un programa no es formular tesis teóricas generales (esto se reduce, en fin de cuentas, a <codificar>, es decir, a hacer una exposición condensada de verdades y generalidades sólida y definitivamente adquiridas) sino sobre todo hacer el balance de la experiencia mundial económica y política del último período, en particular de la lucha revolucionaria…”. Un ejemplo basta para ilustrar esa recomendación: el campo revolucionario, donde quiera que exista, está obligado a realizar un profundo y crítico análisis sobre los acontecimientos que han caracterizado el Medio Oriente y otros países islámicos en los primeros meses del presente año como, también, precisar la intensidad de las contradicciones interimperialistas en su intervencionismo sobre esos acontecimientos y que mucho lo evidencia las disputas en relación con el intervencionismo militar en Libia por dominio de sus cuantiosos y valiosos recursos naturales. Y no debe dejarse de lado las manifestaciones que se han realizado en China y en la misma Libia contra Estados que vienen, desde hace décadas, anunciando y prometiendo una sociedad socialista. Demás está decir que el imperialismo no hace otra cosa que agravar al extremo la contradicción entre el incremento de las fuerzas productivas de la economía internacional y los hitos que separan países o pueblos.
El género humano, dividido actualmente por naciones y clases sociales, no le dará al capitalismo siglo tras siglo para que siga cometiendo sus fechorías y perversidades, para que continúe haciendo sus guerras de rapiña, para que persista en creer que todo el tiempo puede engañar a todos los pueblos. No, pero tampoco se lo dará al proletariado para que crea que del cielo bajará una varita mágica y le otorgará, por sufrido en la Tierra, su emancipación de todos los rasgos de la esclavitud social. Es necesario un Programa revolucionario de carácter internacional. Las naciones no evolucionan aislándose las unas de las otras ni tampoco desigualmente independientes las unas de las otras. Por eso es, entre tantas cosas, imposible construir el socialismo en un solo país y que el resto siga siendo capitalista. Eso lo dijeron Marx y Engels y lo ratificaron Lenin y Trotsky sobre la base de la experiencia histórica que lo probó de manera irrefutable el derrumbe de la Unión Soviética y de los países llamados del socialismo del Este. De ahí que lo que está planteado es la lucha por el poder político en todas las naciones en que se encuentre en manos de la burguesía y sus partidos políticos.
De lo dicho anteriormente es imprescindible que un Programa revolucionario internacionalista deba contener que la revolución proletaria –toma del poder político- y la organización del régimen socialista en cualquier país del mundo dependen o se encuentran condicionadas por los factores internacionales. El socialismo no es un sistema que se construye con convicciones indígenas o con consignas de nacionalismo estrecho. Lo hemos reseñado antes y volvemos a destacarlo que, como dice Trotsky, las “… fuerzas de producción son incompatibles con las fronteras nacionales. De ahí se derivan el mercado exterior, la exportación de hombres y de capitales, la conquista de territorio, la política colonial, la última guerra imperialista sino también la imposibilidad de que viva, desde el punto de vista económico, un Estado socialista que tenga como fin su propia existencia…”..
El Programa revolucionario internacionalista debe ser un orientador de la lucha política revolucionaria o de la revolución, debe ser un medio clasista, poseer un fundamento científico y, además, representar un estímulo moral para los explotados, los oprimidos y sus organizaciones políticas de vanguardia. Pero para hacer realidad ese Programa y que sirva como bandera de guía y de lucha del proletariado mundial y de sus organizaciones políticas de vanguardia es imprescindible que se cree una Internacional Revolucionaria o Socialista como su máxima dirección política. Ninguna lucha política contra el capitalismo y por el socialismo puede concebirse exitosa en este tiempo si no se internacionaliza.
Está, pues, en manos de una Internacional Revolucionaria o Socialista la elaboración, aplicación y control del Programa Revolucionario Internacional para la lucha por el derrocamiento del régimen capitalista y la construcción del socialismo. Un Programa que limite sus tácticas a un conjunto de medidas concretas a las situaciones particulares o al dominio de las especificidades de la lucha de clases pero que sustente su estrategia revolucionaria en la extensión de un sistema mezclado de tareas que en su relación, en su continuidad y su progreso conduzcan al proletariado sin fronteras y sus organizaciones políticas de vanguardia a la conquista del poder político para hacer posible la transición que lleve a la humanidad a la construcción del socialismo. Además, muy importante, un Programa que registre brevemente la experiencia de las victorias revolucionarias pero igualmente las derrotas para que se tenga una idea asimilada de todo lo que se pueda conquistar si se elaboran y ejecutan políticas correctas de lucha de clase.
Y algo de extremo valor es que la dirección revolucionaria de la Internacional Proletaria o Socialista comprenda que en una era revolucionaria el carácter principal no es aquel que determina la posibilidad de hacer la revolución o de conquistar el poder político a cada instante sino entender los profundos y bruscos virajes, en sus flujos y reflujos que le hacen cambiar de unas circunstancias concretas a otras, de una en que los revolucionarios pueden despojar del poder a la burguesía a otra en que la contrarrevolución obtiene triunfos e instala un régimen nazista o bonapartista. Por eso una dirección revolucionaria internacionalista debe, en el fragor de los cambios bruscos de situaciones objetivas, saber determinar ese momento en que tomando el pulso a los acontecimientos políticos no sólo interpreta su inflexión radical sino que sepa determinar el rumbo de la lucha política revolucionaria. Mejor dicho: una dirección revolucionaria debe ser como el experto partero que no debe confundir el quinto, sexto, séptimo u octavo mes del embarazo con el noveno pero tampoco éste con el décimo.
Simplemente, ponemos las ideas expuestas anteriormente, si así se puede decir, como una contribución a una gran reflexión política en este tiempo en procura de elaborar políticas, métodos, táctica y estrategia como también organización y un Programa que más nos acerque al triunfo sobre el capitalismo para poder hacer posible la construcción del socialismo. Y jamás nos olvidemos que una época de reformas anuncia una era de revoluciones.