Lo patético

Lo patético no es el contagio en sí. Lo patético es estar comprobando que de nada sirven las medidas adoptadas por los gobiernos del mundo para evitar contagios; que la diferencia comparativa entre el número de contagios habidos en cada país no guarda relación con el acierto, el desacierto o la oportunidad de las medidas; que tampoco tiene relación con la latitud de los territorios, ni con las condiciones medioambientales o climáticas, ni con la estación del año. La condición de incierto y de aleatorio el avatar casa con la entropía o el caos nunca hasta ahora presentes en la vida de un virus. Por eso, todo lo que sucede mueve a sospecha más allá de la necia propensión oficialista y mediática de calificar hostilmente de "negacionistas", unas veces, a quienes no aceptamos de buen grado las explicaciones oficiales aunque actuemos conforme a las medidas adoptadas, y de "conspiraparanoicos" a quienes nada afirmamos, sino que nos limitamos a conjeturas razonables sobre tantos detalles que carecen de sentido o no encajan en un puzzle o rompecabezas mundial que desafía constantemente a la inteligencia y al sentido más comunes...

Y patético es el nerviosismo, la desorientación y la impotencia que manifiestan los poderes públicos al comunicar a la población mensajes distintos en conjunto cuando no contradictorios, acerca del comportamiento del virus; y también cuando toman medidas con distintas variables que a todas luces son inútiles, en unos lugares más y en otros menos, a medida que pasan los meses.

Lo patético es observar a gobiernos empeñados en hacernos ver que ignoran lo que saben bien: que ya no se puede poner fecha al fin de la pandemia; que estamos ante un virus que no es natural, que muta y se reproduce como las esporas; que en una primera fase, en todo el planeta, ha matado a los más débiles; que a la primera fase ha seguido otra a comienzos del otoño y luego seguirá otra y luego otra; que el objetivo principal del virus parece ser la ancianidad ya enferma; que ignoran, o quieren ignorar, que todos debemos asumir cuanto antes la fatalidad. Lo patético es una realidad que se suma a los efectos irreversibles del cambio climático, frente al que ya es tarde para dar marcha atrás. Y que, por consiguiente, aparte de atender los gobiernos a no agravar más la deriva climática para no adelantar las consecuencias de la hecatombe, debieran olvidarse de este proceso viral porque es inexorable. y porque saben bien que viene programado por una autoría que jamás se desvelará, que persigue reducir drásticamente la superpoblación del mundo.

Lo patético es comprobar que no se intenta reducir la superpoblación por la razón más luminosa: políticas disuasorias del embarazo y alentadoras de la contraconcepción. Y, por encima de ellas, la eutanasia activa (recordemos al efecto el film "Cuando el destino nos alcance" (1973) ilustrativo al efecto).

Lo patético es que la mayor parte de las naciones, pero unas más que otras, se resisten a resignarse a vivir con la amenaza permanente de contagio, oscilante en su impacto en cada organismo e imprevisible en todos los aspectos. Ello pese a que el mundo tiene amplias referencias de la espada de Damocles: sociedades que "existen" junto a un volcán que se activa cada equis tiempo, o esas otras condenadas a la devastación periódica por terremotos, tsunamis, tifones y ciclones; sociedades obligadas a la resiliencia acostumbradas a vivir con el alma en vilo... pero viven.

En resumen, debemos ser muchos en el mundo los que pensamos que los poderes públicos deben gobernar ya con una única responsabilidad respecto a la pandemia y la Salud Pública: tener dispuesto todo lo necesario para recibir los infectados que habrán de ir desfilando por los centros hospitalarios, como están preparadas en las autopistas y puertos de montaña las máquinas quitanieves en invierno, o las ambulancias los fines de semana.

A la población que se va librando del virus, no debieran los gobiernos coartar en absoluto su libertad de movimientos en ningún aspecto. A todo ser vivo, aunque lo tiene ya muy atrofiado, ya demasiado alejado de la naturaleza, le protege su propio instinto, guía más seguro para él que la razón y que la ciencia. A él incumbe protegerse del contagio. A él corresponde evitar al apestado y tomar distancia de la masa como pueda. Pero si a pesar de ello acaba contagiado, interprétese que ha sido su opción, como lo es la de quienes habitual y voluntariamente viven sumidos en el riesgo. Y termino: obstinarse en semejantes condiciones los poderes públicos en dictar decretos como solución colectiva a la fatalidad, sea natural u obra del humano; empeñarse en resolver o aminorar lo que se muestra imposible de evitar, en lugar de abandonar la responsabilidad de la protección a la iniciativa individual es atentar contra el viejo dictum de los antiguos griegos: los dioses ayudan a quienes aceptan y arrastran a quienes se resisten...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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