En Estados Unidos, para nosotros, los pueblos del sur, no existen dos partidos políticos, el demócrata y el republicano, sino que existe un solo partido político, el partido imperialista. Las elecciones presidenciales en ese país (insisto, para nosotros), no es otra cosa que la disputa para decidir quién ocupará la Casa Blanca por cuatro años. Es más o menos como una interna, entre una corriente de derecha y otra del mismo signo. Para nosotros (una vez más), es un mero simulacro de democracia, una pantomima.
Y no puede ser de otra forma, ya que en un país imperialista el capital es quien ejerce la dictadura. En nada se han diferenciado la política imperialista de Estados Unidos, Inglaterra o Francia con presidentes de diferentes partidos durante el ejercicio de sus mandatos. Tanto estadounidenses "progresistas", mal llamados demócratas, como retrógrados republicanos, todos han sido iguales a la hora de saquear pueblos, bombardear o invadir naciones, derrocar a gobernantes legítimos, irrespetar las soberanías de otros países o pisotear los derechos humanos o el deshilachado derecho internacional. Unos nos roban a mano armada, los otros también.
¿Qué diferencia puede existir para los hermanos libios entre Sarkozy u Hollande? ¿Cameron hubiera algo distinto de lo que hizo Margaret Thatcher durante la Guerra de Malvinas? ¿Fue menor el acoso de Bush a Venezuela del que ha realizado Obama durante su gestión?
Por otra parte, ¿cambia el despojo que ejecutan las grandes empresas norteamericanas en la periferia si gobierna un demócrata o un republicano?
¿Permiten a los pueblos ejercer sin trabas su plena soberanía? ¿Dejan de financiar a los grupos contrarrevolucionarios de un país cuyo gobierno no les simpatice? Nada cambia, ni siquiera en las formas.
La dictadura del capital es implacable, y entre otras funciones, una de las que ejerce con mayor efectividad, es la del lavado de cerebro de sus propia ciudadanía.
Los trabajadores de los países imperialistas no son tontos, pero en gran medida, hay que reconocerlo, están atontados. Por una parte, debido a la presión que impone la cultura hegemónica del capital –la dictadura–, los idiotiza (al mejor estilo Homero Simpson), y por otra, porque el saqueo imperialista los ubica en una suerte de posición oportunista, como socios menores del saqueo imperialista.
De tal manera, para nosotros, países expoliados por la rapiña imperialista, unos en camino de alcanzar la independencia plena y otros aún atados a las cadenas del gran capital metropolitano, si gana Trump o Clinton en Estados Unidos, nos da lo mismo. Ambos son, como diría un paisano, la misma mierda con distinto olor.