“En solo mil días todo aquello desaparecía ante el paso de las tropas, los tanques que se apostaban frente al palacio presidencial y los bandos militares que a través de las ondas radiales nombraban a los más buscados y nos señalaban que el honor militar de aquellos que juraron defender la Patria había sido pisoteado.”
Mónica González –periodista- autora del libro: “La Conjura, sobre el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973”.
Tres años antes del aciago 11 de septiembre de 1973, el 4 de septiembre de 1970, el mundo progresista elevó gritos de emoción ante los resultados electorales en el larguirucho país, bien al sur de América. Salvador Allende Gossens ganó las elecciones en Chile!!!
Luego de cuatro intentos, el sempiterno senador de Valparaíso, médico de profesión e indeclinable militante de la causa socialista obtenía un apretado triunfo electoral, con el apoyo del frente de la Unidad Popular conformada por el Partido Socialista, el Partido Comunista, Izquierda Cristiana y otras organizaciones de carácter progresista.
Cruentos caminos, a pesar de su victoria, debió transitar Salvador Allende para acceder finalmente a su puesto en el Palacio de la Moneda. El para entonces sistema parlamentario de gobierno establecía que correspondía al Congreso formalizar el triunfo de Allende en votación de ambas cámaras (fue tradición en Chile que el candidato presidencial que obtuviese la más alta votación en las elecciones parlamentarias debería ser electo presidente de la Republica), y así sucedió a pesar del mandato de Washington de que no fuese Allende y de las presiones de los poderosos grupos económicos. Finalmente el Partido Demócrata Cristiano decide unir sus votos a los de los parlamentarios de la Unidad Popular, así las cosas, se oye como resultado de la sesión parlamentaria: “Se proclama al Senador Salvador Allende Gossens, Presidente Constitucional de la República de Chile para el periodo: 1970-1974”
Comienza la nueva etapa para Chile, y el aliento en los movimientos sociales que tomaban como alternativa frente a la lucha armada el camino electoral; en Venezuela los líderes de las organizaciones socialistas de la época (MAS, MEP, PCV y un MIR promoviendo su desmovilización desde las montañas a la ciudad), coincidían en que sí era posible llegar al poder por la vía electoral, asumir “la legalidad burguesa” y construir el socialismo desde las propias instituciones de la democracia liberal.
Salvador Allende asumió con estoicismo su tarea, con el convencimiento pleno que era una tarea compleja, como todas las tareas de una revolución, inició el cumplimiento de su programa de gobierno que de inmediato chocaría con los más poderosos intereses del gran capital chileno y foráneo, el mismo que se dedicó, casi de inmediato, a colocar bombas, propiciar atentados, volar puentes y gasoductos para ser fiel a la predica de Henry Kissinger, en cuanto a que había que propiciar condiciones para hacer que, “la economía chilena aúlle de dolor”.
Salvador Allende, en apenas tres años cristalizó un conjunto de reformas que permitieron recuperar el cobre y las minas del teniente que tuvieron siempre en manos de empresas privadas tanto nacionales como foráneas, el restablecimiento de la soberanía chilena sobre sus riquezas naturales, nacionalización del cobre, hierro, salitre y carbón, lo cual contribuyó a sanear la economía, impuso la reforma agraria , la nacionalización del sector financiero del país como bancos y firmas estratégicas, en fin la construcción de las bases para la liberación nacional y el socialismo por la vía democrática. Era el compromiso del gobierno socialista para con lo que se dio en llamar “la revolución con empanada y vino tinto”, que no era otra cosa que romper la enorme influencia extranjera en los sectores claves de la economía chilena.
Es así como entre huelgas, conspiraciones, atentados y profundos daños a la economía, llega Chile a 1973, y el 27 de junio Allende sortea una sedición militar llamada “El Tanquetazo”, instigada por el grupo de extrema derecha Patria y Libertad, el cual no fue exitoso, pero crucial en el deterioro de la situación política en Chile. Según Pinochet, el “Tanquetazo” había servido para que los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas pudieran medir la capacidad de las supuestas fuerzas paramilitares pro-UP, registrar el tipo de armas que éstas usaban, y comprobar que los llamados de Allende al pueblo no iban a tener eco.
Bajo ese clima llegó al 11 de septiembre de 1973, día del golpe, planeado por la Armada con total respaldo del gobierno estadounidense, bajo la dirección del comandante en jefe del Ejército, el general Augusto Pinochet. En el Intervinieron altos oficiales de los mandos del Ejército, la Marina, la Aviación y los carabineros.
Una llamada telefónica en las primeras horas de la mañana de ese día puso en aviso a Allende, quien junto a su guardia personal se dirigió al Palacio de la Moneda, para desde allí hacer frente a la escalada fascista. Unas siete horas resistieron los defensores de la Unidad Popular. Salvador Allende, con casco de guerra y fusil en mano, junto a sus colaboradores hizo frente a fuerzas de infantería y artillería, y a los bombardeos constantes que la alta oficialidad fascista desplegó contra ellos.
Allende se dirigió en varias ocasiones a su pueblo a través de la radio. Entre, humaredas, escombros y metralla, defendió de la felonía al legítimo gobierno que el pueblo por su voluntad le había confiado, se dirigió a los trabajadores y a los campesinos, a las mujeres, a los profesionales y a la juventud, con toda la serenidad y convicción del que se sabe digno y leal con su pueblo y su patria. Pasados pocos minutos de las nueve de la mañana, se escucharon por Radio Magallanes sus últimas palabras, se despedía confiado en que la entrega de su vida estaba ligada a sus principios, además de una lección moral que sirve de testimonio para que la historia castigue a cobardes y traidores.