En 1971 el gobierno estadounidense, bajo la presidencia de Nixon, da por finiquitados los acuerdos de Bretton Woods de 1944 y suspende la convertibilidad del dólar en oro –el requisito de toda moneda que sea verdaderamente dinero–.
De esta manera, la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) –un banco central privado–, aprovechando que su moneda seguía siendo la única divisa universal, se dedicó a emitir dólares a mansalva, pagando con "papelitos" las materias primas y otras mercancías reales que importaba de los países productores.
Esa auténtica estafa mundial, sostenida en su poderío industrial y militar, le ha permitido saquear sin control alguno las materias primas y los recursos económicos de todo el planeta. ¿Problemas económicos? Nada, emitimos más "papelitos".
Para no extendernos demasiado, digamos que, en la práctica, eso supuso la inundación de capital financiero ficticio que, a su vez, se convirtió en nueva mercancía sobre la que se invertía con más capital y productos financieros, en una burbuja autoalimentada que apenas ha empezado a desinflarse en la crisis de 2007-2008.
Para hacer frente a la crisis, el imperialismo euro-norteamericano hizo una maniobra en dos direcciones. En primer lugar, la FED multiplicó la emisión de dólares baratos para estimular artificialmente su economía. El Banco Central Europeo, a pesar de sus reticencias iniciales, ha terminado haciendo lo mismo, a pesar del peligro de desvalorización de la deuda con que las potencias centrales europeas atenazan a los países del sur del continente. El resultado es que toda la economía imperialista se sustenta hoy en las inyecciones de capital ficticio de los bancos centrales, hiperinflado con respecto a la riqueza y el valor real de las mercancías.
En segundo lugar, las oligarquías financieras se han dedicado a invertir billones de dólares –y euros– en deuda de países de América Latina, Asia y el sur de Europa. La razón es clara: mientras que Estados Unidos redujo su tasa de interés a cero –y la Unión Europea a 0,25–, los capitales especulativos se dirigieron a los países en desarrollo y las economías débiles del sur de Europa, cuyos bonos pagaban intereses que multiplicaban por más de cinco o seis veces los de EEUU o Europa, generando gigantescas ganancias financieras, y se refugiaron en las materias primas, disparando sus precios.
El problema de fondo es que el capital no debe entenderse como dinero o recursos financieros sino, tal como reveló Marx, como procesos de producción y reproducción de la riqueza. Mientras que el dinero se puede imprimir, los procesos de producción y reproducción se establecen sólo siguiendo leyes objetivas inflexibles.
Pero esto resulta imposible si no se toma en cuenta ni se aplica una tasa de interés al capital (un "precio"). Los precios pueden reflejar el valor solamente si reflejan también los costes financieros. Si el capital es gratuito, si no tiene un precio o si el Estado, a través de los bancos centrales, lo entrega prácticamente sin coste alguno, entonces los precios no pueden reflejar el valor, los beneficios que se reparten son una burda estafa y todo el sistema económico se convierte en una farsa.
Los economistas burgueses, tras montar todas sus tesis en la negación de Marx –como si los físicos renegaran de Newton y Einstein–, no entienden su propia economía. Pero es evidente que tontos del todo no son. Por eso ahora la FED se adelanta a la nueva crisis dentro de la crisis y se propone subir la tasa de interés, provocando un "efecto aspiradora": los dólares vuelven a EEUU, los precios de las materias primas caen, llevando esa crisis a los países emergentes, a los que aboca a la devaluación de sus divisas y a que los inversores se retiren de ellos.
Pero todo esto –incluida la subsiguiente "guerra de divisas"– provoca, a su vez, que los países afectados tengan una menor capacidad para importar productos de EEUU, cuyo nivel de stocks sin vender sigue en aumento. Lo mismo cabe decir con respecto a las potencias europeas y sus satélites del sur de Europa. De modo que la espiral de la crisis sigue y sigue.
Como diría Buzz Lightyear, "hasta el infinito, y más allá".