Me veo en el
penoso deber de estar de acuerdo los Robertos en un obituario que no sea el
suyo. Se trata del que le hizo Roberto Hernández Montoya (Aporrea 11/06/11 -http://www.aporrea.org/
Nacido en Madrid en 1923, nieto de aristócrata (su abuelo materno Antonio Maura fue 5 veces Presidente de Gobierno con Alfonso XIII) pero hijo de republicano (su padre fue gobernador de provincia bajo la República), Semprún llegó tarde para la guerra civil española, estudió en Paris, donde ingresó al Partido Comunista Español en 1942 y participó en la resistencia francesa contra la ocupación nazi. En 1943 es delatado, arrestado, torturado y enviado al campo de concentración de Buchenwald, donde permanece hasta el fin de la guerra; cuando regresa a Paris donde es recibido como héroe.
Semprún trabajó para la UNESCO desde 1945 hasta 1952, renuncia para dedicar su tiempo a la lucha antifranquista con el PC Español, llegando a formar parte del Comité Central desde 1954 hasta 1964, cuando es expulsado por divergencias con la línea oficial.
Escribió en español y francés más de una docena de libros que, por contenido y forma, merecen ser leídos. Desde 1966 hasta 1997 escribió los guiones de unas quince películas, algunas famosas como La guerra ha terminado, de Alain Resnais; La confesión y El Proceso, de Costa-Gavras. Y desde 1988 hasta 1991 (nadie es perfecto) fue Ministro de Cultura de Felipe González.
Semprún merece respeto porque, como bien dice RHM, “nunca se faltó el respeto”, pero basta invertir los términos para concluir que quienes no se respetan no merecen ser respetado. Sin embargo, con el ya famoso “ecumenismo necrológico” de los Robertos, Hernández Montoya, añade que Semprún no se lo faltó a nadie…, lo que ya es demasiado porque hace del difunto además de bueno, pendejo. Me consta personalmente que aunque Jorge Semprún era impecable podía ser implacable con algunos individuos. Afirmaba que “nunca se es demasiado patán con los patanes” y, al igual que Heráclito hace más de 2 mil años, creía que “todo lo que se arrastra debe ser gobernado a golpes”, sin distingo de raza, edad, nacionalidad, oficio o ideología.
CAMINANDO POR EL BOSQUE
Tuve la ocasión de conversar con él sobre este tema, caminando por los sombríos y luminosos bosques de Yvelines, al sur de Paris, cuando me quedaba con otros camaradas de su hijo Jaime en la casita de campo que tenía Semprún en la aldea de Sainte-Merme, a unos 30 kilómetros de la capital. Éramos una media docena de camaradas que nos instalábamos con Jaime en Sainte-Mesme para estudiar, discutir y conspirar contra el universo-mundo. Los fines de semana llegaba de Paris Jorge Semprún, o la maravillosa actriz Loleh Bellon madre de Jaime, cargados de comida, vino y cigarrillos que buena falta nos hacían. A Jorge le gustaba caminar solo el bosque pero me invitaba porque: quería saber sobre Nuestra América y era buen oyente. Una vez cruzamos uno de esos cortafuegos rectilíneos al final de cuya perspectiva destacaba la silueta insólita de un coche de bebé de los antiguos, negros y con grandes ruedas. Semprún comentó “Ustedes los latinoamericanos no escriben realismo mágico: lo llevan a todas partes…”
Jorge Semprún repetía que hay que economizar el desprecio debido gran número de necesitados. Pero, sobre todo, me enseñó una regla: “Un revolucionario puede equivocarse sobre cualquier cosa menos sobre las personas”. Desde entonces me cuido de no equivocarme “en contra” y allá los otros que se cuiden de no hacerlo “a favor”. Buen viaje a Jorge Semprún y gracias por lección aprendida.
rothegalo@hotmail.com