En Italia, las reglas las cocina uno solo en su beneficio y para hacer todo cuanto se le antoja. En España no hay un dictador democrático, como en Italia. El poder lo comparten unos cuantos repartidos entre todas las instituciones y los tres poderes oficiales del Estado, a los que se añade el cuarto, la prensa, los medios, que a menudo nos hace sospechar que es el primero...
Y esos cuantos bailan a su vez al son de otros grupos europeos que actúan de supervisores de los intereses personales y grupusculares, de sus bancos y de sus finanzas, encabezados por los líderes francés y alemán. Pero todos, es decir, estos mandamases españoles que hacen de ejecutivos de los otros, y estos otros son liberales o neoliberales: el palo y tente tieso de la economía dominante. Todos mangonean y, en España, cada uno con su cuota de poder ejercido arbitrariamente desde las reglas arbitrarias impuestas en 1978 por una pandilla de constitucionalistas; una pandilla que se plegó a las exigencias del ejército franquista que aún velaba el cadáver caliente del dictador, y a las del albacea testamentario de éste llamado Fraga Iribarne.
De ahí procede toda esta difusa pero implacable manu militari de unos cuantos escondido en las urnas; urnas a las que millones de españoles no se presentan o van con la cabeza gacha sabiendo que esas reglas cierran virtualmente el paso al pensamiento y la praxis socialista real y comunista.
España está regida por oligopolios, en lo económico, y por una oligocracia, en lo político. El pueblo no cuenta para nada. Se limita a sufrirlos continuamente de muchas maneras y a experimentar, cada cuatro años, la ilusión de que participa de él. Para que, encima, los votantes de la pseudoizquierda en el poder se sientan traicionados a lo largo de las legislaturas...
En cambio, los dictadores de la derecha y sus votantes están a sus anchas. Y que lo están lo explica lo siguiente: hay unas ínfimas modificaciones en el estilo y praxis de la dictadura de su último quinquenio y los treinta y dos años que llevamos de falsa democracia. No tenemos más que ver cómo tratan al pueblo en la calle las fuerzas del orden en cuanto el pueblo las pisa en firme. Es entonces cuando precisamente se producen los desórdenes públicos. Como hace cuarenta años. La calle, tres décadas después, sigue siendo de Fraga Iribarne, como él dijo siendo ministro franquista de gobernación; de él y ahora también de sus herederos ideológicos que se encuentran tanto en la ultraderecha como en la burbuja de la izquierda institucional que escora descaradamente a la derecha.
Porque si las cosas están como están y la Constitución y la monarquía y los partidos mayoritarios y los minoritarios siguen siendo lo que son es, porque los constituyentes midieron muy bien el futuro en el que nos encontramos. Dispusieron las cosas de modo que el pueblo se hiciese la ilusión de que sería él quien gobernaba a través de otros elegidos. Pero pasados los años, ha comprobado que las elecciones no distan gran cosa de aquellas a procuradores de las Cortes franquistas o de las elecciones sindicales de aquel entonces en las que todo era "uno" y lo mismo. Un modo como otro cualquiera de que unos pocos detenten las riendas del poder y el pueblo se contente con una pantomima tras otra... Como en la dictadura franquista.